Logo de Excélsior                                                        

La cabaña de Hemingway

Alonso Monroy | 11:04
https://cdn2.excelsior.com.mx/media/pictures/2018/01/30/logo_sitio.jpg Alonso Monroy

Salimos rumbo a Mahahual, pero la vida quiso llevarnos a Tulum. Salimos buscando un hotel, pero la vida quiso que durmiéramos en una cabaña. Una cabaña con techo de guano, paredes de madera y una ventana hecha con polvo de estrellas. Una cabaña que era camarada del mar, de los pelícanos y de la selva. Una cabaña que durante tres días, fue la posada de mi familia, de mis alegrías y mis mareas. La cabaña de Hemingway, vaya remedio casero para el corazón. 

De esos días en Mahahual, Tulum y Bocapaila, me llevo muchos momentos que caminarán a mi lado en mi paso por esta tierra. Me llevo la imagen de mi madre contemplando con pie firme el mar, un año y medio después de una dura operación de columna de la que se recuperó de manera valiente. Doy gracias al cielo por eso. 

De ella, me acompaña su energía positiva, su mente brillante y su actitud congruente. No olvidaré verla meditar, leer y flotar ligera sobre la acuarela turquesa del mar. No olvidaré ninguna de sus sonrisas.

También me llevaré la noche que me quedé platicando en la playa con mi hermano Santiago. Emocionado y alegre, me dio una cátedra del sistema solar, del origen del cosmos y de la alineación de la tierra con el sol, la luna y las estrellas. Me enseñó de pléyades, constelaciones y planetas. 

Con lujo de detalle, me contó el valor de las teorías del origen del universo de Stephen Hawking, me explicó el por qué de los hoyos negros y cómo la curvatura del espacio y del tiempo se manifiesta en un efecto marea. Porque al final, sólo somos espacio, energía y materia. 

Siempre admiraré todo el conocimiento que Santi tiene; su inteligencia, su retentiva y su maravillosa imaginación.

De mi padre, me llevo la última mañana en la que me despertó muy temprano para ir a nadar al mar. Llovía fuerte y el agua estaba templada, casi caliente. Volaban pelícanos, pájaros y gaviotas; el mar tocaba el cielo y la vista era espectacular. 

Ahí, platicamos un buen rato y nos contamos nuestros planes, nuestras penas y nuestros proyectos. Nos escuchamos y nos dimos buenos consejos. Al final de la conversación, y con la voz entre cortada, me dijo: “Hijo, que Dios te bendiga en tu viaje”. Cuando caminábamos de regreso a la cabaña, la lluvia paró y se dejaron ver los primeros rayos de sol.

Y de mi querido hermano Pablo, me llevo toda su entrega y toda su valentía. Aunque no pudo acompañarnos en el viaje, siempre está presente en la conversación. A él le he aprendido mucho, y siempre diré que es mi ídolo, uno de mis referentes y un tipo de lo mejor. 

Al final, y mientras tomábamos camino para volver a Mérida, mi espíritu estaba contento. Qué dichoso soy. Y es que los días en la cabaña de Hemingway estuvieron llenos de nostalgia, magia y recuerdos. Buenos pasajes que curan el corazón. 

Y así, y mientras sonaban canciones de Sabina, Serrat, Ana Belén y hasta Bob Dylan, yo agradecía que volvía con una familia que está lejos de ser perfecta pero que es muy unida. Un equipo que no se suelta en las subidas y en las caídas y que comparte un cariño infinito que me acompañará en ésta, y en mis siguientes vidas.

Aclaración: El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.

Comparte en Redes Sociales