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Trump o el catch 22

Yuriria Sierra

Yuriria Sierra

Nudo gordiano

La situación si no imposible, sí inverosímil. Estados Unidos tiene por primera vez en su historia a un presidente llevado a juicio político por segunda ocasión. En la recta final, Donald Trump se despide pagando las consecuencias del incendio que alimentó durante 4 años. Y no hay argumento sensato que pueda decir lo contrario.

En medio de un Capitolio cercado, con cientos de elementos de la Guardia Nacional postrados en su exterior y en sus pasillos, una postal nunca antes vista, los demócratas palomearon el segundo proceso contra su aún presidente. En una semana, Estados Unidos vivirá ya bajo un mando nuevo, pero tendrá en vilo su futuro, ése que amenazó el personaje para que hubieron de operarse medidas tan drásticas con el silencio. Al menos en redes y dentro de las posibilidades, porque ha encontrado las vías para enviar mensajes.

Mucho se ha discutido sobre la censura y la libertad de expresión. Anotamos aquí, lo repetimos ahora, Donald Trump degeneró ambos conceptos. Utilizó no sólo su posición de poder, sino también todo aquello que protege su Primera Enmienda, llamó a la revuelta e intentó, a la fuerza y a base de mentiras, abrirse paso sobre sus oponentes, aun llevándose con ello la tradición democrática de su país. Abuso de poder claro y llano. El republicano pasará a la historia como ese personaje del siglo XXI al que hubo que ponerle controvertidos contrapesos en beneficio de la estabilidad de toda una nación. El famoso catch 22: EU debió apostar por la opción menos dañina. Por eso es plausible la decisión de más de diez plataformas digitales, Twitter y Facebook, sus favoritas y las de mayor espectro, de bloquear las cuentas de Trump, los mensajes que a través de ellas envió en los últimos días previo a la restricción, fueron peligrosamente contundentes e inesperados. Trump demostró ser una más de esas figuras que se corrompen cuando tienen acceso a un poder casi absoluto. Capaz de movilizar a sus más radicales seguidores (quienes habrán tenido acceso hasta a una logística apropiada para el asalto, como sugieren videos que circulan en redes).

El gran pendiente hoy es qué sucederá con este inusual momento: con el impeachment aprobado en la Cámara de Representantes, ahora toca al Senado, pero éste no sesionará sino hasta el próximo 19 de enero, en las últimas horas del gobierno de Trump. Y aquí está la que seguro fue la apuesta demócrata: que su posible destitución, no un acto simbólico, más bien sea la estocada final para el futuro político del republicano, al que ya le dieron la espalda algunos de los líderes de su partido. Encontrarlo culpable de “incitación a la insurrección” y con ello inhabilitarlo para buscar un nuevo cargo de elección. La apuesta tendrá que estar ahí. Sin embargo, otra vez la paradoja, como lo señalamos el sábado pasado, el asunto no sólo está en desaparecer al personaje, sino en prender todas las alertas para identificar a quien pueda llegar detrás de él.

Enjuiciar a Trump es un evidente acto para alimentar el espíritu democrático de su país, un movimiento para impedir que reaparezca en cuatro años, pero también entraña el riesgo, el peligro, de que sus seguidores se cieguen cada vez más. Una ideología como la que identifica al presidente de EU, termina convirtiéndose en fascismo, por eso requiere de contrapesos. Momentos no vistos, merecen reacciones nunca vistas, aunque polémicas. Estos frenos fueron necesarios, pero no resuelven lo que en el futuro pueda aparecer como consecuencia de estos últimos cuatro años.

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