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Maduro, el insostenible

Yuriria Sierra

Yuriria Sierra

Nudo gordiano

En Venezuela se han reducido los índices de contaminación. En una coyuntura como la actual, en la que países de todo el mundo luchan para contrarrestar los efectos que se producen con los millones de toneladas de basura que se generan al día, así como las emisiones de CO2. La Venezuela de Nicolás Maduro ha logrado reducir estos índices. Lo dijo Helen Fernández, la alcaldesa de Caracas a la agencia EFE: “El cambio climático no es sólo formar una ciudad, es ocuparse del ser humano, de sus derechos...”, explicó en esa entrevista. Cualquier gobierno presumiría con entusiasmo este asunto. Caray, cuántos planes, cuántas reuniones se concretan al año para decidir las acciones que combatan efectivamente al cambio climático. Venezuela lo consiguió. Sin embargo, en voz de Fernández, las causas que han llevado a estas condiciones están, como sabemos, mucho muy lejanas de las que cualquier democracia podría aceptar: “Hemos bajado esos niveles porque ya no tenemos alimentos, así que ya no producimos tanta basura, no tenemos transporte porque no tenemos cómo solventar los costos de los repuestos y no hay repuestos (...) Acabó —el gobierno de Maduro— con la empresa privada y la productividad y empobreció una población que hoy en día debía estar en el primer mundo porque Venezuela era un país rico, de progreso, de respeto (...) Caímos en un populismo que nos ha llevado a la pobreza, desolación, a una crisis humanitaria de gran magnitud...”. Y sí, la fotografía es aterradora: ayer mismo circulaba en redes sociales un video en el que hasta los militares afines al régimen heredado de Hugo Chávez, pepenado, literalmente, entre los restos de la basura para conseguir algo que llevarse a la boca, cualquier miga que caiga al estómago, cualquier desperdicio que logre engañar al hambre...

La inflación anda por el 800%, por decir lo menos. Desde hace meses hay desabasto de alimentos y medicamentos. Hace unos meses, la difteria se convirtió en un asunto de emergencia, no sólo por su reaparición —no se había presentado un solo caso en los últimos 24 años— sino porque frente a esto no se tenían los recursos para controlarse, apenas se alcanzó a cubrir 40% de la población urbana con vacunas, 20% en zonas rurales.

Todo esto es un panorama ya conocido. No hay alimentos, no hay combustibles, no hay medicinas, no hay trabajo, no hay justicia. Hace unas semanas, y tras el encuentro de Lilian Tintori con Donald Trump, Leopoldo López recibió la ratificación de su condena. No podrá salir de prisión sino hasta dentro de 14 años. Venezuela se mantiene en pie porque cada vez más personas salen a la calle a manifestarse contra el gobierno de Maduro. Ayer mismo, Henrique Capriles, uno de los líderes opositores, anunciaba que sus próximas movilizaciones serán sorpresa, pero que habrá más. Hace un par de días, la OEA llamó a Maduro a convocar a elecciones a la brevedad, de lo contrario expulsarían al país del organismo: “Aprobar la suspensión del desnaturalizado gobierno venezolano es el más claro esfuerzo y gesto que podemos hacer en este momento por la gente del país, por la democracia en el continente, por su futuro y por la justicia...”, dijo Luis Almagro, secretario general de la OEA. La Asamblea Nacional hizo lo propio, las manos opositoras se levantaron en favor de la declaratoria de crisis humanitaria y alimentaria. No hay cabeza sensata que niegue esa realidad venezolana.

Nicolás Maduro no había dicho nada, él estaba muy metido en el conflicto de su vicepresidente, Tareck El Aissami, acusado de narcotráfico por Estados Unidos. Respecto de esto, dijo que todo era una mentira, que el gobierno estadunidense pagó para inventar pruebas y testigos. A Maduro no le importa lo que pasa en las calles, al menos no si no son aplausos. No ha mostrado interés por las condiciones en que viven los venezolanos. Sólo está listo para el conflicto y así defender su indefendible gobierno. La única reacción que ha tenido frente al llamado de la OEA y la declaratoria de crisis humanitaria ha sido  llamar “traidorcillo, inepto, basura de ser humano” a Luis Almagro. Afirma que defenderán en “todos los planos, políticos y diplomáticos”, a Venezuela, porque él y su gobierno tienen la razón. Y mientras él se aferra, la sociedad venezolana vive su difícil realidad: buscando entre las bolsas de basura unas migajas de extraviada dignidad humana.

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