Los recuerdos de Los Ángeles 1984

Ernesto Canto, Raúl González, Daniel Aceves, Héctor López y Manuel Youshimatz fueron protagonistas en los JO de aquel año. A 3 décadas de distancia, cuatro de ellos rememoran sus glorias

Ernesto Canto

La medalla prometida

Daniel Bautista ganó la medalla de oro en los 20 kilómetros de marcha de Montreal 1976. En Moscú 1980 entró al túnel del estadio olímpico en primera posición, nunca salió de él; los jueces lo descalificaron a unos metros de la meta. Bautista se duchó y salió del estadio acompañado del joven Ernesto Canto, los periodistas lo abordaron y él dio sus impresiones. Luego es el turno de Ernesto, un chaval de 20 años y de gran proyección. Entre la irreverencia y la inexperiencia promete ser el próximo campeón olímpico.

“Aventé el desafío de que estaba seguro de que en cuatro años habría un nuevo campeón olímpico y que sería mexicano”, recuerda Canto. “Me aventé a decirlo y cuando regresamos a México, ya pensándolo mejor, me tuve que dar a la tarea de prepararme para convertir ese desafío en realidad. Me puse a entrenar como tenía que ser y poco a poco fui construyendo esa medalla de Los Ángeles 1984”.

Canto ganó el oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, los Juegos Panamericanos, el Campeonato Mundial y todos los eventos donde se paraba. Hasta que llegó al Coliseo de Los Ángeles.

Ahí marcó el ritmo de competencia, fue líder a los cinco, a los diez kilómetros y luego reventó a los rivales. “Sabía que tenía mucha velocidad en los últimos cinco kilómetros, había pocos que podían aguantarme el ritmo”, recuerda.

Canto cruzó la meta, ganó el primer oro del atletismo en aquellos juegos y, sobre todo, ratificó el valor de su palabra. “Nada ni nadie me iba a impedir que ese 3 de agosto de 1984 ganara la medalla. En el momento en que se escucha el disparo de salida dije ‘aquí y ahora’”.

 

Raúl González

El último doblete

En sus cuartos Juegos Olímpicos, Raúl González se consagró en la historia del deporte mexicano, primero con una medalla de plata en los 20 kilómetros porque, según contó, decidió no presionar al también mexicano Ernesto Canto, y luego con el título en la competencia de 50.

Era el competidor 639, el 3 de agosto de 1984. La prueba de 20 kilómetros ya con el 80 por ciento del tramo recorrido. Raúl alcanza  a los punteros Ernesto Canto y Mauricio Damilano, de Italia. En ese momento sucede la segunda amonestación para Canto, quien toma la definitiva delantera hacia el oro. El dilema fue de González.

“Decidí no presionar a Ernesto”, relevó años más tarde González  en el libro Medallistas Olímpicos Mexicanos. “Deseaba que todos observaran que el interés del equipo debe estar por encima del personal. Ni yo mismo me hubiera perdonado si México hubiera perdido esa medalla”, añadió.

González recibió la plata y ocho días después, el 11 de agosto, volvió a la competenica. Ahora en los 50 kilómetros. El rival más fuerte, otra vez el italiano Damilano; pero sólo duró 40 kilómetros.

En adelante la inspiración fue implantar una nueva marca olímpica. Caminó solo, firme, hasta finalizar con tres horas, 47 minutos y 26 segundos.

El Coliseo de Los Ángeles se rindió ante el poderoso dominio del mexicano, las disputas y los esfuerzos habían valido la pena, y también la espera de muchos años: “Cuando escuché el himno, en ese momento estaba representando dignamente a mi país”.

Daniel Aceves

Valió un  televisor

El 2 de agosto de 1984 era el tercer día de competencias para Daniel Aceves en la lucha grecorromana. Una cita con la historia en el Anaheim Convention Center, a una cuadra de Disneylandia, con capacidad para 10 mil personas. Necesitaba un triunfo para ser medallista olímpico, un reconocimiento que le arrojó una alegría extra: el primer televisor a color para la familia.

Las reglas de la lucha en aquel momento determinaban que los competidores debían pesarse antes de cada día de competencia. Aceves compitió en -52kg, y sufrió por ello. “Fui disminuyendo el peso corporal porque mal manejé mi alimentación”, cuenta a la distancia. “No cené y di kilo y medio abajo del peso, estaba muy deshidratado”, recuerda.

Aceves tuvo su primera pelea a las 11 de la mañana, ganó al finlandés Taisto Halonea y pasó a la final contra el japonés Adsuji Miyahara. “Fui al teléfono, llamé a casa y le avisé a mi papá que estaba en la final”, dice Aceves.

La pelea final fue polémica. “Hay un toque de espalda que era la medalla de oro. Los árbitros no lo marcan, termina 9-4, le dan puntos de más al japonés”, se resigna Daniel, quien sufrió para cumplir el antidoping y poder pasar a la premiación. “Estaba tan deshidratado que tomé dos litros de agua. Hasta que pude dar la muestra se hizo la ceremonia, se retrasó”, dice Aceves, primer hispanoparlante que ganaba una medalla olímpica en lucha. “Por ser medallista me dieron 500 dólares, con los que compré una televisión en Los Ángeles y fue la primera vez que tuvimos una televisión a color en casa”.

 

Héctor López

Una presea en casa

Nació en México y a los seis años se fue a Estados Unidos. Allá brilló con la selección de California y unas semanas antes de los Juegos Olímpicos de 1984, en un dual meet entre el equipo de California y México, noqueó al campeón tricolor Edgar García. Tras una polémica fue nombrado seleccionado olímpico, y semanas después colocó la bandera tricolor en el podio.

López Colín, el Cebollo, se fue de México cuando sus padres se divorciaron. Su pasión fueron los perros y la lucha libre, admiró al Santo y sus puños protagonizaron muchas peleas callejeras al otro lado de la frontera; sólo una vez se quedó con las ganas de hacer justicia por propia mano: el día de la final olímpica de box en -54kg.

Aquel día, el 11 de agosto, López dio una exhibición a la que las crónicas le concedían el oro olímpico, pero el referi tomó la palabra y anunció a los asistentes que el gandor, por 4-1, era el italiano Mauricio Stecca.

El mexicano quedó pasmado, incrédulo. José Sulaimán, Muhammad Alí y Marvin Hagler se acercaron a confortarlo, en su rostro se veía la impotencia, la necesidad de ir a tomar justicia por propia mano; pero esta vez no era posible.

“Me dolía por sobre todas las cosas que no pude darle esa medalla de oro a México”, diría años después López Colín, fallecido en la capital del país el 25 de octubre de 2011 a causa de problemas cardiacos cuando se desempeñaba como entrenador de los boxeadores olímpicos mexicanos en el Centro Nacional de Alto Rendimiento y Talentos Deportivos.

 

Manuel Youshimatz

Salvado por un taxista

Un migrante es culpable de la medalla olímpica de Youshimatz. El ciclista estaba en la villa de atletas, a dos horas del velódromo olímpico, por una falla en la comunicación de entrenador y atleta perdieron el camión que debía transportarlos a Anaheim, y el recurso utilizado fue abordar un taxi, un viaje cuyo desenlace terminó con la medalla de bronce en la prueba por puntos.

“El entrenador erró la hora de competencia, pensaba que era a las tres y resultó que era a la una. Me mandó a entrenar a las 11 de la mañana, me dijo que una hora; pero a los 15 minutos me dolieron las piernas y me regresé. Lo vi parado en la villa, estaba blanco porque ya casi eran las 12. De donde estábamos al velódromo se hacía una hora, y el autobús se había ido”, relata Youshimatz.

“No nos quedó otra más que salir a la calle, tomamos un taxi y tuvimos la suerte de que era un mexicano, llegamos al freeway que estaba lleno, él se iba rebasando por las lunetas; no sé cómo le hizo pero en 40 minutos llegó. Ya ni calenté, me subí a la bicicleta, dieron el banderazo de salida. La verdad es que sí es un héroe anónimo”, reconoce Manuel.

Youshimatz no tuvo tiempo de visualizar la carrera, su estrategia fue atacar y al ser un pedalista novato le permitieron tomar una ventaja que al final de la jornada le llevó al podio. “La verdad es que según las estadísticas yo tenía pocas probabilidades de ganar, no figuraba como los favoritos entonces ataqué en las primeras vueltas de las 150 que se llevaban a cabo, era un corredor aventurero”, ironiza.

 

COMPARTIR EN REDES SOCIALES

SÍGUENOS