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Elogios

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

Dentro de las varias definiciones de la palabra “elogio” hago uso de: “Alabanza de las buenas prendas y méritos de una persona o cosa”. En la historia de la literatura, muchos escritores han prodigado esas alabanzas a las buenas prendas de otros escritores. Y quizá, me gusta pensarlo así, esos encomios hayan servido a los lectores para conocer y ponderar la obra de los aludidos. Recomendarla, dialogar con ella. En fin, darle vida y sentido con su lectura. Aquí seleccioné algunos de los que más me han motivado a leer o releer a algunos autores.

El cineasta estadunidense Woody Allen, cuyo sentido del humor lo ha vuelto una celebridad, prodigó a la luminosa poeta polaca Wislawa Szymborska una apología incontrovertible: “Leo y releo todo lo que ha escrito. Me consideran un hombre con sentido del humor, pero el suyo supera al mío. Ella ejerce una influencia enorme en el nivel de mi alegría de vivir. Encaja a la perfección con mi definición de artista profunda y detallista”.

Por su parte, el sabio mexicano Ernesto de la Peña dice sobre uno clásico francés: “Rabelais es una especie de Jano de muchos rostros vueltos hacia todos los rincones de la actividad humana. En todos estos sentidos es representante epónimo del Renacimiento, de ese portentoso movimiento espiritual que se propuso, y logró una reivindicación de lo humano frente a lo divino. Rabelais, a diferencia de otros artistas y humanistas, más ponderados, llevó esta actitud hasta sus últimas consecuencias”.

En su libro Puro humo, Guillermo Cabrera Infante describe al cuentista británico Saki (Hector Hugh Munro) con la siguiente y finísima ironía: “Saki, ese genial (tanto en el sentido de la palabra en español como en inglés), amable narrador”. Como se sabe, la obra de Saki carece de toda “amabilidad”, y más bien está teñida de un ingenioso halo macabro.

Emilio Adolfo Westphalen dejó escrito sobre uno de los más atormentados poetas de la historia: “Quien piense en la vida de Nerval, siempre bordeando la locura, quien piense en cómo por sí mismo se decidió a abrir la puerta a la muerte, creemos que erróneamente podrá concluir en el fracaso de Nerval. Tan unidos para siempre nos deja su poesía y su vida, tan vivo, doliente y gozoso nos ha quedado para siempre, que el milagro se ha cumplido, su triunfo es esplendoroso; la materia impalpable de sus sueños se nos aparece y para siempre aparecerá con todo el múltiple y oscuro encanto de sus poemas y de sus relatos pletóricos de siempre renaciente vida”.

En una carta de 1970 que José Lezama Lima envió desde La Habana a José Carlos Becerra, que se encontraba en Londres, el novelista cubano le dijo al bardo tabasqueño: “He leído con fruición su libro Relación de los hechos; aun en momentos de desolación, su brazo lo cubre con misteriosa precisión. A veces causa la impresión de una ciudad en la que se llega en el sueño y después se torna implacable y conocida; otras veces es la ciudad desconocida que vamos reconociendo en una minuciosa fiesta de reencuentros. A veces aparece como una voluptuosidad en lo sombrío, cuya raíz sin duda debe venir de Baudelaire”.

Mario Vargas Llosa, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura hizo un elogio múltiple y acerado a sus contemporáneos: “Acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Jorge Luis Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado”.

En el prefacio de su libro de relatos Música para camaleones, Truman Capote hace una defensa de sí mismo al “elogiar” a Norman Mailer, quien puso en tela de juicio la concepción de “novela real” que tanto éxito le dio al primero gracias a la escritura de A sangre fría: “Varios críticos se quejaron de que ‘novela real’ era un término para llamar la atención, un truco publicitario, y de que en mi obra no había nada nuevo ni original. Pero hubo otros que pensaron de modo diferente, otros escritores que comprendieron el valor de mi experimento y en seguida se dedicaron a emplearlo personalmente; y nadie con mayor rapidez que Norman Mailer, quien ganó un montón de dinero y de premios escribiendo ‘novelas reales’ (Los ejércitos de la noche, De un fuego en la luna, La canción del verdugo), aunque siempre ha tenido cuidado de no describirlas como ‘novelas reales’. No importa; es un buen escritor y un tipo estupendo, y me resulta grato el haberle prestado algún pequeño servicio”.

Debo decir que tengo varios elogios favoritos. El primero, por genuino y espontáneo, es el que, tras ganar en 2009 el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, José Emilio Pacheco le obsequió con humildad a uno de sus colegas más queridos. Un reportero en España le preguntó al autor de El reposo del fuego si se consideraba el mejor poeta de México, a lo que, de botepronto, respondió: “¡Cómo voy a ser el mejor poeta mexicano si no lo soy ni de mi barrio! A la vuelta de mi casa vive Juan Gelman”.

Otro de mis elogios favoritos, por hiperbólico, no sé si desmesurado, es aquel que la historia literaria le asignó a Lope de Vega: “Fénix de los ingenios”. Aunque la cosa no paró ahí. El propio Miguel de Cervantes, rival de Lope, lo llamó “Poeta del cielo y de la tierra” y, de manera descomunal, “Monstruo de la Naturaleza”. Sin embargo, quien no tuvo reparos fue Góngora. Él siempre fue más allá: tildó de borracho a Quevedo.

 

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