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Comunidad

Santa Fe pasó de tiradero a joya urbana

La falta de respeto a los programas de desarrollo ahora llevan desorden a una zona que debe ofrecer lujo

Kenya Ramírez | 20-05-2012

CIUDAD DE MÉXICO, 20 de mayo.- Sobre minas de arena y viejos tiraderos de basura, en el pueblo de pepenadores La Viñita, se levantó lo que muchos llaman “la pequeña Manhattan de la Ciudad de México”.

Una zona pensada para ser autosuficiente, cosmopolita, exclusiva y que aglutinara el poder financiero, a través de un esquema aplicado en ciudades de Estados Unidos y Europa.

Pero, con el tiempo, se convirtió en un ejemplo de crecimiento que algunos especialistas en urbanismo catalogan como desmedido y sin planeación.

El desarrollo inmobiliario City Santa Fe, conocido simplemente como Santa Fe, comparte nombre con el pueblo que se conformó en parte de las ruinas del hospital creado por Vasco de Quiroga en 1537, en la actual delegación Álvaro Obregón, que en la época de la colonia fue paso obligado para viajar a Toluca.

Desde el porfiriato se perfilaba para ser un lugar de élite, pues fue una zona de recreo para las familias adineradas de Tacubaya.

Antes de la Revolución Cubana, en esta zona hubo un campo en el que el Ernesto Che Guevara y Fidel Castro practicaron tiro al blanco, se llamó “Los Gamitos”, en Pueblo Nuevo.

En los 80, esta zona del poniente fue considerada peligrosa por la banda Los Panchitos, con presencia en Tacubaya, Observatorio y Daniel Garza.

Pusieron en jaque a la población con la pinta de bardas, asaltos, golpizas y tomaron tanta fuerza que las autoridades se acercaron a ellos para integrarlos a actividades deportivas, sociales y laborales hasta disolver la banda.

Se hicieron tan famosos, por conflictivos, que la frase: “no hagas panchos” fue inspirada en ellos.

María de Jesús Díaz es historiadora de la Universidad Iberoamericana, la primera institución educativa que se construyó “en el nuevo Santa Fe”, como ella le llama.

La académica es nativa del pueblo desplazado por los corporativos y torres lujosas con viviendas valuadas en dólares.

“Cuando dicen Santa Fe lo ubican es la zona nueva y no tienen conocimiento de que es un lugar que tiene sus orígenes en el siglo XVI, con una población que permaneció con sus costumbres hasta mediados del siglo XX. Ahí sembraban maíz y cebada, se explotaban las laderas de las barrancas, se trabajaba con un material muy apreciado como el tepetate.

“Fue a raíz del crecimiento de la Ciudad de México que se generó esa explosión industrial, es a partir de los años 40 cuando Santa Fe empieza a crecer al sur con las colonias Pueblo Nuevo, y al oriente con La Mexicana”, explicó.

La historiadora califica a la zona corporativa como una consecuencia del crecimiento del Distrito Federal.

Recordó la aparición de la colonia La Mexicana, fundada por el dueño de “Fundición La Mexicana”, quien para asegurarse de que sus trabajadores tuvieran donde dormir, compró un terreno y les ayudó a financiar la construcción de viviendas.

“El crecimiento es anárquico, sin ninguna urbanización en lo que yo llamo el nuevo Santa Fe, había planeación pero con pocos accesos a la zona y el principal sobre la avenida Vasco de Quiroga.

“Este desarrollo, que ha rebasado lo planeado, está teniendo un efecto negativo hacia su entorno, es imposible circular por las mañanas sobre Vasco de Quiroga, son grandes estacionamientos y paradójicamente pero sigue siendo la vía más rápida y segura”, apuntó la académica.

José María Nava Townsend, académico y coordinador del departamento de arquitectura de la Universidad Iberoamericana, se refirió a Santa Fe como un polo de desarrollo de la capital del país cuya conformación fue una idea positiva, con las perspectivas urbanísticas y la imagen de desarrollo económico lógicos de la época.

“¿Qué sucede entre la idea y la realización? Como tristemente pasa en gran parte de las acciones de desarrollo urbano, hay muchas cosas que no se contemplaron con la profundidad  y la imagen de transformación a largo plazo.

“El primer punto que estuvo mal pensado para Santa Fe, como polo de desarrollo, fue su conectividad con la ciudad, esto genera que los habitantes estén muy inquietos ante la posibilidad de que la zona se siga densificando y se mantenga la política del auto como el principal rector de movilidad”, explicó el académico.

Cuando se planeó su construcción se pensó en un modelo bajo el concepto de “comodidad”, el cual los desarrolladores siguen vendiendo con lujosas viviendas alojadas en torres que incluyen tintorerías, jardines, gimnasios, cajeros, salones de fiesta y tiendas al interior.

Ahí no existe la recaudería de barrio, la plazuela con el kiosco, la tortillería o la tienda de la esquina, eso sólo lo conocen quienes viven o pasan por el pueblo de Santa Fe, en donde se mantiene el sentido de comunidad.

 

El costo por más desarrollo

El territorio que abarca Santa Fe, en el siglo XX formó parte de las delegaciones Cuajimalpa y San Ángel, denominada Álvaro Obregón hasta 1932.

El abarcar dos demarcaciones cobró una factura, que hasta estos días se sigue pagando.

En ese entonces la principal actividad era la explotación de bancos de arena, de ahí que en los años 70 se empezó a ver una alteración de la fisiografía del terreno con problemas de estabilidad, ambientales y la presencia de socavones y pendientes.

También se creó el primer Plan de Desarrollo Urbano para Santa Fe, con la intención de contar con una zona industrial y hasta se consideró la construcción del Centro de Readaptación Social Poniente.

El desarrollo inmobiliario no estuvo previsto en un inicio por el uso de relleno sanitario.

El entonces Departamento del Distrito Federal (DDF) creó el primer fideicomiso para brindar a los inversionistas las facilidades en servicios como electricidad, alumbrado, vialidad, agua y drenaje para que se instalaran en la zona.

Para 1980 los tiraderos cerraron y los pepenadores que ahí habitaban fueron desalojados para transformar su ciudad perdida, La Viñita, en una miniurbe de la modernidad.

Se inició la compra de los terrenos y la expropiación de otros hasta acumular 850 hectáreas regidas, a partir de 1987, por un instrumento normativo llamado Zona Especial de Desarrollo Controlado (ZEDEC) con la definición de usos de suelo y densidades.

A la Universidad Iberoamericana se le otorgaron 20 hectáreas; 22 para una empresa televisora; 50 hectáreas para construir vivienda en el pueblo de Jalalpa, en donde reubicaron a las familias desplazadas que vivían en zonas de alto riesgo.

Para hacer el Centro Comercial Santa Fe se desplazó a los habitantes de la Romita y se quitaron otros asentamientos irregulares que acomodaron en San José, Cuajimalpa.

A la vez trazaron la avenida Tamaulipas y la autopista de cuota México-Toluca.

María de Jesús Díaz, historiadora de la Universidad Iberoamericana, comentó que el desarrollo arrancó con una ampliación de lo que hoy es avenida Vasco de Quiroga, en el tramo que comprende el pueblo de Santa Fe.

“Muchos perdieron más de la mitad de su patrimonio y a otros les afectaron en algunos metros, les hicieron creer que les iban a pagar y no les cumplieron. Algunos firmaron creyendo que era para reposición de su dinero y después les dijeron que no, que habían firmado una donación, los engañaron.

“Fue una ampliación arbitraria porque no les avisaron a tiempo, cerraron los dos extremos de la vía, al inicio y término del pueblo y empezaron a tirar con maquinaria. Hubo gente que no tuvo tiempo de sacar sus cosas, muchos de sus papeles personales quedaron sepultados en el lodo”, dijo.

En 1994 llegaron los inversionistas que establecieron sus corporativos y se creó la Asociación de Colonos ZEDEC Santa Fe, A.C., que hasta la fecha es parte del Fideicomiso y encargada de manejar los recursos económicos que otorga el Gobierno del Distrito Federal.

 

Generación de servicios

La llegada de los corporativos y desarrollos promovió la apertura de servicios en el pueblo de Santa Fe, dirigidos a cubrir las necesidades que los empleados de las oficinas.

“No tenían en dónde comer, hasta ahora se tienen que trasladar hacia el pueblo de Santa Fe que, no es peyorativo, creo que es de mucho orgullo que se le siga llamando pueblo porque así se fundó.

“Se abren muchos restaurantes y comedores, la gente se traslada en vehículo y se estacionan en la avenida Vasco de Quiroga, reduciendo el espacio que habían ganado.

“Aquella ampliación que se hizo de nada sirvió”, comentó María de Jesús Díaz, historiadora de la Universidad Iberoamericana.

Pero la parte negativa llegó con la estrangulación de calles, insuficientes accesos, mala planeación en transporte y carencia en servicios básicos, agregó.

“En ocasiones no tenemos agua y se tiene que racionalizar, no puedo salir de la casa porque los vehículos me lo impiden. No puedo utilizar el transporte público porque en la parada más cercana los autobuses ya vienen llenos.

“Utilizo el auto y todas las mañanas tengo que buscar una alternativa para llegar a la universidad, son tres kilómetros y llego a hacer tres cuartos de hora. Por mucho tiempo estuve pagando la autopista de la caseta porque no podía llegar a tiempo a mi trabajo, muchas veces me quedé atrapada y en una ocasión hice una hora”, recordó Díaz.

El arquitecto José María Nava Townsend se refirió a la mala conectividad de la zona que se agrava con vías incapaces de contener el flujo vehicular.

El error: una imagen urbana que se pensó exclusivamente para el auto.

“Hay muy mal sistema de transporte público que conecta Santa Fe con el resto de la ciudad, la Ruta de RTP, por poner un ejemplo, que sube de Reforma y llega al Kilómetro 13, obliga a que ahí se tenga que tomar otro autobús para llegar a la zona de corporativos.

“Otros suben del Metro Observatorio por Vasco de Quiroga, pero son unidades en mal estado”, dijo el especialista.

 

Polémica planeación

A principios de este mes el Gobierno del DF publicó en la Gaceta Oficial el nuevo Programa Parcial de Desarrollo Urbano (PPDU) de Santa Fe, con los parámetros que regirán a esta zona del poniente en los próximos diez años.

Fueron meses de confrontación, entre grupos vecinales e integrantes de organizaciones civiles contra diputados locales y autoridades delegacionales de Álvaro Obregón y Cuajimalpa.

Los residentes argumentaron más de un centenar de irregularidades en el documento, y señalaron que las propuestas que contiene no resuelven los problemas que afectan a Santa Fe.

Esto provocó marchas y bloqueos, en donde el predio La Mexicana, propiedad del GDF, fue la manzana de la discordia.

Mientras los vecinos se oponen a que siga el desarrollo habitacional hasta que no se garanticen todos los servicios, sobre todo agua y vialidades, la autoridad local avaló un desarrollo de más de cinco mil viviendas en este lugar.

“Continuar con la construcción de más viviendas en el predio de la antigua mina La Mexicana es un atentado contra todos, inclusive contra los que ya viven ahí, no es posible que sigan construyendo.

“Que sea el beneficio de unos cuantos por el perjuicio de una mayoría, es lo que se vive cotidianamente, la defensa que están haciendo los vecinos es válida. Que sea un desarrollo bien pensado y estructurado y no un capricho de construir cinco mil 650 viviendas”, comentó la historiadora y oriunda del pueblo de Santa Fe, María de Jesús Díaz.

El nuevo PPDU incluye la desaparición del fideicomiso, una figura eficiente en su tiempo pero desgastada en la actualidad, y hasta cuestionada por la falta de transparencia en el uso de los recursos públicos.

José María Nava Townsend, académico y coordinador del departamento de arquitectura de la Universidad Iberoamericana, comentó que el nuevo Programa carece de una garantía sustentable, y algunos de los proyectos encaminados a la conectividad con el resto de la ciudad arrojan dudas.

Dijo que una zona no puede ser sustentable si su capacidad de carga de habitantes es superada.

“Hay una gran oportunidad de hacer las cosas al revés y en el sentido positivo, ante algo que no se pensó bien de principio como conectividad urbana. Vamos primero a hacer toda la estructura de movilidad de la zona para la proyección de habitantes que queremos tener y luego vemos el negocio inmobiliario.

“En lugar de seguir diciendo ‘vamos a seguir desarrollando’, vamos a resolver los elementos esenciales de la movilidad. En urbanismo hay algo que se llama carga del suelo y esto tiene relación con qué tanta capacidad hay para soportar a ciertos habitantes”, apuntó el arquitecto.

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