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Expresiones

Eduardo Sacheri hurga en los límites de la libertad del deseo

El escritor argentino presentó en la FIL Guadalajara Lo mucho que te amé, novela de “corazones múltiples”

YURIRIA SIERRA | 04-12-2019
El escritor e historiador Eduardo Sacheri nació en Buenos Aires en 1967. Foto: Tomada de: ©FIL/Bernardo De Niz
El escritor e historiador Eduardo Sacheri nació en Buenos Aires en 1967. Foto: Tomada de: ©FIL/Bernardo De Niz

CIUDAD DE MÉXICO. 

Eduardo Sacheri, cuya obra literaria está vinculada frecuentemente con el tema del futbol, fue entrevistado por Grupo Imagen acerca de su novela más reciente, publicada por el sello Alfaguara.

Regresa a las librerías no con un balón, Eduardo Sacheri, sino con un corazón: Lo mucho que te amé, su nueva novela...

Mi nueva novela, es cierto es muy de amor.

Y digo, quizá también hay corazones pateados como los balones de futbol, pero no es el caso...

No, hay corazones múltiples, dilemas de amor en esta ocasión...

Por supuesto que el amor es el que más dilemas presenta siempre, pero en este libro los dilemas, si bien probablemente no sean lo más comunes y corrientes, sí están situados en una época, los años 50, en que hoy generan preguntas vigentes.

Es verdad. Tal vez en los 50 y los 60 del siglo XX las sanciones morales, la vigilancia sobre las costumbres, sobre todo de las chicas, era mayor de lo que es ahora. Pero estas cuestiones de a qué tenemos derecho de lo que deseamos, cuáles son los límites a nuestra libertad de deseo, podemos o no dañar a quienes queremos en pos de esas búsquedas, yo creo que son cuestiones que nos siguen acuciando hoy y probablemente en cualquier época.

Y en su novela asume la voz de una mujer. Es difícil, eh...

Pero es lindo. Digo, cuando uno empieza a escribir una novela no conoce tanto a su personaje, pero cuando llevas ocho, diez o doce meses escribiendo, uno se siente muy próximo al personaje. Es una metamorfosis muy atractiva. Mientras escribí a Ofelia, llegó un punto en que perdí de vista que yo no era Ofelia. Y es mágico y es muy divertido...

Y qué valiente hacerlo como escritor, porque a lo mejor hay en cierto momento un temor como el de Tiresias, ¿no? Decidiendo qué es lo que siente un hombre y qué es lo que siente una mujer. Seguramente para usted como escritor debió ser un reto.

Sin duda fue un reto, pero son esos retos que, diría, se originan al ponerte a escribir. Esto de hacerte preguntas, pero no saber si al terminar de escribir sabrás más de lo que sabes hoy, pero va a ser divertido. Iba a ser enriquecedor preguntármelo y me pasó con esta novela también.

Y justamente las preguntas que Eduardo Sacheri nos pone en Lo mucho que te amé, son preguntas que, insisto, se escriben desde el pasado para hablarlas en el presente...

Bueno, es que creo que todos vivimos, vivamos en la época que vivamos, en el mundo moral, y ese mundo moral evoluciona. Aunque, fíjate qué paradoja: deseamos o necesitamos creer que nuestra moralidad es natural, que está escrita vaya saber dónde y que así debe ser y que así ha sido siempre, pero al mismo tiempo nuestra manera individual de sentir muchas veces choca con esos límites de moral y, al mismo tiempo, movernos históricamente a un relato ambientado 60 años atrás, nos lleva a refrendar que la moral cambia también y seguirá cambiando. Y eso que como seres humanos nos interpela más.

Nos lleva al muy viejo lugar común de “en la guerra y en el amor todo se vale”.

¿Todo se vale?

Ésa es la pregunta. Y nos pone muchas preguntas nuevas, que si bien están planteadas desde los años 60, 50, 20, no sólo del siglo, sino del milenio, siguen siendo muy pertinentes...

Yo creo que sí, porque siempre hay cosas deseadas y siempre hay impulsos de libertad que chocan, o con el deber o con los sentimientos de quienes amamos, porque Ofelia en este caso no sólo choca con un supuesto deber moral, sino con el daño que puede hacer a quien quiere. Esos son dilemas frecuentes que tenemos. Esto es, deseamos ser, pero mientras somos, eventualmente dañamos en esa sinuosidad inevitable de la vida...

Y ya lo decía, la moral va cambiando, los convencionalismos van cambiando, se van abriendo puertas; sin embargo, hay un último reducto de imposibilidad para el amor que vale la pena descubrir en Lo mucho que te amé.

La novela tiene que ver con esto de si se puede o no amar a más de una persona y creo que, mientras la escribía y ahora charlando sobre la novela, hay un dilema muy lindo que es: a veces es mucho más, si lo planteamos como, ¿me puede pasar esto de amar a más de una persona? Bueno, sí, puede ser por esto y por aquello, yo encuentro montón de motivos; pero cuando uno da vuelta a la situación, el deseo de exclusividad, de ser amado en exclusividad, es muy fuerte todavía. No digo que nos pase a todos, pero casi a todos nos sigue pasando: no nos gusta pensar que, quien nos ama, eventualmente también ame a otra persona...

Claro. Cuando es reversa la medalla, pues no es tan divertida la pregunta, ¿no?

Claro. Se vuelve incómoda y a lo mejor hay argumentos que nos han parecido razonables, entendibles, tolerables cuando somos el sujeto del asunto; si somos el objeto de esa duplicidad: ¡epa!, nos cuesta...

No está tan divertido...

No, puede ser inquietante.

¿Qué tanto de eso es cultural y qué tanto de eso es verdaderamente biológico?

¡Ay, qué pregunta!

Bueno, es una pregunta para Sacheri...

Es interesantísima como pregunta. No lo sé. Creo que es eminentemente cultural, me parece. Porque hay duplicidades amorosas que sí tenemos asumidas normalmente. Cualquiera de nosotros que es padre o madre le dice a sus hijos cuando hay celos entre ellos: “yo te quiero a ti y también a tu hermana, también quiero a tu hermano”. Y como hijos asumimos que sí, soy amado, pero no soy el único en ser amado. Y, sin embargo, en el amor de pareja tenemos una frontera que nos cuesta mucho superar. Tal vez hay gente que sí, en estos tiempos, como dices, de morales mucho más amplias, tolerables y relajadas.

Esta es apenas una de las interrogantes que está aquí en su novela, pero hay varias más. El tiempo de respuesta. Estamos acostumbrados, sobre todo, en estas épocas, en donde un teléfono celular nos permite responder la mayoría de nuestras dudas en 20 segundos, y no es cierto, a veces hay respuestas que deseablemente deberían tomar más tiempo...

Creo que las redes y los teléfonos nos confunden, nos hacen pensar que hay respuestas, que todo tiene una respuesta inmediata. Y fíjate que hoy en día responder “no sé” o “tendría que pensarlo mucho” no es muy habitual. ¡Hay respuestas que demoran una vida!

Una vida completa...

Una vida completa o que también, intenté al menos en la vida de Ofelia, hay cosas que en una edad uno responde de un modo y después va respondiendo de otro, pero por lo que va viviendo. La vida misma va modificando tus respuestas; es inquietante y es bello al mismo tiempo. Porque somos otros de los que hemos ido y no porque hayamos perdido nuestras convicciones, sino porque la vida nos ha ido cambiando de sitio. Entonces, aquello de lo que hoy estamos seguros, tal vez en 10 años lo vemos de otro modo. Pero insisto, no porque renunciamos a aquello en lo que creíamos, sino porque vivimos, y mientras vivíamos, cambiamos...

No puedo evitar pensar, mientras me dice esto, en el personaje de La pregunta de sus ojos, y pensar si, al paso del tiempo, sus pasiones cambiarían y entonces ya no lo estarían poniendo en el ojo de su captura, por ejemplo...

Bueno, ya que citas La pregunta de sus ojos, hay dos grandes personajes masculinos (en esa novela), que son el viudo de la víctima, carcelero del asesino que está, ese sí, detenido para siempre en un instante, casi condenado a vivir a perpetuidad del mismo día y a no cambiar nunca; y el personaje que hace Ricardo Darín en la película (la cinta se tituló El secreto de sus ojos), este testigo del drama, testigo de la tragedia que sí cambia, porque cuando empieza la novela y cuando empieza la película decide escribir un libro, decide contar esta historia. Conversa con esta mujer de la que está silenciosamente enamorado desde su juventud y cuando termina de contar, es decir, cuando termina de pensar, cuando termina de recordar, de decir, él sí ha cambiado.

 

 

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