Logo de Excélsior                                                        
Expresiones

Un recorrido por el barrio de Octavio Paz

Guiados por las memorias que dejó el poeta en sus obras Vuelta y Pasado en claro es posible recorrer el barrio de Mixcoac donde el escritor vivió 17 años y descubrió su vocación por las letras y su gusto por el basquetbol

Laura Llerena | 16-03-2014

CIUDAD DE MÉXICO, 16 de marzo.- Fue en el barrio de Mixcoac donde el escritor mexicano Octavio Paz vivió los primeros años de su vida. En este rincón de la Ciudad de México, en el que “...silba el carpintero, silba el nevero, silban tres fresnos en la plazuela...”, como describió en su poema Vuelta, descubrió su pasión por la poesía.

En el marco de las celebraciones para conmemorar el centenario del natalicio del Premio Nobel de Literatura, a festejarse el próximo 31 de marzo, la Coordinación Nacional de Literatura, del Instituto Nacional de Bellas Artes, realizará un tour guiado, como parte de su programa Paseos Literarios, para adentrarse en lo que fue la infancia y adolescencia de este famoso personaje.

El recorrido parte de la Plaza Valentín Gómez Farías, escondida en el barrio de San Juan Mixcoac. La plaza, de escasas dimensiones, recuerda con sus pequeñas jardineras, bancas y una fuente, lo que fuera el antiguo pueblo pirotécnico al que Paz hace referencia en sus textos.

Desde el centro de este pintoresco sitio se observa la iglesia de San Juan Bautista, conocida como “la iglesia enana”; y lo que anteriormente fue la casa de don Ireneo Paz, abuelo del poeta mexicano, y que hoy es un convento de la Orden de las Dominicas, hogar de monjas que preparan pan para los vecinos.

Junto con sus papás, Octavio Paz llegó a esta casa ubicada en el número ocho de la plaza cuando tenía unos cuantos meses de nacido, donde creció y vivió hasta los 17 años.

Roxana Elvridge-Thomas, catedrática de la Universidad del Claustro de Sor Juana, quien forma parte del Consejo de la Coordinación Nacional de Literatura, es la encargada de realizar este paseo literario, guiando a los interesados por la ciudad a través de las memorias que dejó el ensayista en su obra.

El primer encuentro con las letras

Roxana, quien funge como la narradora que va dando vida a cada una de las escenas que Paz inmortalizó en sus poemas, toca a la puerta del convento. Una monja abre y Roxana comenta el motivo de la visita.

Pregunta si es posible ingresar para ver lo que queda de la antigua casa del poeta. El hábito de la monja no impide ver el hartazgo que refleja su rostro cuando se da la explicación. “Es que ya han venido muchas personas de los periódicos a lo mismo, y ya para qué si ese señor ya se murió hace mucho”, responde.

Tras convencerla, deja pasar a los presentes, quienes a cambio de ingresar unos minutos, compran pan y prometen no tardar. “Hoy está muy cambiado”, dice Roxana, pero aún se ven algunas zonas de la casa en condiciones muy parecidas a cuando Paz vivía aquí. Al ingresar, del lado izquierdo estaba el comedor y la cocina, una estancia que hoy se mira vacía con enormes ventanales que tienen vista a la Plaza Valentín Gómez Farías.

De frente, lo que antiguamente fungía como la sala, actualmente es el recibidor de las mojas y un oratorio, mientras que en la sala de la derecha estaba la biblioteca de don Ireneo Paz, en la que el novelista tuvo su primer encuentro con las letras, la cual fue convertida en una capilla.

Ahí, dice Roxana “Paz leía mucho, fue donde conoció a los grandes autores franceses, rusos, ingleses y españoles, haciéndose de un gran acervo literario”.

En la parte trasera del convento estaban las habitaciones y el jardín que tanto le gustaba al novelista, donde crecía una hiedra que ingresaba a las recámaras, lo que al escritor le parecía “fascinante”, señala Roxana.

En algunos fragmentos de los poemas Vuelta y Pasado en Claro en los que el poeta recuerda su infancia y adolescencia en Mixcoac, la higuera que había en aquel jardín tiene privilegio en sus líneas, pues el árbol le sirvió de inspiración: “se subía a pensar y a leer. Ahí comenzó a elaborar sus pensamientos ya poéticos”, dice la catedrática. El jardín desapareció para dar paso a la construcción de las habitaciones de las monjas.

 

Ríos de poesía

Desde la casa, el adolescente Paz caminaba cada día hasta la antigua estación de trenes donde tomaba este transporte para dirigirse a San Ildefonso, en el centro de la ciudad, donde cursó la preparatoria.

Hoy ese trayecto abarca la calle Augusto Rodin que llega hasta la Plaza Jáuregui donde se observa la parte trasera de la Universidad Panamericana y la Casa de la Cultura.

Las calles son angostas y durante el trayecto se observan algunas fachadas antiguas, ya perdidas en medio de modernos edificios. Es necesario agudizar el sentido de la vista. A un costado de la Casa de la Cultura está la calle de la Campana que arropa a la casa del mismo nombre. “La calle de la Campana se unía al final con el río de Mixcoac, un puentecillo de piedra, niños harapientos y perros flacos. El río era un hilo de agua negruzca y fétida, un arroyo seco a final del año. Lo redimían los eucaliptos de las orillas. La calle y el río desembocaban en la estación de los tranvías…”, Desde el centro de este pintoresco sitio se observa la iglesia de San Juan Bautista, conocida como “la iglesia enana”; y lo que anteriormente fue la casa de don Ireneo Paz, abuelo del poeta mexicano, y que hoy es un convento de la Orden de las Dominicas, hogar de monjas que preparan pan para los vecinos. Junto con sus papás, Octavio Paz llegó a esta casa ubicada en el número ocho de la plaza cuando tenía unos cuantos meses de nacido, donde creció y vivió hasta los 17 años.  Roxana Elvridge-Thomas, catedrática de la Universidad del Claustro de Sor Juana, quien forma parte del Consejo de la Coordinación Nacional de Literatura, es la encargada de realizar este paseo literario, guiando a los interesados por la ciudad a través de las memorias que dejó el ensayista en su obra. lee nuevamente Roxana unos párrafos de su libro, creando un puente imaginario entre el pasado y el presente. En la imagen actual es sólo una calle más con autos estacionados.

Continuando el trayecto hacia la calle de Goya y la avenida Patriotismo estaba la estación de ferrocarriles donde daban vuelta los trenes. Ahora es una pequeña glorieta que se pierde en el andar de esta gran urbe, sin que los transeúntes siquiera lo piensen.

“…en la estación de los tranvías había un puesto de periódicos, algunos comercios y una cantina. Nos prohibían la entrada a los menores, y yo escuchaba desde la puerta las risotadas y el ruido de las fichas de dominó al rodar por las mesas…”

Cerca de la estación de tranvías estaba la escuela primaria oficial para varones, la Escuela Secundaria número 10 “Leopoldo Ayala” a la que Paz se “colaba” para jugar basquetbol con los alumnos.

“…una construcción digna, de muros espesos y grandes ventanales. Desarbolada pero con buenas canchas de basquetbol. Yo era aficionado a ese juego y por eso trabé amistad con muchos de esta escuela…”, refiere en uno de sus textos.

Donde todo comenzó

Por último, a lo lejos, sobre avenida Patriotismo, Roxana señala la parte trasera del Colegio Williams en el que Paz cursó la primaria y donde el escritor descubrió su amor por las letras y su vocación por la poesía.

“En el Williams terminé la primaria. Se cultivaba el cuerpo pero como energía y combate. Se exaltaban las virtudes viriles: la tenacidad, el valor, la lealtad y la agresividad.

El colegio tenía campos de futbol y beisbol, duchas de agua helada y una sala de debates para los alumnos mayores. Estoicismo y democracia, el chorro de agua fría y la discusión en el ágora. Una tarde, al salir corriendo del colegio me detuve de pronto, me sentí en el centro del mundo, alcé los ojos y vi, entre dos nubes, un cielo abierto, indescifrable, infinito. No supe qué decir. Conocí el entusiasmo y, tal vez, la poesía”, lee Roxana en voz alta con la entonación y las pausas necesarias que anuncian el cierre de este paseo literario.

La también poeta ha sido fiel admiradora de Octavio Paz desde joven. Lleva bajo el brazo, como un tesoro, uno de los libros del escritor, autografiado y dedicado para ella de puño y letra del Premio Nobel a quien conoció. Era “amable y generoso”, asegura.

Como la fuente de la Plaza Valentín Gómez Farías, donde todo comenzó, “el barrio de Mixcoac fue la fuente que inspiró el río de su poesía, de donde todo brotó”, afirma Roxana sin la menor duda.

“...estoy en Mixcoac, en los buzones se pudren las cartas. Sobre la cal del muro la mancha de la bugambilia aplastada por el sol, escrita por el sol, morada caligrafía pasional. Camino hacia atrás, hacia lo que dejé o me dejó…”, escribió Octavio Paz en su poema Vuelta luego de regresar, años después, al lugar que lo vio nacer.

Te recomendamos

Comparte en Redes Sociales