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Expresiones

Joaquín Díez-Canedo Manteca, ‘un editor de leyenda’

Marco Antonio Campos, Hernán Lara Zavala y James Valender rindieron homenaje en la UNAM al creador del sello Joaquín Mortiz

Virginia Bautista | 14-11-2019
Foto: Daniel Betanzos / Archivo
Foto: Daniel Betanzos / Archivo

CIUDAD DE MÉXICO.

Un editor inolvidable. Esto fue el madrileño Joaquín Díez-Canedo Manteca (1917-1999) para los escritores mexicanos Hernán Lara Zavala (1946) y Marco Antonio Campos (1949), quienes recuerdan su trato “generoso y abierto” cuando le propusieron que publicara sus primeros libros, lo que marcó sus vidas y su carrera, confiesan.

Han pasado 44 años de ese primer encuentro. Nunca puso un reparo. Me conmueve su recuerdo hasta la raíz del alma. Sin duda fue el mejor editor de literatura mexicana en el siglo XX. Un auténtico caballero y, ante todo, un gran hombre”, comentó ayer Campos.

Don Joaquín no ha muerto. Este homenaje es un acto de justicia poética en favor de un gran editor que cambió los destinos de la industria editorial en México y en Latinoamérica. Larga vida a don Joaquín”, agregó Lara Zavala.

Ambos fueron dos de los autores de la editorial Joaquín Mortiz, que Díez-Canedo Manteca fundó en 1962, en la que lanzó las famosas colecciones Serie del Volador (narrativa) y Las Dos Orillas (poesía), que estuvieron presentes ayer en el homenaje que la UNAM le rindió a este poeta y traductor que llegó a México en 1940.

En el marco del coloquio Exilio y autonomía, organizado por el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, se revisó el legado del creador de la clásica colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica (FCE), donde trabajó durante 20 años, de 1942 a 1962. Participaron además los investigadores James Valender y Freja Cervantes, y Aurora y Joaquín Díez-Canedo Flores, hijos del legendario editor.

En una sala pequeña y ante un público cálido, conformado por amigos y familiares de la familia Díez-Canedo, entre cuyos asistentes se encontraba Aurora Flores Zertuche, de 98 años, viuda del homenajeado, Lara Zavala y Campos dieron rienda suelta a sus recuerdos.

El primero, autor de De Zitilchén (1981), evocó la primera ocasión que atravesó aquella puerta de hojas batientes, “como tipo cantina”, del despacho de Díez-Canedo Manteca en Joaquín Mortiz, que le permitían la entrada a todos.

“Yo tenía el anhelo desesperado de ser publicado por este sello. Así que llevé mi libro a sus oficinas. Me recibió de muy buen talante. Me dijo que tenía que hacer una cola larga, pero no me importó. Me fui a una beca, de viaje, y pasaron cuatro años para que por fin se publicara mi libro.

Cuando fui a darle las gracias, me dijo ‘usted sí rompió récord de espera, le agradezco la paciencia’. Yo le llevaba una botella de vino como señal de agradecimiento. Y me dijo que no le agradeciera nada, que faltaban muchas cosas por pasar. ‘Por ejemplo’, aclaró, ‘me va a venir a reclamar que no encuentra su libro en librerías y que la distribución de Mortiz es pésima’”, contó entre risas.

Para Lara Zavala, “si para muchos, la Conquista de México fue una herida y un agravio, me permito sugerir que el exilio español —que trajo a don Joaquín, entre muchos intelectuales vitales— resultó una suerte de bálsamo de esa vieja herida. “Su guía propició la época de oro del FCE. Y, al crear su propia empresa con el sello español Seix Barral, tendió un puente entre la literatura española y la latinoamericana, determinante para el surgimiento del ‘Boom’ latinoamericano. La literatura mexicana de la segunda mitad del siglo XX nació gracias a sus buenos oficios”, concluyó.

 

Editar sus cartas

 

Marco Antonio Campos narró que fue a ver al editor una mañana de 1975 a la calle de Tabasco 6. “Le pedí a mi amigo Luis Chumacero que me acompañara, para que don Joaquín me asociara con su padre, Alí. Llevaba en las manos el manuscrito de mi primer libro en prosa, La desaparición de Fabricio Montesco, que reunía cuentos, poemas en prosa y ensayos. Desde luego nos recibió sin hacer antesala, nunca fue su estilo.

Afable, siempre con la pipa, raspando frases que yo apenas entendía, me dijo que lo iba a revisar, que tenía muchos manuscritos, pero que si lo llevaba un amigo de sus amigos era muy difícil negarse; no obstante, debía esperar dos años. Le aclaré que no había problema, que lo podía seguir corrigiendo. Y, en 1977, cuando me dijo que lo mandaría a la imprenta, le entregué el manuscrito con las correcciones finales. Desde entonces empecé a tener con él una relación cordial y afectuosa”, explicó.

El también cronista y ensayista añadió que aquel 1975 le sorprendió que cuando le llevó sus dos primeras novelas, Que la carne es hierba (1982) y Hemos perdido el reino (1987), y su segundo libro de cuentos, No pasará el invierno (1985), los publicó de inmediato.

Cuatro libros de narrativa en diez años para un entonces joven como yo es para agradecerlo para siempre. Él apostó por muchos escritores mexicanos, a pesar de que perdió dinero. Él y Arnaldo Orfila son en México los dos editores de leyenda”, indicó.

Por su parte, el investigador James Valender habló del Díez-Canedo Manteca joven, de quien antes de la Guerra Civil española pensaba publicar su primer poemario, un anhelo al que aún no renunciaba en 1946, ya en México.

No llegó a publicar ningún libro de poemas suyos, ni antes ni después de la guerra. De sus largos años de exilio, sólo se conoce un soneto y unos cuantos versos festivos. Por eso, su mayor satisfacción fue editar poesía. La conocía como pocos”, apuntó.

Finalmente, Aurora Díez-Canedo Flores ratificó que sigue el plan de publicar las cuarenta cartas que su padre envió a familiares y a amigos mientras estaba en la guerra civil. “Pero apenas buscaremos editor”.

 

 

 

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cva

 

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