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Expresiones

Elena Garro, centenario

A un siglo del nacimiento de la escritora mexicana, que se cumple hoy, publicamos un texto que narra los orígenes creativos de la autora de Los recuerdos del porvenir. El germen creativo de Elena Garro. La semilla literaria de la dramaturga, narradora y poeta se formó durante su infancia en Puebla, Iguala y Ciudad de México

Juan Carlos Talavera | 11-12-2016
en un viaje. Elena Garro en Karuizaga, Japón (verano, 1952).

CIUDAD DE MÉXICO.

El “mundo del pueblo” de su madre Esperanza Navarro y el “mundo sofisticado”, lleno de lecturas clásicas y modernas, de su padre José Antonio Garro nutrieron desde niña la imaginación de la dramaturga, novelista y cuentista Elena Garro (1916-1998).

El universo creativo de quien se convertiría en una de las escritoras más importantes de Iberoamérica, de quien hoy se conmemora el centenario de su natalicio, se formó durante su infancia y adolescencia en Puebla, Iguala y la Ciudad de México.

La obra de la pionera del realismo mágico, con su novela Los recuerdos del porvenir (Premio Xavier Villaurrutia 1963), se nutrió de los relatos de sus tíos maternos que lucharon al lado de Francisco Villa, de los cuentos de sus nanas indígenas y españolas y de la lectura de los clásicos griegos, italianos y alemanes que le hacía su padre; pero también de ser testigo de sucesos como la Guerra Cristera y el linchamiento de los campesinos.

Para entender la originalidad y la solidez de Garro como narradora y poeta hay que volver a su infancia, pues su formación comienza en el seno familiar. ¿Por qué siempre se tiene que hablar de Elena en relación a Octavio Paz? El poeta fue su esposo (de 1937 a 1959) y padre de su hija; pero la pasión de ella por la literatura y la escritura comenzó antes de conocerlo”, afirma Patricia Rosas Lopátegui.

La biógrafa de la narradora que, a un siglo de nacida, sigue despertando polémica porque “fue rompiendo con modelos tradicionales desde muy temprana edad”, detalla en entrevista vía telefónica desde Albuquerque, Nuevo México, cómo fue la incubadora, el caldo de cultivo, que originó las ideas que posteriormente Garro convirtió en literatura.

Su formación se dio en el seno familiar, a partir tanto de su padre, quien era un inmigrante español, asturiano, que llegó a México siendo un adolescente, y fue una persona muy culta; como de su madre, que era de Chihuahua.

Ellos determinaron la formación sólida de todos sus hijos: Sofía (que muere en España), Deva, Elena, Estrella y José Albano, el hermano menor, muy cercano a Elena. Siempre buscaron que fueran personas libres e independientes”, explica.

La profesora de literatura hispanoamericana de la Universidad de Nuevo México agrega que Garro se nutrió de dos mundos: el de su madre que, como norteña, era liberal y progresista. “Sus hermanos pelearon al lado de Francisco Villa e incluso algunos murieron”. Y el de su padre, que era gran lector y tenía espíritu emprendedor.

José Antonio y Esperanza se conocieron en la Ciudad de México. Ambos eran maderistas. Se casaron. Y cuando asesinaron a Madero, se dice que él fue uno de los pocos que acompañó el cuerpo del prócer hasta el final, enfrentando la persecución. Pero, finalmente, el matrimonio tuvo que irse a España.

Allá tuvieron a Sofía, que murió, nació Deva y Esperanza ya estaba embarazada de Elena cuando decidieron regresar a México. Desembarcaron en Veracruz y, de camino a la capital, le llegaron los dolores de parto en Puebla y ahí nació Elena. Luego continuaron su viaje a la Ciudad de México, donde la niña pasó sus primeros cinco años de vida”, añade.

La investigadora destaca que “Elena escuchará desde pequeña sobre la defensa del pueblo, de los desamparados, de los campesinos. Por el discurso de su madre y de los tíos maternos que sobrevivieron, la Revolución Mexicana fue un motor, un diario intelectual.

Ella se va a nutrir de estos dos mundos. Por un lado, el villista, el de la madre, el mundo del pueblo. Y, por otro lado, el mundo más sofisticado, intelectual, que le brindan su padre y su tío Bonifacio, quienes eran católicos y muy unidos”, indica.

Pero, aunque católico, aclara Patricia Rosas, José Antonio Garro también era progresista. “Inculcó en sus hijas el conocimiento. Les decía que tenían que ir a la universidad y tener un proyecto de vida intelectual, independiente del poder masculino. No era un padre machista, por eso Elena siempre se rebeló hasta donde pudo”.

Iguala, una especie de paraíso

Elena Garro fue una niña singular, traviesa y juguetona. “No podía aprender a leer y a escribir. Tenía un gran poder imaginativo, siempre quería escaparse al mundo de la ensoñación”, indica Rosas Lopátegui.

Cuando ella tenía unos seis años de edad, cuenta, la familia se fue a vivir a Iguala, Guerrero. “Iguala es para ella el paraíso terrenal. De ocho años y de adolescente fue nutriéndose del pensamiento occidental a través de las lecturas y las enseñanzas de su padre y su tío. Y se fue nutriendo también de la cosmovisión indígena.

Es un caso como el de (la pintora) Frida Kahlo, que creció muy cerca de sus nanas indígenas y españolas y los indios que trabajaban en la casa de su padre y su tío, que tenían una tienda de ropa. Ella los consideraba los ricos del pueblo”, comenta.

La propia Elena Garro le contó al crítico literario Emmanuel Carballo (1929-2014), en una carta que le envió desde Madrid el 29 de marzo de 1980, los juegos inolvidables con los que solía entretenerse de niña.

De pronto me dio por cometer asaltos a mano armada. A las primeras horas de la noche me disfrazaba de indio, me cubría la cara con un paliacate y la cabeza con un sombrero y cogía un puñal. Así asalté la casa de doña Carolina Cortina y la de mi tío Boni. Don Pepe Cortina y mi tío me recibieron a balazos. Yo me colgué de la tapia y aguanté el tiroteo. Los Cortina no me guardaron rencor…”, recordaba.

Pero, a la par de este mundo rosa, la autora del libro de cuentos La semana de colores descubrió en Iguala la maldad humana. “Allá fueron testigos de la Guerra Cristera y ellos eran católicos. Elena vivió en carne propia, de primera mano, las masacres, los linchamientos, de los campesinos. Para ella, la Cristiada no fue más que un pretexto de los hombres en el poder para matar a los rebeldes”.

En la ciudad guerrerense también se nutrió de la tradición oral indígena, afirma quien estudia la vida de Garro  y de otras escritoras mexicanas desde hace décadas. “Toda su infancia se la pasa escuchando los relatos, las leyendas indígenas que le cuentan sus nanas, con las que convive mucho tiempo. Se vuelve una lectora insaciable y después adquiere un amplio conocimiento de la literatura universal”.

Todo esto, prosigue la biógrafa y albacea, convierte a Garro “en la única escritora, incluyendo hombres, que conoce profundamente ambos mundos: el occidental y el prehispánico, y que sabe plasmar esa identidad dual de los mexicanos en la literatura”.

Posteriormente, para estudiar su preparatoria, Garro se regresa a la Ciudad de México, y decide ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde estudiaba literatura, teatro y danza clásica.

Todo esto se forja antes de conocer a Paz en la preparatoria. Por sus cartas y diarios sabemos que desde que comienzan el noviazgo, siempre habrá un gran conflicto entre ambos. De alguna manera tenían ideologías y gustos literarios diferentes”, apunta.

Un Arduo camino

Cuando Elena Garro se casó con el hoy Nobel de Literatura Octavio Paz, en 1937, su proyecto literario creativo se truncó, porque se fue con él a España. “Y cuando regresaron al país, ella no pudo continuar sus estudios en la UNAM, ni hacer teatro ni danza, porque él no se lo permitió.

Se dedicó a ser la compañera de Paz. Durante 20 años no desarrolló su proyecto de escritora, creo que aquí es cuando nace esa leyenda negra que ha ensombrecido a Garro, esa falsa percepción de que sin él no hubiera podido escribir”, considera la entrevistada.

Pero el mejor testimonio de que ella siempre escribió son sus diarios y cartas. Escribió, pero no publicó. En sus diarios menciona que Paz le pedía que quemara sus textos y ella escondía algunos. Que le decía que escribía mejor que él y que los quemara. Su hija Helena Paz confirmó estas versiones. Lo cierto es que la relación retrasó su carrera creativa”, apunta.

Rosas Lopátegui añade que Elena se dedicó a escribir de manera más creativa y permanente a partir de que la pareja regresó a México en 1954, después de vivir en Europa desde 1946, debido a la carrera diplomática del poeta.

Ella se reintegró a la vida cultural mexicana, pero sin pertenecer a ella del todo. De 1954 a 1957 escribió de una manera más libre y menos depresiva que en Europa. Lo primero que empezó a investigar fue para su obra Felipe Ángeles, porque este personaje revolucionario estaba en su imaginario. Pero después lo dejó un tiempo, porque los escritores que se reunían en su casa le dijeron que era una obra imposible de llevar a la escena”.

Fue cuando Paz dirigió el grupo Poesía en Voz Alta que, a petición de sus integrantes, se leyeron tres obras de Garro que conquistaron a la crítica y a los espectadores: Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido. Desde aquí, hacia 1957, su carrera despegó.

Rosas Lopátegui explica que Garro nunca dejó de escribir, a pesar de que “vivió acorralada los últimos 30 años de su vida”, de 1968 a 1998, debido a que, por su crítica a los intelectuales mexicanos en el marco de la matanza estudiantil de Tlatelolco, la obligaron a abandonar el país en 1972, junto con su hija, hacia Nueva York.

Debido a que les fue negado el asilo político, tuvieron que dejar la Gran Manzana en 1974 y emprender el viaje a España, donde vivieron con muchas carencias hasta 1981.

Fue el editor Joaquín Mortiz quien rompió el silencio sobre Garro en México publicándole en 1980 Andamos huyendo, Lola, que ganó un premio que les permitió trasladarse a París de 1981 a 1993. En junio de este año, a petición de escritores y autoridades culturales, regresaron a vivir a México ella y su hija.

Pero, tras cinco años de vivir en Cuernavaca, murió el 22 de agosto de 1998.

Creo que su obra debe redescubrirse. Hoy los jóvenes están maravillados leyéndola, porque su literatura no es cerebral, racionalista, sino que nace de las entrañas, es vivencial”, concluye.

Elena Garro y Rafael Tovar, una coincidencia

Coincidencias de la vida: Rafael Tovar y de Teresa falleció ayer, a un día del centenario del natalicio de Elena Garro. La escritora y el finado funcionario cultural sostuvieron una relación sincera y entrañable cuando la escritora regresó a México en 1991. Después de casi 20 años de exilio, recibió una serie de homenajes en ciudades del país.

Elena vio por primera vez al entonces director del Instituto Nacional de Bellas Artes durante los festejos en Aguascalientes. Ahí compartieron una comida sazonada por un tema que apasionaba a ambos: la Revolución soviética. De él, Garro comentó, entre otras cosas, que era “un chico muy inteligente, y muy guapo”.

Y Tovar, en la Sala de Murales del Palacio de Bellas Artes, comentó sobre ella: “Su labor como dramaturga, novelista y cuentista enriquece las letras mexicanas, al incorporar elementos mágicos y convertir su obra en un ejemplo de ruptura y cambio. Rendimos así un merecido homenaje al talento y la vocación unidas en la figura y en la obra de esta escritora que nunca se cansa de ir y venir, de escribir en sus ires y venires, de volcar en el papel lo que le dicta esa inspiración incansable y exigente de todo gran creador”.

Gracias a las gestiones de Tovar, Elena Garro fue declarada miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) en diciembre de 1993, haciéndose acreedora a una beca vitalicia como creadora emérita.

Seguramente ya se reencontraron en ese espacio mágico del hogar sólido y están muy contentos hablando de sus personajes históricos, de sus libros y de sus autores preferidos.

Patricia Rosas Lopátegui

Mirarla sólo como autora

Este es un buen momento para desbiografizar a Elena Garro (1916-1998) y aproximarnos a ella como la escritora y la artista de la palabra que fue, la gran fabuladora y autora poderosa, potente en su concepción del drama, el espacio y el lenguaje, no como la activista o pensadora política que no fue, tampoco como la amiga o exesposa de alguien en particular”, dice a Excélsior Geney Beltrán Félix, el editor y traductor quien recién ha publicado una antología con cuentos, novelas cortas y una selección de su dramaturgia poco leídos, con el que hoy recuerda a la Garro.

Considero que los escritores deben ser juzgados por sus libros, aunque eso no implica que dejemos de leerla políticamente, porque al final su obra contiene una imagen penetrante, aguda e incómoda de la historia mexicana. No podemos negarnos al hechizo que provoca su lectura; el reto para mí es explicarla literariamente, analizarla y ver sus temáticas, sus decisiones técnicas y el manejo simbólico, no lo que se dice sobre sus detractores, porque en 200 años es lo que interesará a los lectores”, añade el editor y traductor.

El volumen contiene cuentos: La culpa es de los Tlaxcaltecas, El zapaterito de Guanajuato, La semana de colores, El día que fuimos perros, Antes de la Guerra de Troya y Perfecto Luna; El niño perdido, Andamos huyendo, Lola, Las cuatro moscas, Una mujer sin cocina, Invitación al campo y Una mujer sin cocina.

También incluye la novela Reencuentro de personajes y tres novelas cortas: Un traje rojo para el duelo, Un corazón en un bote de basura y Primer amor; así como cinco ejemplos de su dramaturgia: Un hogar sólido, El rey mago, La señora en su balcón, Los perros y El rastro.

El origen de esta antología, dice Beltrán, se debe a que mucha obra de Garro hoy no circula. “Prácticamente lo único que permanece editado es Los recuerdos del porvenir, el libro con que siempre se asocia a Garro. Pero esta antología presenta las múltiples parcelas de una obra ambiciosa y variada que no ha sido debidamente aquilatada ni difundida”.

De ahí que explore cuatro campos: la dramaturgia, el cuento, la novela y la novela corta, “que son en los que, creo, destaca de manera magistral. Sin embargo, sabemos que toda selección es parcial y cuestionable, pues siempre dejas fuera algunos otros materiales interesantes”.

Así que esta compilación quiere mostrar la variedad y el amplio registro del mundo literario de Garro, un itinerario que puede seguir un lector inicial, alguien que la desconoce o sólo ha leído Los recuerdos del porvenir, el libro que está en la biblioteca pública más cercana o en cualquier librería, explica.

DESLUMBRAMIENTO

Inevitablemente esta antología muestra la evolución técnica, estilística y temática de Garro en sus dos etapas, precisa. “La primera va de Un hogar sólido, de 1958, y sus obras teatrales breves, hasta 1964, cuando publica La semana de colores. Luego viene la segunda etapa que va de 1980, cuando publica Andamos huyendo, Lola —su libro bisagra—, hasta 1998, cuando se publicó de forma póstuma Mi hermanita Magdalena, novela gozosa, jovial, lúdica y poco conocida”.

De la primera etapa de la autora mexicana se ha destacado su trabajo sobre el relato fantástico, fundacional del realismo mágico. Pero de la segunda etapa se perfila una creación más sicologista, introspectiva, como se explora en Elena Garro. Antología.

Me parece que esta antología le permitirá al lector observar que Garro fue una escritora consciente de la naturaleza técnica que utilizó tras la construcción de sus historias, donde se observa una constante: las relaciones conflictivas de pareja, como en sus tres novelas cortas.”

¿Es la segunda Garro la que no se ha leído tan bien?, se le cuestiona a Beltrán. “Creo que debemos leer con más detenimiento a la segunda Elena, no como un bloque lleno de ira y pesimismo”.

¿Qué encuentras en su teatro? “Es el primer género en el que se manifestó y provocó el deslumbramiento de sus coetáneos, particularmente por su poderío verbal de corte lírico y esa imaginación nutrida con las visiones de la infancia y la leyenda. La suya no fue una imaginación racionalista, sino explosiva. Sólo me queda una pregunta: ¿qué habría pasado si Garro hubiera seguido esa evolución, más pertinaz, en la dramaturgia?”, concluye.

 

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