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Harlem, un barril de pólvora

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

La tarea que el jefe policiaco de una de las zonas más iracundas de Nueva York le encomienda a Ataúd Ed Johnson y Sepulturero Jones no es nada sencilla, pero no hay mejores hombres para llevarla a cabo: deben resolver un brutal asesinato que se ha cometido en Harlem, un barrio que a finales de los años 60 se había convertido en un barril de pólvora y muchos de sus habitantes, 99 por ciento negros, estaban dispuestos a detonarlo. 

Johnson y Jones son los protagonistas de Blind man with a pistol, novela de Chester Himes (1909-1984), que en español editó RBA Libros y que este año cumple medio siglo de haber sido publicada. Ambos detectives, describe su autor, “eran tan negros como la noche, vestían trajes de alpaca liviana y oscura, y camisas de algodón negras con los cuellos abiertos”. Ocultaban voluminosos revólveres calibre 38, de brillante plata y níquel, colgando de sus bandoleras. Para recorrer la ciudad usaban un desvencijado sedán negro, Plymouth, con matrícula no oficial. Ése era el atuendo de quienes fungían como los últimos “policías buenos” que patrullaban un Harlem en pie de guerra y asfixiado por un verano demoniaco.

El atroz crimen que deben desenredar –y que Ataúd y Sepulturero acaban de presenciar en su rondín nocturno sin percatarse del  victimario– es el asesinato de un hombre rubio, ojos azules, que tiene un corte en la yugular, que yace en la calle 123 a las 03:11 de la madrugada y que antes de morir sólo logra pronunciar, entre borbotones sanguinolentos, la palabra “Jesús”.

Como telón de fondo de esta macabra escena aparecen los preparativos de una protesta por los derechos civiles, que terminará indefectiblemente en disturbios (“aquello parecía un caleidoscopio del infierno”, dice Himes) y, sobre todo, una insólita congregación religiosa liderada por el reverendo Sam, un anciano decrépito y cínico que aborrece que le llamen profeta y que habita un edificio abandonado y en ruinas, acompañado por un centenar de mujeres negras (todas “monjas” jóvenes), con quienes ha procreado un miniejército de niños que viven en la miseria absoluta.

El campo de conflagración social es Harlem, en donde todos los comercios e inmuebles son propiedad de los blancos; sin embargo, la zona la habitan y dominan los negros. Harlem, narra Himes, “sigue siendo la Meca de los negros. El aire y el calor, las voces y las risas, la atmósfera y el melodrama, todo les pertenece. Suyas son las esperanzas, los proyectos, las plegarias y las protestas”.

Y en medio de todo ello, Ataúd y Sepulturero –que conocen a la perfección el mundo llamado Harlem y, sobre todo, el submundo llamado extorsión policial, prostitución, alcohol, juego ilegal y estupefacientes– tienen la obligación de atrapar a un asesino huidizo y letal con la navaja, que ha cobrado la vida de un rubio cuyos antecedentes tampoco son de fiar.

Desde luego, ésta no es la única novela de Chester Himes, nacido en Misuri y fallecido en Alicante, pues desde 1956, sofocado por el racismo de su país, decidió abandonarlo y se trasladó, primero, a Francia y, desde 1969, de manera definitiva se instaló en España. Tampoco es la única novela protagonizada por esta pareja de policías testarudos, perspicaces, estrambóticos y plenos de artimañas. Destacan Por amor a Imabelle, La banda de los musulmanes, El extraño asesinato, El gran sueño de oro, Todos muertos, Algodón en Harlem, Empieza el calor y la inacabada Plan B.

No obstante, Un ciego con una pistola, escrita en París, puede considerarse como una magnífica síntesis de la obra de Chester Himes, quien en uno de los párrafos de esta novela aporta una descripción sin desperdicio de la manera en que pensaban los habitantes de Harlem ante las duras condiciones de vida: “Un huevo podrido tiene que estar bien podrido antes de que en Harlem lo den por malo…”.

Esta novela de Himes –quien en Europa fue comparado en el género negro con autores de la talla de Dashiell Hammett o Raymond Chandler– es una exaltada metáfora de lo que pasaba apenas hace medio siglo: la guerra de Vietnam, revueltas en los guetos, los actos kamikaze en Medio Oriente. Es, también, la constatación de que toda violencia desorganizada es como un ciego con una pistola.

 

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