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Normales rurales tocan fondo; SEP prepara plan para refundarlas

Expertos en educación aseguran que una política de estrangulamiento presupuestal ha dejado a su suerte a las 17 escuelas que hay en el país

Lilian Hernández, Miguel García Tinoco y Claudia Solera | 17-01-2016

CIUDAD DE MÉXICO.

La realidad de las 17 escuelas normales rurales que hay en México no se reduce a un problema de aprendizaje: es producto del déficit en la calidad de maestros y directores, de la falta de congruencia entre lo que se enseña y lo que se les pide cuando ya ejercen como profesores, de la reducción sistemática de presupuesto, además de los desencuentros entre la SEP y los gobiernos estatales para la operación de los planteles, coinciden expertos en educación.

Ángel Díaz Barriga y Mario Rueda, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE) de la UNAM, concuerdan en que la falta de presupuesto y la poca atención por parte de las autoridades locales y de los diferentes gobiernos federales causaron serios problemas en las normales, por lo que muchas han hecho “milagros” para tener una buena operación y funcionamiento.

“Después de 1968, año en el que algunas normales rurales se politizaron, fue cuando el gobierno federal optó por reducirles el presupuesto, porque se volvieron incómodas y aunque no han logrado desaparecerlas, las fueron dejando a su suerte”, aseveró Díaz Barriga.

El Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) revela que si persisten problemas en su operatividad es porque los programas de mejora instrumentados en los últimos 28 años no lograron impactar en el cambio de las prácticas docentes, pues aunque hubo avances de infraestructura, “no se logró diseñar programas efectivos de mejora del profesorado y de las prácticas educativas en el aula que eleven la calidad de la formación de los docentes”.

El desfase entre los programas de educación básica y los planes de estudio se agrava en las normales rurales, pues a decir de Díaz Barriga, a quienes pasan por sus aulas no se les forma para manejar grupos multigrado, de modo que cuando llegan a esas escuelas, no tienen la habilidad de dar clases a niños de diferentes edades y grados académicos.

“Se les impone un plan de estudios que no corresponde con su realidad, han trabajado con planes de estudio adversos. No hay planes de estudio que les enseñen el trabajo con grupos multigrados; entonces los egresados de normales rurales salen con deficiencias para dar clases en un modelo de escuelas multigrado”.

Mario Rueda, director del IISUE, consideró que las normales son un claro ejemplo de lo que pasa con el sistema educativo. “Hay normales rurales que funcionan bien, que han tratado de adaptarse a las nuevas condiciones, aunque les han recortado el presupuesto sistemáticamente”.

Consideró que se necesita reconocer la diversidad y buscar soluciones precisas, basadas en las condiciones de cada normal. No puede haber homologación, porque eso las va a tener desfasadas siempre.

El 18 de noviembre, Aurelio Nuño, secretario de Educación Pública, adelantó que se cocina un Plan Integral de Fortalecimiento para las Escuelas Normales, que estará listo en febrero de 2016, para dar herramientas de competencia a alumnos de las 449 normales rurales y urbanas del país.

Precisó que se presentará un replanteamiento integral para fortalecerlas y que tengan mayor calidad: “que la calidad con la que se enseña a los normalistas sea mucho mayor y les permita egresar con más fortaleza”, al reconocer que por décadas se ha abandonado la educación normal en el país.

“No se la ha invertido lo suficiente, hay muchos rezagos. Muchas normales también han quedado encerradas en sí mismas, muchas no tienen mucho contacto con el mundo exterior”, por lo que señaló “tenemos que mejorar la formación inicial desde las normales, es decir, a los que van a ser los próximos maestros de las nuevas generaciones”.

Reprobados

Uno de cada tres egresados de las 449 normales del país en las que estudian alrededor de 120 mil estudiantes —es decir, 40 mil— tiene un logro académico insuficiente, y esa cifra sube a 70% entre los que cursan la licenciatura en primaria intercultural bilingüe, mientras que 43% de los futuros docentes de matemáticas termina con deficiencias en su preparación.

Un diagnóstico del INEE advierte que un tercio de los alumnos normalistas a punto de egresar tienen un logro académico insuficiente, pues por tres décadas se ha dejado a las normales a la deriva, se les recortó el presupuesto y no hubo coordinación entre las autoridades federal y estatales para tenerlas actualizadas.

El INEE señala que hay seria debilidad en las tutorías y acompañamiento de los estudiantes, pues aunque en 2012 la Subsecretaría de Educación Superior estableció que los alumnos debían tener tutores, “ese acompañamiento es una práctica incipiente en la mayoría de las normales”.

Aunado a ello, impera una inadecuada vinculación entre los programas de formación y las escuelas de educación básica, por lo que una característica histórica de los planes de estudio de las normales es su rezago, lo que da lugar a un desfase estructural.

Un ejemplo es que en 1993 se realizó una reforma curricular para la educación básica, pero la normal continuó formando a los nuevos maestros de preescolar y primaria con el plan de estudios de 1984, y a los de secundaria con el de 1983.

 

Egresan con formación altamente politizada

Desde la fundación de la primera normal rural el 22 de mayo de 1922, en Tacámbaro, Michoacán, como parte de una estrategia para impulsar la formación de maestros-campesinos, con las Escuelas Centrales Agrícolas, académicos y especialistas coinciden en que en éstas se forman a alumnos altamente politizados.

Tatiana Coll, investigadora de la UPN, en su texto Las normales rurales: 90 años de lucha y resistencia, detalla la amplia participación de los normalistas en diferentes movilizaciones y luchas sociales, algunas históricas, en el país.

Coll recuerda que fue con José Vasconcelos al frente de la naciente Secretaría de Educación Pública cuando se funda la primera normal rural.

“Desde su creación (...) fueron confrontadas por los grandes hacendados y por la Iglesia. Los curas las llamaban ‘las escuelas del diablo’. El clero, furibundo, amenazaba con excomulgar a las familias de quienes se inscribieran, y hacían correr rumores sobre las prácticas inmorales que se realizaban en los internados”.

La académica explica que las críticas a la Normal Rural de Tacámbaro, principalmente por el obispo del lugar, en el contexto de la Guerra Cristera, nodal en Michoacán, jugó un papel central para trasladar el plantel a otros municipios y evitar así confrontaciones. En 1949 quedó instalada, por fin, en Tiripetío, como hasta hoy.

Guerrilleros

“La vida y las luchas de las normales rurales forman parte indisoluble de la tenaz pelea de los campesinos pobres de México a lo largo de los siglos XX y XXI. Nacieron con la Revolución Mexicana junto con el reparto de la tierra y la formación de los ejidos”, detalla Coll.

Afirma que desde los 40 priva en las normales rurales la reducción presupuestal y lo que llama “la política del abandono”, lo que propició el surgimiento de protestas normalistas. Activismo que perdura hasta nuestros días, sobre todo en Guerrero y Michoacán.

En 1935, en el sexenio de Lázaro Cárdenas del Río, hubo 35 normales rurales, que en 1946 bajaron a 18 con los cambios del sexenio de Manuel Ávila Camacho.

En los gobiernos de Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos las normales rurales crecieron a 29, pero Gustavo Díaz Ordaz cerró casi la mitad en 1969, al considerar que eran “semilleros de guerrilleros”. A las 15 que sobrevivieron se añaden, en los 70, normales en Morelos y Tamaulipas. Desde entonces subsisten 17.

En Ayotzinapa subsisten en la pobreza extrema

Con menos de dos dólares sobreviven seis de cada diez familias de los normalistas rurales, es decir, ni siquiera alcanzan la línea de bienestar mínimo definida por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), según el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE).

“La gran mayoría son chicos pobres. Esos jovencitos vienen de una economía muy precaria, donde no había ni qué comer al otro día. Éste (Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayot-zinapa) es un lugar donde tienen garantizada la comida”, asegura Bardomiano Martínez Astudillo, subdirector de esta normal rural.

La afirmación también es relativa, pues el mismo director de la normal, José Luis Hernández Rivera, ha advertido que el presupuesto destinado para la comida y el alojamiento de cada uno de los 522 inscritos aquí es de 50 pesos diarios.

“Cincuenta pesos tienen que alcanzar para las tres comidas: desayunar, comer y cenar. Las becas no van con los costos reales, se han quedado rezagadas y sus familias son de escasos recursos”, explica a Excélsior.

“Las normales rurales sería una de las únicas vías por las cuales los campesinos pueden ascender socialmente. Para el gobierno, estas instituciones proveerían los misioneros encargados de inculcar las nuevas prácticas de corte cívico, enseñar hábitos de higiene e inculcar nuevos modelos de organización doméstica. Serían los mismos campesinos los más comprometidos apóstoles”, argumenta Tanalís Padilla en su investigación Las normales rurales: historia y proyecto de nación. (UAM-Azcapotzalco).

De hecho, parte de los requisitos indispensables para ingresar a las normales rurales es presentar dos constancias: una de bajos ingresos familiares y otra de procedencia campesina expedida por el presidente municipal o el comisario ejidal.

Al pisar la normal de Ayotzinapa se puede observar una estampa de marginación que, lejos de su familia, deben superar los estudiantes; la mayoría no tiene cama, duermen en colchones acomodados en el suelo; sus habitaciones están en aulas sin ventanas, a pesar del frío y la humedad que castiga por las noches a este municipio guerrerense.

“Ellos viven de una forma hacinada”, denuncia el director Hernández.

A cualquier joven que uno se acerque para preguntar por qué eligió estudiar en esta escuela, su respuesta casi siempre es la misma: “porque no había de otra”.

“Nuestros hijos salieron a estudiar, porque nosotros no tenemos para pagar escuelas. Somos pobres, campesinos. Mis hijos también sembraban ajonjolí y maíz, le ayudaban a su papá. También ordeñaban las vacas. Si hubiéramos sabido que los iban a desaparecer no los hubiéramos mandado. Le digo que uno de pobre no se muere”, lamenta doña Yolanda González Mendoza, madre dos normalistas, el que continúa sus estudios en Ayotzinapa, y de Jonás Trujillo, uno de los 43 normalistas desaparecidos en 2014.

La historia de doña Yolanda se repite en todo el país, donde para los jóvenes campesinos entrar a una normal rural garantiza, al menos, el acceso a un techo y comida mientras estudian.

“Fue una bendición, difícilmente hubiera logrado yo ser maestra si no es por la normal rural. Porque ahí teníamos asegurada la alimentación, estudio, hospedaje. Teníamos todo lo que realmente necesita uno para hacer una carrera. Le estoy muy agradecida a la normal, porque creo que de ahí salimos aptas para enfrentarnos a cualquier adversidad”, relata Belén Cuevas, egresada de Saucillo, Chihuahua, en el texto de Padilla.

En Ayotzinapa, mientras Rodrigo, de primer ingreso, abona descalzo el campo, confiesa que “es muy pesado. ¿Tú crees que si yo tuviera los recursos para ir a otra escuela andaría aquí padeciendo?, pero tenemos que aguantar, no nos queda de otra”.

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