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Luto, laureles y grilla

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

En cuanto a información de índole cultural, los últimos cinco días fueron inusuales. Al menos en Uruguay, Colombia y, desde luego, México y España, se trató de días intensos en los que aconteció, primero, un luto; luego se anunciaron dos importantes laureles literarios y, al final, se llevó a cabo una jugada drástica –más simbólica que determinante– en el ámbito de la industria editorial de nuestro país.

En el primer caso, la noticia de la muerte del escritor mexicano Fernando del Paso cimbró a la comunidad cultural, no sólo de nuestra nación. El narrador, poeta, periodista y dibujante, quien falleció el miércoles en Guadalajara a los 83 años, era un pilar de las letras mexicanas y, tomando el riesgo de equivocarme, fue el último de los grandes escritores nacionales de la centuria pasada.

Voy más lejos o, más bien, soy más claro: no existe ya en México un escritor del calado del autor de esas tres obras magistrales que, hoy más que nunca, exigen una lectura o, en el mejor de los casos, una relectura atenta, sensible, entregada: José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio.

Del Paso, pienso, fue un inconmensurable artista a quien he releído con entusiasmo y asombro, y de quien reproduzco la siguiente reflexión que escribió en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional y que se refiere a la irrefrenable voluntad creadora y perfeccionista de cierta parte, minúscula parte, de la humanidad: aquella que se dedica al arte: “¿A qué obedece, pues, el afán por consagrarse, la ambición de ganar premios y galardones, reconocimientos? ¿Y para qué, para qué también, empecinarse en escribir más poemas, en pintar más cuadros, en componer más música, en elaborar nuevas filosofías? Por una parte, porque pesa, sobre el verdadero artista, una dulce condena: no puede escapar a su destino, si su destino es la creación de objetos artísticos. Por otra, ningún ser humano tolera una dosis muy grande de realidad”.

Que este luto que cayó sobre la literatura en español sirva de acicate para que nuevos lectores entren a la refulgente y barroca obra de Fernando del Paso, esa violenta y luminosa cascada de nuestro idioma. Y para quienes ya conocían y habían disfrutado su obra, que sirva para reafirmar su devoción lectora.

En otros puntos del “planeta iberoamericano” (Madrid y Montevideo para ser más precisos) se ratificó la relevancia de la poesía en el ámbito de la creación literaria: le fue concedido el Premio Cervantes –el de más peso en las letras españolas– a la distinguida escritora uruguaya Ida Vitale, de 95 años.

La entrega del galardón a la autora de La luz de esta memoria, Procura de lo imposible, Elegías en otoño –por nombrar sólo tres títulos de una prolífica obra de vanguardia– cobró un matiz especial debido, al menos, a tres circunstancias. Primero: reconocer a Vitale implicó quebrar esa regla “no escrita” de alternar ambas orillas del Atlántico a la hora de conceder el premio, toda vez que el novelista nicaragüense Sergio Ramírez se llevó el Cervantes en 2017 y, de acuerdo con ese orden tácito, le habría tocado el laurel en 2018 a un autor español. Segundo: en menos de una década, Vitale ha cosechado siete de los premios más importantes de la literatura hispánica, a saber: Premio Octavio Paz (2009), Premio Alfonso Reyes (2014), Premio Reina Sofía (2015), Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2016), Premio Max Jacob (2017), el FIL Guadalajara (2018), que le será entregado el próximo sábado en la capital tapatía, y el Premio Cervantes, que la poeta recogerá en abril de 2019. Y tercero: se trata de la quinta ocasión que el Premio Cervantes recae en una escritora (antes se alzaron con él María Zambrano, Ana María Matute, Dulce María Loynaz y Elena Poniatowska).

Ante el peso de los dos anteriores acontecimientos literarios, casi pasa inadvertido otro importante hecho: la ciudad de Granada le otorgó, el miércoles pasado, su premio García Lorca al espléndido bardo colombiano Darío Jaramillo Agudelo, propietario de una poesía que ha hecho del sigilo una eficaz y fulgurante herramienta lírica y quien ha encontrado en el “silencio” su arma lírica más letal.

Jaramillo es autor de espléndidos poemarios: Tratado de retórica, Del ojo a la lengua, Cantar por cantar, Gatos o Cuadernos de música. Y ha sido el insólito creador de versos que son más bien una profecía: “Vendrá un ángel por ti / y caerás hacia arriba”.

Y al final, la grilla. Resulta que el jueves pasado, José Carreño Carlón rindió, tras casi completar un sexenio, su último informe de labores al frente del sello paraestatal Fondo de Cultura Económica. En ese marco, tres distinguidos integrantes de la Junta Directiva de la editorial pública decidieron abandonarla. Se trata de Juliana González, Fernando Escalante Gonzalbo y José Woldenberg. La salida en bloque se da en un entorno específico y de ineludible mención: la próxima llegada del rijoso escritor Paco Ignacio Taibo II al timón del sello mexicano. ¿Esa triple salida es un manotazo en la mesa contra el nuevo gobierno, es una toma radical de postura política o es un simple pataleo ante el advenimiento de lo que ellos ven como la “anarquía” previa la “desaparición” del heroico FCE? La editorial pública ha sobrevivido a múltiples sexenios, y sobrevivirá a éste.

 

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