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El prisionero 466/64

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

 

Del 7 de noviembre de 1962 al 11 de febrero de 1990, el líder sudafricano Nelson Mandela (1918-2013) padeció casi tres décadas de prisión por sus inquebrantables convicciones políticas, mil 52 días en los que la autoridad racista de su país lo mantuvo encarcelado, con condena de cadena perpetua –por fortuna no cumplida–, y que pudo superar, entre otras razones, gracias a su indómito espíritu libertario y gracias también al apoyo de su círculo íntimo, conformado por familiares y amigos, todos compañeros de lucha.

Una clave para que pudiera sobrevivir al duro encierro en los cuatro distintos centros penitenciarios que “albergaron” al carismático abogado y estadista fue la entereza con que impidió que lo aislaran del mundo y eso lo hizo a través de la correspondencia que pudo mantener, no sin férreos obstáculos burocráticos, con sus cercanos. Una correspondencia en la que expresó no solamente su defensa legal, sino también su amor por su esposa e hijos, e incluso razonables peticiones de índole cotidiana, como un permiso para que dejaran que su óptico lo visitara para ajustarle la graduación a sus lentes.

Una muestra de ello son las 255 misivas, de puño y letra de Mandela, que se compilan en el libro Cartas desde la prisión (2018), traducido y publicado por el sello español Malpaso. Siempre gentil e institucional, Mandela le escribió al director de la prisión de Pretoria el 8 de octubre de 1963: “El especialista que se encargaba con anterioridad de mis ojos es el doctor Handelsmann, de Johannesburgo, y le estaría muy agradecido si tuviera la amabilidad de concertar una nueva visita con él. Debo añadir que el óptico que podría proporcionarme las nuevas lentes y que me ha hecho todas mis anteriores gafas es el doctor Basman, también de Johannesburgo. Naturalmente tendríamos la ventaja de que me haría un descuento si adquiero las gafas con él”.

Dicha petición fue ignorada y Mandela debió escribir otra carta manifestando que sus ojos se estaban deteriorando rápidamente e imploraba que se atendiera el asunto con urgencia. El jefe carcelario sabía que Mandela leía diariamente decenas y decenas de páginas para terminar de licenciarse en leyes –cosa que logró en 1989–, y para escudriñar su propio expediente judicial y el de cada uno de sus correligionarios presos como él; además, claro, de responder todo el entramado de apoyo externo –­local y extranjero–, que también jugó un papel relevante para sostener la lucha contra el tristemente célebre apartheid.

Desde luego, en la correspondencia de Mandela predominan las misivas de orden estrictamente político, en las que instruye, organiza, anima a continuar la batalla antirracial, aconseja y pide consejo. También abundan las cartas en las que, desde prisión, emprende una defensa irrestricta y valiente de su mujer, Winnie. Les remitió mensajes a todos los órdenes de gobierno, desde la policía hasta el ministro de justicia, para tratar de tenderle una red de protección a su esposa.

En el corpus de esta correspondencia destaco dos cartas que muestran la humanidad de Mandela, de quien el jueves pasado se conmemoró el 101 aniversario de natalicio. La primera es un mensaje largo y cariñoso que escribió a la menor de sus hijas, Zindzi, quien debió recibir la misiva en su cumpleaños 19, en diciembre de 1979, pero no tuvo en sus manos esa carta sino hasta dos décadas después.

La otra exhibe la ironía que siempre acompaña a las personas brillantes como Mandela, que en la draconiana prisión de Robben Island era simplemente un número, el 466/64. Ésta la escribe poco antes de enterarse de que, “irremediablemente”, le darán pena de muerte y se la dirige, el 11 de junio de 1964, a Coen Stork, embajador de Holanda en Sudáfrica: “Mis colegas y yo le agradecemos profundamente la asistencia inestimable que nos ha facilitado. Le escribo antes de que se resuelva este caso porque, en adelante, ya no me será posible hacerlo”.

Estas misivas no sólo trazan de cuerpo entero a un notable político del siglo XX que jamás extravió la dignidad, sino también a un hombre que concitó para sí y para su causa una reserva inagotable de amor y simpatía. Tras estas miles y miles de líneas escritas por una figura pública se deja ver a un ser humano entrañable que lideró, incluso desde la prisión, la liberación de su pueblo.

 

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