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Una vida para la rumba

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

 

Conocí en persona a Pepe Arévalo en el transporte público. Hará un par de años de eso. El pianista nacido en 1937 iba solo, lucía un impecable traje gris Oxford, corbata amarilla y zapatos lustrados. Me atreví a saludarlo. Antes de bajarse del camión prometió darme una entrevista. Esa charla se concretó en lo que hoy llaman el Mercado Roma (calle Querétaro), pero que antes, y por casi cuatro décadas, se llamaba El Gran León y fungió como un templo para el baile nocturno, aderezado por las notas tropicales que brotaron de su mulata cuadrilla de músicos.

Habrá que decir que muchas de las cosas que me relató están en el libro, hoy inconseguible, Pepe Arévalo. El Gran León, que en 1997 publicó Rafael Figueroa. Por razones que no vale la pena citar, esa entrevista no se publicó, pero propongo la siguiente síntesis de sus respuestas, y lo hago porque el próximo viernes festejará un año más de carrera en el Lunario del Auditorio Nacional.

 

  • “Fuimos a tocar dos veces a Europa [el primer concierto al que se refiere fue en 1998 y el segundo fue poco después del 11 de septiembre de 2001]. Tocamos en Irlanda, Inglaterra, Francia, España, Polonia, Alemania, Rusia. Era el tiempo en que Porfirio Muñoz Ledo era el representante de México (ante la Unión Europea). Todos (los embajadores mexicanos) querían llevar a Pepe Arévalo. En Irlanda tocamos para 18 mexicanos. En París, en un patio grande, metimos a tres mil 500. En Rusia alternamos con una lectura de poemas de Renato Leduc traducidos al ruso”.

Cita en Marruecos. “Un día, en Bosques de las Lomas, me presentaron al secretario del rey de Marruecos (Hassán II). ¡No mames! […] El primer concierto en Marruecos alterné con Mireille Mathieu (la célebre cantante francesa). Tocamos un número de Pérez Prado. Pusimos a bailar hasta al rey. De regreso al hotel, ¡nos dieron más de 200 botellas de champán! Fuimos siete veces”.

Su formación. “Yo comencé a estudiar guitarra a los siete años y el piano a los 11. Tenía una maestra en la Portales (Deadelfa Mejía). Un día, un locutor de la colonia me llevó a la XEB, en la calle de Buen Tono. Me llevaron a un programa dominical y yo ya tenía 14 años. Le dije a mi papá que ya iba a dedicarme a la música, pero me puso una condición: terminar una carrera. Estudié comercio y le di un título, y apenas me dispuse a vivir de la música, ¡comencé a morirme de hambre!”.

Un día, un músico lo llevó con un grupo de cubanos. “Me presentó a Silvestre Méndez, entre muchos otros, y comencé a trabajar con ellos. Yo era el único blanquito. Ahí comenzó mi contacto con la música afroantillana, en un lugar que estaba en Monterrey y Coahuila. Conocí a más artistas, como José Antonio Méndez (uno de los pilares del “filin”)”.

El Bar León, en Brasil y Tacuba. “Yo viví en Acapulco, me llevó José Antonio Méndez a tocar a un bar con un grupo muy chingón. Era 1962 y aquello era un paraíso entonces: bares, hoteles, cabarets. El bar se llamaba El Cocotal. Juan Neri (primera voz de los Ases) me llevó, era un club privado de puros gringos. La dueña era una estadunidense, Mary Stone (con quien se casó Arévalo)”.

 

  • El matrimonio fue un desastre. “Yo tenía 26 años y ella 40, pero la pura lana. Eso sólo duró dos años y pico, porque yo fui un desmadre. Me vine para México. Y, como todo golfo, me regresé a la casa de mi mamá”.

Luego vino el inevitable trabajo: “Tocaba en el Teatro Blanquita, en el Lírico, y un día me di cuenta que había un bar en Tacuba y Brasil, abajo de un hotel en el que trabajaba una amiga mía como cantante, Kika Meyer, que después fue mi suegra”. Un día llegó y estaba cerrado. “Ya lo habían vendido a la señora Chayo, que tenía una casa de citas. Un día me dijo que si quería trabajar ahí. La señora murió en un accidente y la encargada comenzó a tenerme confianza. Remodelaron, cabían 300 personas. Era el Bar León”.

A finales de 1980, Arévalo lo traspasó y ese mismo año fundó El Gran León, en la Roma. En medio de todos esos años hay una historia de fulgores y sombras, de participación en la vida cultural de México y de muchos conciertos, incluso en las cárceles, en donde Arévalo fue apoyado por Manuel Mondragón y Kalb, su compadre.

Y una experiencia mayúscula: tocar para la población de las Islas Marías. “Después de tres semanas, regresé a darle un regalo a las mil 800 mujeres que vivían en las islas. Les llevé a Martín Urieta”.

 

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