Expresiones

La vida sin Jorge Ibargüengoitia; 30 aniversario luctuoso

Viuda, amigos y críticos ponderan la personalidad y obra del escritor, quien fue víctima en un accidente aéreo.

Virginia Bautista y Sonia Ávila | 24-11-2013
Un gran gozador Gran viajero, siempre alegre y dispuesto amaba la fotografía, el ajedrez y la paella. Foto: Archivo Excelsior
La pintora británica, naturalizada mexicana, muestra Jorge jugando ajedrez, el retrato que hizo de Ibargüengoitia en 1977. Foto: Quetzalli González /Archivo
La vida sin Jorge Ibargüengoitia; 30 aniversario luctuoso
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CIUDAD DE MÉXICO, 24 de noviembre.-  “Fue el mejor tiempo de mi vida”. Con la mirada fija en el “jardín jungloso” de su casa de Jiutepec, Morelos, tras meditar brevemente y esbozar una sonrisa, así define la artista plástica Joy Laville las casi dos décadas que duró su relación amorosa con el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia (1928-1983).

A sus 90 años de edad, la pintora y escultora británica, naturalizada mexicana en 1986, recuerda al novelista, cuentista y dramaturgo como un hombre “siempre alegre y dispuesto”, un “viajero incansable”, un “buen cocinero que nunca seguía las recetas porque le gustaba aventurarse” y un amante de la fotografía, el ajedrez y la paella.

Pero ante todo, dice en medio de una sala cuyos libreros, escritorios y estantes se desbordan de los libros del guanajuatense en diversos idiomas, fotografías de ambos con amigos y dibujos y pinturas que ella le ha dedicado, era un “extraordinario ser humano y un escritor singular”.

En un presente donde, admite, ha procurado olvidar las fechas exactas, “los años, los días y las horas”, existe una imagen de quien fuera su esposo fija en su memoria: “Jorge sentado en el balcón de nuestro departamento de París, pensando, viéndolo todo, tal vez ideando alguna historia o simplemente disfrutando de la vida”, detalla en entrevista con Excélsior.

El mismo departamento que fue su último hogar, a donde le llegó la cruel y sorpresiva noticia de la muerte del narrador, el 27 de noviembre de hace 30 años, al desplomarse cerca del aeropuerto de Madrid (España) el avión en el que viajaba rumbo a Colombia para participar en el Primer Encuentro de Cultura Hispanoamericana en Bogotá, a invitación del ya entonces Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.

“Fue algo completamente inesperado. Me cambió la vida. Tras su muerte,  me quedé en París por inercia, como año y medio, sin poder moverme. Pero pronto supe que quería volver a México, a donde llegué a vivir en 1956. Y no quiero estar en otro país”, agrega la también escultora.

Laville tuvo que recorrer varias latitudes para conocer a Ibargüengoitia. Tras dejar su natal Isla de Wight, en Gran Bretaña, vivió nueve años en Canadá (1947-1956), donde se casó y tuvo un hijo. En 1956, se trasladó a vivir a San Miguel de Allende, Guanajuato, donde estudió pintura en el Instituto Allende y trabajó en la tienda El Colibrí. Ahí fue su primer encuentro con el autor de Los pasos de López.

“Era 1963 o 1964. Ahí se vendían libros y materiales para artes plásticas. Jorge vivía en Coyoacán y fue a Guanajuato a dar clases en una universidad. Se acercó a San Miguel para comprar lo que necesitaba para su curso. Entonces entró con su lista de libros y yo estaba detrás de la vitrina.

“Fue una charla breve. Él tenía que regresar, pero nos tomamos un café y platicamos un momento. El año siguiente ocurrió algo parecido y nos volvimos a ver. Empezamos hablando en español, pero él hablaba bien inglés. Después, me visitaba seguido y hacia 1968 acordamos vivir juntos”, narra risueña.

Joy y Jorge, quienes se casaron en 1973, disfrutaron mucho el barrio de Coyoacán, en la Ciudad de México. “Caminábamos, veíamos a los amigos, a su familia. Él cocinaba paella casi todos los fines de semana. Yo lo pintaba, pero mientras escribía o platicaba. No creas que se sentaba a modelar. Viajábamos mucho. Y un día, yo tenía una pintura en el comedor y dijo ‘ésa sería muy buena para la portada de Las muertas.’ Y desde ahí escogió mis pinturas para sus libros”, agrega.

La Premio Nacional de Ciencias y Artes 2012 cuenta que a Ibargüengoitia le gustaba cómo aparecían, en los años 70, sus artículos en el periódico Excélsior, donde se publicaban todos los martes y los viernes debajo de la caricatura de Abel Quezada. “Decían que era sarcástico. Eso era de vez en cuando y siempre con razón. Nunca dijo nada sin haber escogido con cuidado cada una de las palabras.”

Otro momento que evoca con alegría la viuda del autor de obras de teatro como Susana y los jóvenes (1954), Ante varias esfinges (1959) y El atentado (Premio Casa de las Américas, 1963), es cuando pintó Jorge jugando ajedrez, que realizó en la técnica de pastel sobre papel, en 1977, cuadro que aún conserva y cuida con cariño.

Tras la muerte de la madre de Ibargüengoitia, Luz Antillón, decidieron vender la casa de Coyoacán y viajar por Europa, “vivir allá, dos o tres meses en cada ciudad, conocer nuevas culturas e idiomas”, explica. Estuvieron en Londres, Grecia y España, hasta que decidieron establecerse en París, hacia 1980.

“Como ninguno de los dos manejaba, escogimos la capital francesa porque su transporte público, en especial el Metro, es el mejor del mundo, y también es agradable caminar por sus calles. Primero rentamos un departamento amueblado y luego nos cambiamos a otro sin muebles, que poco a poco acondicionamos”, señala la integrante de la Generación de la Ruptura.

París, y tal vez ese balcón desde donde contemplaba la capital gala y a su gente, fue el espacio propicio para la creatividad de Ibargüengoitia, quien ahí trabajó intensamente en la que sería su séptima novela, situada según se sabe en el Segundo Imperio Mexicano, el de Maximiliano de Habsburgo.

Orgullosa de que la obra del autor de Los relámpagos de agosto, La ley de Herodes y Estas ruinas que ves siga siendo leída por las nuevas generaciones, Joy Laville está muy al pendiente de las reediciones de sus libros, las nuevas traducciones y los homenajes que se le rinden aunque, desgraciadamente, ya no pueda viajar.

“Su recuerdo sigue muy vivo. Él está en toda la casa a través de sus cosas. Aún lo veo despedirse de mí aquel día. Llevaba su cámara Canon, que siempre cargaba, y sus papeles. Pero lo importante es que los mexicanos no lo olviden, que lo sigan leyendo”, comenta quien pinta todos los días paisajes azules habitados por mujeres, flores y el
mar.

 

Hizo real el mito de 13 a la mesa

La muerte del escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia (1928-1983) cimbró de manera especial a Carmen Beatriz López-Portillo Romano, rectora de la Universidad del Claustro de Sor Juana.

La promotora cultural, entonces esposa de Rafael Tovar y de Teresa, vivía en ese momento en París, porque el actual titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, era el ministro consejero de la embajada de México, en Francia.

La noticia del accidente aéreo donde perdió la vida el reconocido novelista, cuentista y dramaturgo guanajuatense, el 27 de noviembre de 1983, cuando viajaba de París, donde residía con su esposa Joy Laville, a Madrid con rumbo a Colombia, le hizo vivir una especie de “cuento ibargüengoitiano”.

A 30 años de distancia, recuerda que todo empezó una semana antes, en una cena en la embajada de México en Francia, con el embajador Jorge Castañeda, donde departían con Ibargüengoitia y Laville, entre otros intelectuales mexicanos.

“Esa noche éramos 13 a la mesa. Y, lo obligado, alguien comentó: ‘somos 13 a la mesa, hay que levantarnos’. Y jugamos con esas supersticiones o creencias que advierten que el número 13 es de mala suerte. Estuvimos burlándonos de la muerte y riéndonos, muy al estilo de Jorge”, narra.

Pero grande fue su sorpresa una semana después, al ver que la superstición se hizo realidad, y que uno de los comensales efectivamente murió. “Era muy impresionante ver que Jorge ya no estaba con nosotros. Fue una experiencia muy tremenda. Para todos fue un shock, nos cimbró. Y desde entonces recordamos que no hay que sentarse 13 a la
mesa”, agrega.

La hija del ex presidente de México, José López Portillo, que estaba con su padre cuando recibió la llamada de la embajada de México en la capital gala para avisarle lo del accidente, comprobó que el absurdo y la ironía que Ibargüengoitia recreaba en sus historias podía irrumpir en la vida cotidiana.

“Era domingo. Rafael estaba en Alemania. Había ido a ver a José Luis Martínez (hijo), que era agregado cultural de la embajada de México en Alemania. Me habló antes de salir a París para decirme que tomaba el
avión de regreso.

“Entonces me hablaron de la embajada, el chico que contestaba los teléfonos. Me dice: ‘señora, acaba de hablarme una señora cuyo nombre no recuerdo, pero empieza con I, para decirme que el avión de su esposo se cayó’. Imagínate mi impresión, pues Rafael venía volando.

“Se me cae el teléfono y me siento. Le aviso a mi papá que el avión de Rafael se cayó. Colgué pasmada repitiendo ‘no puede ser, no puede ser’. En eso, vuelve a llamar el chico y le pregunto ‘dime bien quién dijo qué’”, cuenta evocando la angustia
que sintió.

En ese momento, prosigue, en la embajada ya estaban Yuridia Iturriaga, Mercedes Iturbe y la señora Ibargüengoitia. “El chico me aclaró que había llamado la señora Ibargüengoitia. Y le dije, ‘a ver, para decir que el avión de su esposo se cayó, ¿el suyo de quién?, ¿el suyo de ella o el suyo mío?’. Y todavía me dice: ‘no lo sé, creo que el suyo de usted’.

“El avión de Rafael llegaba al aeropuerto en una hora. Mi francés en ese momento era fatal. Imagíname hablando a Air France y preguntando: ‘S’il vous plaît, ¿l’ avion arrivé, oui u no?’ Fue horrible. Salimos corriendo. Y cuando llegamos al aeropuerto Rafael venía saliendo y ya nos tranquilizamos. Entonces me di cuenta que había una persona que estaba sufriendo lo que yo acababa de vivir. Esa fue la confusión horrible que nos marcó”, añade.

Carmen Beatriz explica que días después se hicieron los trámites del sepelio. “Se recuperaron los cuerpos, lo que se pudo recuperar. Hubo una ceremonia. Se incineraron los restos allá. Todavía recuerdo que, al final de la cremación, nadie había previsto una urna para poner las cenizas. En ese momento enloquecidamente tuvimos que buscar una donde depositarlas. Rafael acompañó a Joy a comprar una.”

Concluye que aquel último encuentro con Jorge fue “una cena divertida con un desenlace tremendo, muy ibargüengoitiano”. Y cree que hay que recordar al narrador “alegre, lúcido, culto, enamorado del país, de la vida, buen amigo, un hombre muy querido, admirado, y una pluma genial.

“Era brillante, con una mirada crítica, humorosa. Con un conocimiento del ser mexicano muy peculiar, conocedor de las tradiciones, de la vida cotidiana, de nuestra cultura. Un tipo encantador, irónico, juguetón, maravilloso. Lo recuerdo con mucho cariño. Es un autor que sigue muy vivo entre
nosotros”, asegura.

 

Volvió cotidiano lo grotesco: Julio Ortega

“Un lugar felizmente marginal y, por ello, más fecundo”, así describe el crítico literario Julio Ortega el sitio que ocupa el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia en el panorama actual de las letras latinoamericanas.

“Hoy, que todo escritor está a punto del mal gusto, de una excesiva atención a su persona y a sus opiniones, Jorge es un ejemplo de escritor cabal: se ha hecho significativo por el valor de sus libros”, asegura en entrevista.

El investigador y catedrático de la Universidad de Brown (Estados Unidos) considera que la mayor aportación del novelista, cuentista y dramaturgo que nació en Guanajuato, pero que vivió en la Ciudad de México desde los cuatro años, fue su humor y su irreverencia.

“Su visión de lo grotesco y la truculencia son parte de su profunda crítica de la modernidad primitiva que nos ha tocado: una sociedad formada en la violencia mutua, el descreimiento del otro y nuestro lugar en esa
comedia negra.

“En su obra es extraordinario lo mucho que puede un mexicano contra otro mexicano. Por eso, algunas de sus novelas (Las muertas, Dos crímenes) parecen hoy alegorías morales sobre la lógica de la violencia: la negación del otro como una forma de suicidio”, especifica.

Hijo de Alejandro Ibargüengoitia Cumming  y María de la Luz Antillón, nació en la ciudad de Guanajuato el 22 de enero de 1928. A los 18 años ingresó a la Facultad de Ingeniería de la UNAM, pero al tercer año renunció a la carrera. Posteriormente, tomó tres años sabáticos en el rancho familiar San Roque.

En 1951, quedó impactado con la puesta en escena Rosalba y los llaveros, de Emilio Carballido, digirida por Salvador Novo en el Teatro Juárez. Tres meses después, se inscribió en Artes Dramáticas, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Ahí, tomó la clase de Teoría y Composición Dramática impartida por Rodolfo Usigli y tuvo como compañeros de generación a Emilio Carballido, Sergio Magaña, Luisa Josefina Hernández y Héctor Mendoza.

Mientras estudiaba, en 1953 escribió la comedia en tres actos Susana y los jóvenes, la cual fue leída y dirigida por Usigli. Escribió otras 15 piezas de teatro. El último fue El atentado, en 1962, con el que ganó el Premio Casa de las Américas.

A partir de allí decidió hacerse novelista, pues no encajó con los teatreros. Los relámpagos de agosto (1964) fue su primer título en este género. De 1969 a 1976 colaboró en el periódico Excélsior, donde develaba los misterios de la cotidianidad urbana.

Tras casarse en 1973 con la pintora británica Joy Laville, con quien visitó varios países, se estableció en París, donde comenzó a trabajar su séptima novela, inspirada en Maximiliano de Habsburgo, lo que ratificaba su fascinación por la historia.

“Fue un solitario… Tuvo la necesidad casi física y compulsiva de hacer la crónica inverosímil, pero veraz de su tiempo. En todos los géneros expresa el escándalo de la inteligencia mexicana: un agobio por la mentira dominante y la urgencia de abrir espacios de respiración”, prosigue Ortega.

Ibargüengoitia murió el 27 de noviembre de hace 30 años, en un accidente aéreo cerca del aeropuerto de Madrid, cuando volaba rumbo a Colombia. Sus restos descansan en la Presa de la Olla, en una de las colinas que rodean la ciudad de Guanajuato.

Pero su propuesta literaria continúa vigente. “No me sorprende que los jóvenes sintonicen con su obra, ya que para ellos la representación de lo grotesco se ha diversificado hasta convertirse en un paisaje natural. Ibargüengoitia fue el primero en hacer de lo grotesco la forma de lo cotidiano, no su excepción”, concluye el experto en literatura latinoamericana.

Humanizó a los héroes

Carlos Martínez Assad muestra en un libro a la Revolución Mexicana según Ibargüengoitia

Jorge Ibargüengoitia se adelantó “incluso a los historiadores” en el proceso de desmitificar los contenidos de la historia de México, afirma tajante el sociólogo Carlos Martínez Assad.

“Fue uno de los primeros en hacer a un lado ese oficialismo en el que todos los héroes terminan convertidos en estatuas de bronce intocables e inaccesibles, inmaculadas. Partió de la idea de que los personajes de la historia son tan humanos como nosotros”, agrega.

Tal vez inspirado por el héroe que tenía en casa, su abuelo Florencio Antillón, el general liberal que recuperó la ciudad de Guanajuato tras la ocupación francesa, sintió desde niño una fascinación por la historia, en especial por la Independencia y la Revolución mexicanas.

Las novelas, Los relámpagos de agosto y Los pasos de López son el mejor ejemplo. La primera recrea la rebelión del general Escobar en 1929, contra Plutarco Elías Calles, y abre con el asesinato de Marcos González, cuya inspiración es el magnicidio de Álvaro Obregón; en la segunda hace un retrato ficticio de Miguel Hidalgo, a través de Domingo Periñón.

El investigador de la UNAM acaba de publicar el libro Los héroes no le temen al ridículo (El Estudio/ Dirección de Literatura), en el que muestra a la Revolución Mexicana según Ibargüengoitia, y con el que pretende conmemorar dos fechas importantes: el escritor cumpliría 85 años este 2013, y su 30 aniversario luctuoso.

“Es un proyecto que he hecho pensando en su obra, leyéndola constantemente y viendo incluso sus adaptaciones cinematográficas y los guiones que él escribió. Está apoyado en la investigación. Creo que el novelista se prestaba mucho para establecer esta relación entre la historia y la literatura.

“Es un libro en el que homologo a Ibargüengoitia con los historiadores que iniciaron el proceso de ruptura con la historia oficial en general, aunque él incidió más en la Revolución mexicana con esa mirada tan satírica y fina que tuvo. Y hubo un hecho que todo el tiempo le daba vueltas en la cabeza: los atentados contra Álvaro Obregón.”

El también historiador demuestra en el volumen de 81 páginas que, en sus obras, el guanajuatense retoma dos de los atentados a Obregón como elementos para su narrativa. “Sin embargo, aprovecho para mencionar los cinco que tuvo este presidente, y son en esta perspectiva desmitificadora, simpáticos.”

Por ejemplo, cita, aquel donde participó el ingeniero Segura Vilchis y del que responsabilizaron a los hermanos Pro, en el cual ocurre algo insólito. “Después del atentado, que no lo afecta físicamente, Obregón se baja del automóvil y se pone a platicar con Segura Vilchis, quien estaba viendo si había tenido éxito. Cuando le avisan que Vilchis está involucrado, dice ‘ay pero si era un joven muy simpático, a él libérenlo, no tiene nada que ver, yo platiqué con él’.

“Esto habla de dos cosas: la capacidad que tiene la realidad mexicana de causarte humor y lo diferente que era México. Imagínate si yo pudiera encontrarme ahora con Enrique Peña Nieto caminando por la calle y saludarlo”, detalla.

El otro atentado que usa muy bien Ibargüengoitia, es un baile de las damas de sociedad de Celaya, en el que se proponen matar a Obregón y a Calles, inyectándoles algo mientras bailan. “Son hechos que realmente ocurrieron y que se prestaban para relatos como los que él hace. Jorge nunca negó que se nutría de la historia, al contrario, hacía búsquedas constantes en ella”, dice.

Vivirá en FIL Guadalajara

Una silla vacía en la mesa y al frente de ésta, un personificador con el nombre de Jorge Ibargüengoitia, será el distintivo del homenaje que la editorial Joaquín Mortiz (Planeta) ofrecerá al escritor guanajuatense en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y que parte de la premisa de que aún “es un actor vivo de la literatura mexicana”.

Con un evento “especial”, en tono festivo, que se realizará el 6 de diciembre, a las 18 horas en el Salón 4 de la Expo Guadalajara, con la participación de los escritores Juan Villoro, Pedro Ángel Palou, Antonio Ortuño, Benito Taibo y Jorge Zepeda, se conmemorará el 30 aniversario luctuoso del novelista.

Bajo el título de Un tal Jorge Ibargüengoitia, los ponentes demostrarán, comenta la editora Carmina Rufrancos, cómo el autor de Sálvese quien pueda está “alterando” de manera permanente las letras mexicanas.

La moderadora Mariana H, prosigue, explicará el dramático estado de la cuestión, y dará la palabra a cada participante que, a su vez, detallará los hechos que le llevan a determinar que Ibargüengoitia es “un peligro” para los lectores y demostrará, con la lectura de su fragmento favorito, su poder transgresor.

“El objetivo es provocar en los asistentes la curiosidad por su obra y refrendar su lugar como uno de los más originales y provocativos narradores del siglo XX”, agrega.

Con una venta global de más de un millón y medio de libros en español, el autor de las novelas Dos crímenes y Los relámpagos de agosto y del libro de cuentos La ley de Herodes, que ocupan respectivamente el primero, segundo y tercer lugar en el gusto de los lectores, el narrador es “el más vigente en el catálogo histórico de la editorial”.

La directora del sello Joaquín Mortiz, cuya Biblioteca Jorge Ibargüengoitia integra 18 títulos entre narrativa, teatro, ensayos y crónicas, ratifica que “además de tener buena presencia en librerías, también se le promueve mucho en bibliotecas. Es muy bien recibido en todos lados”.

Los libros de Ibargüengoitia siguen publicándose con las portadas originales: pinturas de su viuda,  Joy Laville, escogidas por él mismo, que se han convertido en “un sello distintivo”, añade Rufrancos.

 

“Nuestra amistad se hizo de buenas coincidencias”: Manuel Felgueréz

La amistad se cosecha de coincidencias. Al menos la del pintor Manuel Felguérez y Jorge Ibargüengoitia estuvo marcada por las buenas concordancias durante poco más de 40 años de cofradía.

La casualidad de vivir la infancia en la colonia Juárez, estudiar en El Colegio México, pertenecer a la Asociación de Scouts de México donde Jorge era guía de los “jaguares” y Manuel de las “zorras”; viajar a París, la Ciudad luz, que los recibió en plena adolescencia en su primer viaje internacional y, por coincidencia, en la que se despidieron apenas una semana antes de que cayera el avión en que viajaba Ibargüengoitia, e hicieron planes de seguir encontrándose.

Una amistad de esas que se construye en las charlas matutinas camino a la escuela secundaria, o en las marchas scouts hacia el Iztaccíhuatl, hacia Palenque desde San Cristóbal de las Casas, de Tulum a Valladolid siguiendo los rastros de antiguos sacbés, en la cervecería La Palma que ambientaba grandes discusiones existenciales, o en el correo postal que iba y venía de París a México.

En 1983, una semana después de su despedida en París, el pintor ya esperaba en Colombia a su amigo como habían acordado. El azar de la vida los llevaba a encontrarse nuevamente: Manuel acudía para hacer una escultura, en Bogotá, y Jorge era invitado del  Primer Encuentro de Cultura Hispanoamericana ahí mismo. El domingo 28 de noviembre, Felguérez se despertó con la noticia de que un día antes se cayó el avión en el que viajaba el autor de Los conspiradores.

 “Ajeno, sordo a la conversación que me rodeaba, me vino a la memoria una imagen: Jorge y yo viajábamos al Iztaccíhuatl, caminábamos con grandes mochilas sobre los hombros, nos acercábamos a Amecameca por un camino de esos que de tanto andarlos se han hundido
en la tierra.

 “De repente, a unos cuantos metros, sobre una pequeña loma aparece un toro: muge, rasca la tierra, baja los pitones y nos embiste. Yo me tiro al piso sobre el lado derecho y salgo ileso. Jorge da un pequeño pase y apenas libra los cuernos, da un gran pase a cuerpo libre, el sudor del animal embarra su camisola. Por un instante parece que se ha salvado, pero en el último momento, el toro, con la pezuña de su pata trasera, le propina un fuertísimo golpe en la espinilla.”

Es la primera escena, cuenta el escultor, que satura su mente cuando un conocido le informa que el avión donde viajaba su amigo junto con Marta Traba y Ángel Rama se había desplomado. “Nunca pudimos imaginar que nuestra gran fiesta de la semana anterior había sido no sólo un reencuentro, sino también una despedida”, señala en el texto El reencuentro, publicado en la revista Vuelta, en 1985.

 Un cuarto de siglo después, el pintor define la muerte de Ibargüengoitia como un golpe “fuerte y directo”, porque fue el amigo con quien compartió lecturas, visitas al teatro y museo, sesiones de música clásica y excursiones, dice en entrevista con Excélsior.

 Aun cuando Jorge iba dos años adelante en la escuela, desde los 12 años su empatía se afianzó en una amistad que aprendió con el tiempo a no depender de la distancia, sino de los encuentros fortuitos.

 “Fuimos amigos desde muy jóvenes, porque hubo una serie de coincidencias. Su madre era viuda, la mía también. Vivía sobre la avenida Chapultepec, yo en otro departamento justo en la calle de atrás. Los dos heredamos un rancho, él en Guanajuato, yo en Fresnillo, Zacatecas”, recapitula.

Sin duda la hazaña de recorrer Europa vestidos de scouts, aunque ya los habían corrido de la Liga, afianzó su amistad. Fue en 1947 cuando se realizó en París el Jamboree, un encuentro internacional de niños exploradores que no se llevaba a cabo desde la Segunda Guerra Mundial, y que el escritor guanajuatense, con la chispa que caracteriza su literatura, narró en el cuento Falta de espíritu scout.

 “Manuel Felguérez había sido de los elegidos que ensayaban la Danza de los Viejitos, pero no tenía seis mil pesos. Fue él quien decidió hacer otra delegación mexicana al Jamboree, formada por él y yo”, relata.

 Manuel recuerda que encontraron un barco que había sido transporte de tropas y partía de Nueva York con destino a Europa; el pasaje no costaba más de 500 pesos, precio mucho menor a los seis mil pesos, que los Scouts cobraban para el avión.

 “Cuando Felguérez y yo subimos la pasarela del S.S. Marine Falcon, encontramos a quince scouts mexicanos que habían aprovechado nuestro hallazgo”, dice el cuento.

“Viajamos tres meses por Europa”, revive Manuel. “Era la primera vez, viajamos por Italia Francia, Suiza e Inglaterra. De ese viaje me salió la vocación de artista y dejé la carrera de medicina; en ese tiempo él estudiaba ingeniería. Dos años después yo me regresé a Europa y desde entonces nos carteábamos”.

En reiteradas ocasiones el escritor señaló a Felguérez como una influencia en sus primeras lecturas, y con ello en su pasión por la literatura; el escultor afirma todavía hoy que los cuentos y novelas de su amigo de infancia hacen de la cotidianidad una fantasía llevadera.

“Parecía una persona seria pero el mismo humor con que contaba la vida era el humor de su literatura; no trataba de hacer chistes ni de ser gracioso, sino que su misma narración era placentera. Siempre relataba cosas que le pasaban”, concluye.

La casualidad de vivir de niños en la colonia Juárez, estudiar en El Colegio México y pertenecer a los scouts, propició que el pintor zacatecano e Ibargüengoitia fueran amigos durante 40 años. Foto: Archivo Excelsior

 

 

Beber su prosa calma la sed

En la Plaza de Venecia (Italia), sentado en una mesa tomando café, “con traje de turista”, y al lado de su esposa Joy Laville, fue una de las últimas ocasiones que la escritora María Luisa La China Mendoza (1930) vio a su amigo de infancia y paisano Jorge Ibargüengoitia.

“Él quiso hacerse disimulado, como buen guanajuatense. Yo iba con mi marido, Eduardo Deschamps. Pero no hubo más remedio que saludarnos; nos abrazamos, pero no nos invitamos a compartir la mesa. Estábamos en nuestro viaje solitario de parejas”, cuenta.

La narradora detalla que, poco tiempo después, coincidieron en una exposición en la Ciudad de México y se rieron de aquel encuentro en Venecia y su reacción de provincianos.

“Era mi compa desde chicos. Su madre, Luz Antillón, fue compañera de mi mamá en el Colegio del Sagrado Corazón. Eran las niñitas bien de entonces. Y casi somos de la misma edad, porque nuestros padres se casaron casi al mismo tiempo. Sólo que el matrimonio de los míos duró muchos años y el padre de Jorge, Alejandro, se murió cuando él tenía ocho meses de nacido”, afirma.

Destaca que el autor de Estas ruinas que ves era nieto de un héroe, “de los pocos que tenemos”, el general Florencio Antillón (1830-1903), quien recuperó la ciudad de Guanajuato de la ocupación francesa y fue gobernador de la entidad de 1867 a 1876.

“Jorge venía de muy buena cepa, buena sangre guanajuatense, culta, inteligente, guerrera. En Guanajuato somos clasistas, así es que ellos formaban parte de la llamada ‘gente bien’, cosa que ahora lo haría reír.”

Recuerda que los padres de Jorge fueron novios cerca de 20 años. “Eran de esas parejas de la provincia que duran cien años. Todos consideraban que no podía haber otro sendero que el matrimonio, que ya se pertenecían el uno al otro. Y así fue, sólo que se murió el señor Ibargüengoitia.

“Jorge quedó huérfano y se crió con sus tías, que eran unas señoritas muy serias y muy católicas. Eran dueñas de algunos ranchos cerca de Irapuato. Por eso, el primer impulso de Jorge fue dirigir los ranchos de su familia. Pero como los escritores somos unos birolos en cosas de dinero, cosechas y de mando, le fue muy mal. A de haber dicho: ‘mejor me voy a mi casa a escribir teatro’.”

La maestra de escenografía y periodismo piensa que el autor de El atentado fue un buen dramaturgo, un buen dialogador. “Fue un hombre excepcional para la literatura en todos sus aspectos. Pero no tuvo el éxito que esperaba. Ahora vemos cuánto daño puede hacer la crítica,  que nos alejó, nos quitó, a un dramaturgo de primera línea.

“Afortunadamente decidió escribir prosa y salieron sus fantásticas novelas, muy bien dialogadas y ambientadas, con una técnica espléndida que no tenemos ninguno de los escritores contemporáneos.”

Sobre el estilo de Ibargüengoitia, la ex diputada federal por Guanajuato señala que “es una especie de repetición de los conceptos tan encantadora, una manera tan inteligente y cómica de subrayar lo que está narrando, que se convirtió de verdad en un prosista fuera de serie, con una gran categoría humana, inteligente y muy mexicana.

“Debe todo esto a la familia con la que vivió, a la comida de Guanajuato, al paisaje que contempló. Esa riqueza de tradiciones, de famas y cronopios, de buena clase, de herencias, de abuelos reconocibles, fueron ampliando sus presas, sus lagos y sus mares, hasta convertirlo en ese gran escritor.”

Está convencida de que México no ha tenido otro y no tendrá otro narrador como Ibargüengoitia. “Ninguno de nosotros tiene ese sentido del humor, esa gracia, ese encanto, esa especie de indiferencia hacia lo que está haciendo y la naturalidad con la que decía las cosas. Él fue un vaso de agua. Bebes en la actualidad la prosa de Jorge y te calma la sed, te hace reír, te acompaña y lo quieres muchísimo”.

Aunque aclara que en la vida real Jorge era muy seco. “Era un hombre aparentemente ajeno y difícil de trato. No bailaba mal, pero era como cerrado en sí mismo, autoritario, misterioso y muy silencioso. Toda la riqueza la tenía en su palabra escrita, a tal grado que inauguró en el periodismo una manera asombrosa de narrar.

“Yo presenté a Eduardo Deschamps con Jorge. Él fue a su casa y lo convenció, lo cual fue un acto insólito, de escribir para el Excélsior, donde empezaron a salir esas crónicas verdaderamente fuera de serie, originales, riquísimas.”

La China Mendoza recuerda que ella estaba en París, de viaje por Europa, cuando se enteró de la muerte de su amigo de la infancia leyendo el periódico. “Vi aterrorizada que se cayó su avión. Quería hablar con alguien que me explicara lo sucedido; pero no había nada qué explicar. El hombre se hizo talco, el avión se desapareció, vaya, no apareció ni un lápiz. Qué terrible destino. Se presentó ante Dios, que estará encantado, riéndose por tratar a su mejor obra, Jorge Ibargüengoitia”.

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