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Tributo a Cheo Feliciano

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

 

Cheo Feliciano, el célebre sonero puertorriqueño –nacido en Ponce el 3 de julio de 1935– murió hace cinco años, durante la madrugada del 17 de abril, Jueves Santo, de 2014. Tuvo el infortunio de perder el control de su valioso y veloz Jaguar azul y se fue a estrellar contra un poste del tendido eléctrico en las solitarias calles de Cupey, a las afueras de San Juan. Regresaba de un casino y, según reportes de la policía, no traía puesto el cinturón de seguridad. El famoso cantante tenía 78 años.

Además de perder la vida, ya suficiente infortunio, tuvo otro, acaso menos “importante”, pero, eso sí, más “periodístico” —si se me otorga la dispensa de utilizar esta frase—. Esa circunstancia poco afortunada consistió en que la muerte llegó por Cheo el mismo día en que vino por Gabriel García Márquez, el famosísimo escritor colombiano avecindado en México. Y ahí sí, ni hablar, Nobel mata sonero.

Esa fue, sin duda, la razón por la cual los rotativos latinoamericanos del día siguiente no consignaron —o al menos no destacadamente— el trágico fallecimiento de quien dedicó su vida a la música popular, dejando un legado de éxitos rumberos entre los cuales destacan Franqueza cruel, Pa’ que afinquen, Mi triste problema, Barrunto, Salí porque salí y, de manera sobresaliente, Anacaona y Los entierros, temas estos últimos que aluden directamente al origen indígena y a la negritud caribeña, respectivamente, ese germen racial que buscó la emancipación social por siglos, pero que en muchísimos lugares de América Latina aún padece pobreza y falta de educación. La primera, un homenaje a una gobernante taína que se rebeló ante el avance español en América en tiempos de Cristóbal Colón. La segunda canción es un tributo a las demostraciones genuinas de solidaridad y cariño que se esparcen entre los que menos tienen en cualquier ciudad latina.

A propósito de Cheo, el periodista venezolano César Miguel Rondón consigna en su libro El libro de la salsa. Crónica de la música del Caribe urbano que toda la fama del llamado “niño mimado de Puerto Rico” venía desde los días del Sexteto de Joe Cuba, del que fue un pilar. Dice Rondón: “Habría que apuntar, en beneficio de Cheo, el hecho de que el grupo de Joe Cuba no sólo fue el que con mayor habilidad y fortuna logró resolver las influencias ‘americanizantes’ en la música caribeña, sino que, paralelamente, siempre supo llenar de fiereza y autenticidad el son cada vez que lo interpretó en su justa medida y proyección. Esto es un aval para Feliciano, porque es un índice de su versatilidad”. Y sitúa la fecha de este “momento” de Cheo en el verano de 1971.

Pero hay que señalar otro momento. Cheo tuvo otra hora culminante en su carrera: fue una de las voces de aquel legendario batallón de “anormales” (como solía decirles Héctor Lavoe por ser magníficos músicos) integrados a la famosa Fania All Stars, que conjuntó —bajo el liderazgo de Johnny Pacheco— a lo más granado de la rumba latina en los años 60 y 70. Ahí, en una función en Zaire en 1974 (otra vez la negritud como bandera, pues ese concierto sirvió como telón a la épica pelea de box entre Ali y Foreman), Cheo interpretó como nunca un tema compuesto por él y arreglado por su amigo, el pianista Nick Jiménez: El ratón, cobijado en los coros por el propio Lavoe, Ismael Miranda, Ismael Quintana (fallecido, por cierto, hace justo tres años) y Santos Colón. Un coro, pues, para la historia.

Con todo y el gran éxito que este gran cantante tuvo como exponente de la época dorada de la salsa, yo me quedo con el Cheo bolerista, género en el que brilló intensamente con tracks como Amada mía, de José Nogueras; Juguete, de Bobby Capó; e incluso clásicos como Contigo en la distancia, de César Portillo de la Luz, o Cuando estoy contigo, de Armando Manzanero. Un formidable cantante con tesitura de barítono, cuyo nombre real era José Luis Feliciano Vega y que sobrevivió a su adicción a la heroína, pero no al exceso de velocidad.

 

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