Arturo Xicoténcatl

Arturo Xicoténcatl
El espejo de tinta

Punto azul

08 de Febrero de 2019

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Vivo atormentado por el deseo eterno hacia las cosas remotas.

                Melville, en Moby Dick

 

La imagen fugaz que apareció el martes en la noche en la pantalla de cristal transporta, por asociación de ideas, hacia lo subjetivo y limitado del ser humano, al avance geométrico de la tecnología moderna, las discusiones estériles e inútiles, aburridas, sin el mínimo barniz científico, en la verborrea de los comunicadores en algunos deportes, y al pensamiento que con relativa frecuencia empleo en este espacio: los sentidos nos engañan.

Ahí estaba redonda, enorme, silenciosa, flotando bajo las Leyes de Newton, la Luna, en su iluminada cara oculta —no la cara oscura, porque nuestro satélite, al igual que nuestro planeta, es bañado en su superficie por la luz del Sol—, y cargada, a la derecha de la pantalla de cristal, pequeñita de color azul, la Tierra, lo que nos conectó con el precioso libro del astrónomo Carl Sagan, Un punto azul pálido.

La imagen en las dos dimensiones de la televisión la proyectó a la Tierra la sonda china Chang e-4, una imagen extraordinaria, bellísima. El contraste, la Luna gigante, ciclópea, con el puntito azul, diminuto, de la Tierra. Los ojos, sin la menor idea de distancia, profundidad, tamaño.

Mientras más se lee se da uno cuenta de lo ignorante que se es. Tuve la fortuna, allá por los 70, de ir a Roma en el primer viaje deportivo. Cuando observé que La piedad tiene vida, decidí que todos los días, antes de ir a las competencias de natación, debía acudir a la basílica de San Pedro, a comprobar que, en efecto, gracias a las manos de Miguel Ángel, La Piedad es un mármol con vida. Al salir, corroboraba la simetría de las columnas de Bernini. En el Vaticano recorría con mi vista los muros en busca de La creación de Adán; reí de mi ignorancia, la pintura está en el techo. Tantas veces vi la obra en los libros, sin coincidir con su ubicación, que la acepté como en un cuadro en plano vertical.

Ahora invito al lector a que a media distancia de su rostro coloque el dedo índice derecho apuntando hacia su izquierda. Se trata de una experiencia en clases de física. Cierre el ojo izquierdo y trate de tocar, con el índice izquierdo, la yema del derecho. El efecto tridimensional cesa y en el bidimensional se pierde no sólo el sentido de la distancia sino que las imágenes que se proyectan en la pantalla de televisión no se pueden apreciar, con certidumbre, si existe contacto entre ellas. Menos, mucho menos, se puede valorar ni cuantificar un impacto.

Estoy junto al enlonado del ring en la Arena México. Romeo Anaya retrocede ante una ráfaga de golpes del Cachorro Urzua. De repente, un jab brutal del Lacandón estalla en la cara de Urzúa Ventura; el rostro de éste se desencaja, los ojos le bailan en blanco; por un instante queda desconectado de la realidad. En la pantalla, El Cachorro parece saltar sin reflejar la intensidad del impacto.

En uno de los recientes partidos de futbol americano fue imposible, a los ojos de los árbitros, determinar con la exposición de imágenes de diversos ángulos y acercamientos si uno de los receptores tocó el balón.

La mayoría de comunicadores transmite partidos de futbol, peleas de boxeo, sin asistir al escenario. Narran viendo imágenes. Si fue gol o no, si la tocó o no, es algo de lo más inútil, estéril. La imagen es diferente a la realidad. El VAR, ¡ay!, el VAR, es una herramienta auxiliar. Para qué discutir, funciona en un plano.

 

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