Logo de Excélsior                                                        
Expresiones

Los trazos de una despedida íntima; relatan los últimos días Gabriel García Márquez

Hoy se presenta el libro ‘Gabo y Mercedes: una despedida’, escrito por Rodrigo García, hijo del Nobel de Literatura, en la Casa Estudio Cien Años de Soledad

JUAN CARLOS TALAVERA | 02-12-2021
Fotos: Cortesía Familia de Gabriel García Márquez/ Fotoarte: Erick Zepeda
Fotos: Cortesía Familia de Gabriel García Márquez/ Fotoarte: Erick Zepeda

 

CIUDAD DE MÉXICO. “Trabajo con mi memoria. La memoria es mi herramienta y mi materia prima. No puedo trabajar sin ella, ayúdenme”, clamaba con insistencia Gabrel Gaircía Márquez meses antes de fallecer, en 2014, en su casa del sur de la Ciudad de México.

Así lo recuerda su hijo, el cineasta Rodrigo García, en el libro Gabo y Mercedes: una despedida, en el que relata los últimos días del autor de Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera, que será presentado hoy a las 11:00 horas en la Casa Estudio Cien Años de Soledad en una charla digital con Juan Villoro.

Escribir sobre la muerte de un ser querido debe ser casi tan antiguo como la escritura misma y, sin embargo, cuando me dispongo a hacerlo, instantáneamente se me hace un nudo en la garganta”, afirma el cineasta en este libro publicado por Penguin Random House, lleno de anécdotas y fragmentos íntimos, desde sus amores literarios y la existencia de un cementerio de mascotas, hasta su percepción sobre la fama, el día que comió entre la basura y la donación de la cama de hospital en la que pasó sus últimos días.

Con el tiempo, escribe Rodrigo García, esa repetición extenuante sobre la pérdida de la memoria quedó en el pasado y Gabo se resignó con cierta ironía. Entonces, “recobraba algo de tranquilidad y a veces decía: Estoy perdiendo la memoria, pero por suerte se me olvida que la estoy perdiendo”.

Rodrigo también dice que el sentido del humor de Gabo sobrevivió a la demencia que padeció hacia el final de su vida y recuerda que en los últimos meses era cuidado por dos enfermeras y dos auxiliares, quienes a veces lo despertaban con sus voces.

En una de esas ocasiones Rodrigo estaba en el cuarto contiguo y escucho algunas carcajadas. “Entro y pregunto qué pasa –apunta el cineasta–. Me dicen que mi padre abrió los ojos, las miró con atención y dijo tranquilamente: ‘No me las puedo tirar a todas’”.

Otro momento entrañable del libro es de principios de los años 70, cuando recibía algunas quimioterapias y Gabo cuestionaba su vida: “Nada interesante me ha pasado después de los ocho años”, edad en la que había dejado la casa de sus abuelos, el pueblo de Aracataca y el mundo que inspiró su obra inicial”.

El cineasta también habla sobre el carácter de su padre. “A pesar de su naturaleza sociable y de una aparente comodidad con la vida pública, mi padre era una persona bastante discreta, incluso introvertida. No quiere decir que fuera incapaz de disfrutar de la fama o que fuera indemne al narcisismo, pero aun así siempre sospechó de la fama y del éxito literarios”.

Y a menudo recordaba que Tolstói, Proust y Borges nunca ganaron el Premio Nobel, ni tampoco tres de sus escritores favoritos: Virginia Woolf, Juan Rulfo y Graham Greene. “A menudo, le parecía que el éxito no era algo que hubiera conseguido, sino algo que le había sucedido”.

Además, a Gabo no le intimidaban las referencias eurocéntricas, porque “sabía que el arte podía florecer en un edificio de apartamentos en Kioto o en un condado rural en Mississippi, y tenía la firme convicción de que cualquier rincón remoto y desvencijado de Latinoamérica o del Caribe podía representar la experiencia humana de manera poderosa”.

Fue un lector omnívoro al que le gustaba la revista ¡Hola!, el estudio de casos de un médico, las memorias de Mohammed Alí o alguna novela de suspenso de Frederick Forsyth, incluso entre sus amores literarios menos conocidos estuvo Thornton Wilder y Los idus de marzo, que permaneció en su mesita de noche por casi tres décadas.

También recupera una anécdota de su primera estancia en París, en 1955, cuando “una tarde visitó a una mujer y trató de alargar la visita hasta que lo invitaran a comer, porque estaba sin un peso y no había comido en días. (Pero) luego de que eso fallara, hurgó en su basura al salir y comió de lo que encontró”.

A la mitad del libro se detiene el corazón de García Márquez y le sigue la parafernalia y los momentos confusos, las llamadas telefónicas. La difusión de la noticia. Aquel día era un Jueves Santo, como sucedió con Úrsula Iguarán, personaje clave en Cien años de Soledad.

 

cva

 

*En el siguiente enlace encontrarás las noticias de Última Hora

Visita nuestra Última hora

*También checa nuestras Galerías

Visita nuestras Galerías

Conoce lo más viral en Facebook Trending 

Lee a los columnistas de Excélsior Opinión

 

 

Te recomendamos

Tags

Comparte en Redes Sociales