Arturo Xicoténcatl

Arturo Xicoténcatl
El espejo de tinta

Heces almibaradas

19 de Enero de 2021

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Son tantos los árboles que no dejan ver el bosque.

El viernes 23 de julio es la fecha inaugural de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Una multitud de signos giran alrededor: la amenaza y riesgo mortal del covid-19; la energía, el esfuerzo de oleadas de generaciones de jóvenes, durante años, en pos de cumplir y hacer realidad un sueño y un destino; un 80% de la población japonesa, según las informaciones internacionales, con el deseo de que se cancelen o posterguen de nuevo para mejor fecha; un comité organizador que tiembla porque poco más de 25 mil millones de dólares danzan en lumbre; una esfera política japonesa con la idea de que se debilitará su imagen en Asia y en el campo internacional si no son capaces de organizar los JO ante la seguridad manifiesta de China en celebrar en Beijing 2022 los Juegos Olímpicos de Invierno; una atmósfera de preocupación penetra en la esfera del Comité Olímpico Internacional, por un ángulo responsable, la frustración de la juventud olímpica ante la fuerza del virus y la sacudida en sus finanzas; casi tres cuartas de sus ingresos económicos se derivan de los JO y, naturalmente, las arcas financieras de las federaciones internacionales se verían mermadas por la cancelación.

En diciembre, una gran cantidad de noticias se vuelven transparentes, pasan inadvertidas. Los ojos del deporte en el campo internacional no sólo son vistos sino manejados por el grupo anglosajón. La Asociación Mundial Antidopaje, en su reunión en la helvética Lausana, decidió castigar al deporte de Rusia por dos años; lo que significa que los rusos no podrán competir en los JO de Tokio 2020; la sanción se extiende a los funcionarios —incluso al 2022, que comprende los JO de invierno—, por lo que no podrán asistir oficialmente a ningún escenario de competencia. El criterio de la AMA, que alcanza ribetes paranoicos, se fundamenta en que las autoridades rusas “falsificaron datos de las pruebas antidopajes”.

Según este organismo, en rasgo de deslumbrante benevolencia, podrán competir en Tokio o Beijing como deportistas neutrales, sin derecho a emplear la bandera de Rusia ni a escuchar su himno nacional si triunfasen, “siempre y cuando demuestren que no participaron en la trama de 2011 a 2015”. La aritmética expresa que todos los atletas de 20 años de promedio son sospechosos de toda sospecha de dopaje desde los 10 a los 15 años de edad. Y deben ser castigados.

Bajo este prisma de lógica trumpiana, almibarada malicia e hipocresía —la Biblia en una mano y el garrote en la otra— de castigar a inocentes y culpables, se estrellan todos los argumentos.

Dice Mafalda a su osito mientras le muestra la esfera del globo terráqueo: “Mira, este es el mundo. Y es muy lindo. ¡Sabes por qué?, porque es una maqueta; el original es un desastre”.

 

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