Pablo Carrillo

Pablo Carrillo
La neurona

Querida madre

24 de Febrero de 2015

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Apreciables lectores, este día solicito su venia para dedicarle unas cuantas líneas a mi adorada madre, Enriqueta Lavat Bayona, que ayer festejó sus  86 años. Algo para festejarse en grande por el gran ejemplo de vida que ha sido y será siempre para toda su descendencia, amistades y gente cercana.

No cabe duda de que no hay coincidencias y anoche celebrábamos en una llamada telefónica los triunfos de los cineastas mexicanos Alejandro González Inárritu, así como Emmanuel Lubezki. Emocionada hasta las lágrimas recordabas a mi abuelo materno, Domingo Carrillo Castro, que por veleidades de la vida incursionó en el cine hasta llegar a ser el hombre de confianza del otro gran fotógrafo del cine nacional, Gabriel Figueroa. Era su operador de cámara, como se denominaba en esos tiempos, por allá de los años 40 y 50. De ahí mi padre Armando Carrillo Ruiz heredó no sólo la profesión a las cámaras de cine, sino el amor a la cinematografía. “Qué felices estarían tu abuelo y tu padre con lo de los Oscar de los mexicanos”, me decías con voz entrecortada por la profunda emoción.

Curiosamente, hace casi 60 años, 69 para ser precisos, fue tu inicio en el cine, pues con tan sólo 16 y 17 años y a invitación de tu amiga María Elena Marqués, participaste en la película Las colegialas, dirigida por Miguel Delgado, a la postre gran mancuerna cinematográfica de Cantinflas, y más adelante en La perla, dirigida por el laureado Indio Fernández, rodada en el bellísimo puerto de Acapulco de ese entonces, limpio y tranquilo, con las increíbles imágenes captadas por don Gabriel y el abuelo Domingo operando la cámara Mitchell de ese tiempo.

Cosas del destino, ahí conocerías a mi padre y de esa raíz se formó nuestra maravillosa familia, tu gran tesoro, así como tú eres el nuestro. Sin el cine nacional quizá el guión no hubiese sido así y los protagonistas de tan feliz historia, tampoco. Grandes recuerdos tenemos todos en casa de los Estudios Churubusco durante nuestra niñez, pues era una especie de gran parque de diversiones con animales salvajes, pueblito vaquero; en fin, una gozada.

Qué alegría ver tu alegría por mil motivos, por la vida, por los paisajes, por la comida, que no sólo cocinas de maravilla, sino que también disfrutas, por una buena película, pues no fallas al cine por lo menos una vez a la semana, si no es que dos. Qué felicidad tu felicidad como mujer plena, realizada, triunfadora, pero, sobre todo, con el virtuoso ejemplo del trabajo honesto y apasionado, tal como lo hiciste apenas hace unos meses en tu enésima telenovela, Qué pobres tan ricos.

Sólo agradecerte tanto, lo que siempre te has entregado por educar, aconsejar, apoyar y estar muy al pendiente de los tuyos, que a la fecha te siguen solicitando, hijos y nietos, mil y un favores, gestiones y labores, que siempre, feliz, y quién sabe cómo, logras para todos.

Te sabes dar a los demás como pocos.

Tu sonrisa y amor es eterno, querida madre.

Gracias por tanto y mil felicidades.

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