Logo de Excélsior                                                        
Comunidad

Para Enrique Krauze el redentorismo lleva al desastre

El historiador mexicano retrata a 12 personajes que buscaron marcar el rumbo de sus naciones en América Latina

Virginia Bautista | 30-10-2011

CIUDAD DE MÉXICO, 30 de octubre.- De joven, el poeta mexicano Octavio Paz quiso ser redentor, héroe, revolucionario, al igual que el novelista peruano-español Mario Vargas Llosa, hoy ambos Nobel de Literatura, afirma Enrique Krauze.

Pero no sólo ellos quisieron salvar a sus países, comenta en entrevista el historiador, “en nuestra América Latina nacieron varios de estos personajes que creyeron tener una misión providencial”.

Tras una década de seguir el tema, el director de la editorial Clío y la revista Letras Libres acaba de publicar el libro Redentores. Ideas y poder en América Latina (Debate), en el que narra la vida cotidiana, los amores, la vida familiar, las ideas y la obra de 11 hombres y una mujer.

Así, el poeta cubano José Martí, el uruguayo José Enrique Rodó, el mexicano José Vasconcelos, el peruano José Carlos Mariátegui, Paz, los argentinos Eva Perón y Ernesto Che Guevara, el novelista colombiano Gabriel García Márquez (también Nobel de Literatura), Vargas Llosa, el obispo Samuel Ruiz, el guerrillero “subcomandante” Marcos y el venezolano Hugo Chávez, son vistos desde una óptica singular.

En su casa de la colonia Condesa, feliz por ver materializado este trabajo, el ingeniero Krauze reflexiona sobre los tópicos que aborda en este volumen de 583 páginas, donde las verdaderas protagonistas son las ideas “encarnadas en la vida de seres humanos concretos”.

¿Por qué no hemos podido superar el culto al caudillo, al héroe?

Quizá porque la cultura política se mide no en años ni en décadas, sino en siglos, y venimos de una tradición muy autoritaria. Tanto el mundo prehispánico como el imperio español fueron monárquicos y hasta teocráticos. Y salir de esa condición para transitar a la democracia fue imposible en el siglo XIX. Surgieron entonces los caudillos y solamente en dos momentos, con Juárez y Porfirio Díaz y luego con el PRI, esa tradición puramente caudillesca pasó primero a concentrarse en la figura de un Presidente, y después en un partido hegemónico. Creo que es el peso de la historia lo que nos ha llevado a eso. Aún no podemos salir plenamente de esa condición. Sin embargo, llevamos casi 15 de vivir en un régimen que es democrático con todos sus defectos.

¿Cuál es la diferencia entre caudillo, héroe y redentor?

Yo introduciría un factor más: el líder democrático. Éste es una persona que llega al poder, permanece y sale de él por el voto popular, dentro de instituciones democráticas, y es más o menos popular dentro de ellas; lleva a cabo políticas, pero en general no ejerce el culto a la personalidad, ni un poder extra legal, por el simple hecho de estar en un marco democrático. El cuadillo es el que surge en una situación histórica, como Villa y Zapata, en general en un ámbito muy regional, para poder resarcir viejos agravios; no busca el poder nacional, una vez satisfecho el agravio regresa a su lugar de origen o muere o sigue luchando.

¿El héroe y el redentor son más especiales?

Un héroe es una voz más ambigua. Es la percepción de una persona que hace algo extraordinario. Creo que esta palabra tiene una acepción legítima y correcta cuando se trata de casos de gran abnegación o de logros, pero cuando se lleva al extremo del culto a la personalidad se convierte en una especie de mito. El redentor, tal como uso la palabra, en la vida política, es una transferencia ilegítima del ámbito religioso al ámbito político. El que se siente tocado por la mano de Dios, con una misión providencial y usa su carisma para que el pueblo crea en él y piense que, en el momento que llegará al poder, va a resolver todos los problemas. La combinación  de ese culto a la personalidad con un apego dogmático a una doctrina es lo que caracteriza a eso que he llamado redentores.

¿Cuál es el papel de México en la construcción de estos personajes?

La verdad es que hemos tenido pocos de esos. Creo que Vasconcelos, en la primera mitad del siglo XX, sí tuvo un perfil de redentor, porque él se sentía salvador de México. Se presentaba como el nuevo Quetzalcóatl. Pero la verdad es que el sistema político mexicano, desde 1929 a 2000, tuvo muchos defectos, pero no el del redentorismo, porque todos los presidentes fueron institucionales. Tenían un poder enorme, se iban a los seis años y no pudieron hacer un uso excesivo del culto a la personalidad, porque el propio sistema los limitaba en eso.

¿Y fuera del poder?

Creo que el subcomandante Marcos tuvo esa idea, parecida a la del Ché Guevara: salvar a los indios de México; y el obispo Samuel Ruiz también. Octavio Paz de joven quiso ser redentor, eso lo escribió él. Quiso ser héroe, revolucionario, a principios de los años 30. Vargas Llosa también quiso ser redentor.

¿Y por qué no, por ejemplo, Lázaro Cárdenas?

Cárdenas jamás se guió por una doctrina rígida. Era un hombre que ensayaba sus decisiones. Si funcionaban, bien, y si no las retiraba. Tenía un sentido práctico. Y en todo caso la ideología que lo guiaba era la de la Revolución mexicana, que estaba vigente. Creo que lo hizo muy bien para su tiempo. Pero la prueba de que no se sentía un redentor es que dejó el poder en 1940 a un general que, aunque era amigo suyo, no tenía las mismas ideas.

¿Y Andrés Manuel López Obrador?

En 2006 escribí un ensayo en donde lo perfilaba como un líder con las características del redentor, precisamente, y creo que ha mantenido esa postura. Pero no lo incluí en el libro porque es de historia, no de política, y porque la vida política de México es todavía muy plástica, todo puede pasar. Aún espero que el año que viene la izquierda mexicana tenga la sabiduría de postular a un candidato, sea quien fuere, que no recurra ni al dogmatismo ideológico, ni al culto de la personalidad, ni a tonos religiosos que lo conviertan en un redentor; porque creo que su desempeño será desastroso y, si llega al poder, todavía peor.

Además de salvar al país, ¿qué otras preocupaciones unen a estos personajes?

Es el punto central, porque la palabra no es una categoría sociológica regidísima. No estoy haciendo sociología política. Es simplemente una metáfora, un título, una idea. Pero le diré que el redentorismo está también en la derecha extrema, porque Hitler fue exactamente eso, la convergencia entre el nacionalismo ario y alemán llevado a un extremo alucinante, y el culto a la personalidad del líder. Cada vez que estas dos cosas aparecen juntas, el resultado es terrible.

¿Y el caso de Eva Perón?

Hay casos en nuestra América Latina más folclóricos o menos dogmáticos como ella, que no tenía una ideología. Simplemente quería el poder absoluto para ella y para su esposo. Atacó al poder judicial, al legislativo, a la prensa, y todo con un discurso atractivo para el pueblo y con hechos que beneficiaban a la gente; pero que fueron irresponsables desde el punto de vista económico y sumieron a Argentina en muchas décadas de postración.

De hecho, es la única mujer que incorpora, ¿hay pocas redentoras?

No, yo creo que lo fueron muchas guerrilleras, pero el límite que yo tenía era el libro, que ya es suficientemente grueso. Pero nadie va a disputar que la personalidad femenina más destacada de un elenco de naturaleza redentorista es Eva Perón.

¿Influyó la cercanía de Estados Unidos, el desprecio al yanqui, en el surgimiento de redentores?

Es una de las motivaciones centrales del redentorismo en América Latina. El antiamericanismo es un fenómeno complejo, distinto en México que en Cuba o en el Cono Sur. La oposición entre la América hispana, espiritual, y la sajona, mecanicista, nos hizo mucho daño, porque nos atrasó. Introdujo mucha fantasía en el desarrollo de nuestros países.

Los duetos que propone: Perón y el Ché, García Márquez y Vargas Llosa, Samuel Ruiz y el subcomandante Marcos…

Ese es el chiste, que el lector vaya extrayendo sus conclusiones. Yo sugiero a estas parejas contrapuestas, paralelas. En el caso de Ruiz y Marcos se trata de dos destinos que confluyen. Eva y el Ché me parece que son bastante paralelos. Y en el de los novelistas, puesto que atiendo no la grandeza literaria de ambos, que es indudable, sino a su posición frente al poder, son destinos perpendiculares.

¿De qué manera aborda sus vidas?

En todas estas vidas yo busco los detalles cotidianos, su vida familiar, sus amores, su desventuras, para explicar en parte su desarrollo, sus ideas, su obra misma, sus posturas políticas y hasta morales. García Márquez, por ejemplo, está fascinado por su abuelo, un hombre de antecedentes más o menos turbios. Y Vargas Llosa sufrió la opresión de su tiránico padre. Digamos que él tuvo a un tirano latinoamericano metido en la casa.

¿Cuál le impresionó más?

La vida más entrañable para mí es la de José Martí, porque ahí está toda su sensibilidad y su inteligencia de poeta, de periodista maravilloso, de padre de un hijo que estaba lejos de él y cuya lejanía le dolía. Es un ensayo cálido y breve que espero conmueva a la gente sobre este especie de cubano errante por el mundo que quería liberar a su país, que vivió en Nueva York e hizo maravillas sobre todo con la palabra escrita.

¿Qué diferencia a los redentores de los siglos XX y XXI?

Hoy en día hay ya pocos. Quiero creer que van de salida, porque la experiencia del siglo XX debería ser suficiente para convencerlos de que el redentorismo político conduce al desastre. Los verdaderos redentores sólo existen en el ámbito religioso: ahí corresponden y ahí se deben quedar.

¿Dice que a mayor redentorismo hay menos ciudadanía?

Sí, si la gente pone toda su fe en un líder mesiánico, está cediendo su libertad, delegándola en ese hombre para que haga lo que quiera. Con una ciudadanía alerta somos todos quienes vamos decidiendo nuestro destino. En la medida de que haya una mayor participación social y cívica, el país será mejor.

¿Qué lección de Paz y de Vargas Llosa destacaría más en estos momentos?

Su defensa de la libertad. Octavio Paz escribió un libro que se llama Libertad bajo palabra y, créame, que así vivió, como una especie de juramento. Siempre lo guió un espíritu de libertad, hasta cuando pensó que la Revolución era la salida para los pueblos. Y de Vargas Llosa puede decirse lo mismo. Hay una continuidad entre el poeta y el novelista. Y es una continuidad que ha hecho mucho bien a América Latina y nos ha evitado muchas desgracias.

Visita: Expresiones

Te recomendamos

Comparte en Redes Sociales