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El perdiguero alemán

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

 

Bauschan es un perdiguero alemán pelicorto con dos años de edad, a lo sumo. Bueno, seamos un poco más justos en la descripción: Bauschan no es un perdiguero a toda ley, digamos, ciento por ciento, pero se acerca mucho. Más bien, asegura el narrador de la noveleta Señor y perro, de Thomas Mann, para ser un perdiguero de linaje incuestionable le falta “un poco de corpulencia, y hay que insistir en ello, pues su talla es decididamente menor a la de un podenco” y sus patas dejan mucho que desear, pues, honestamente, “no son del todo rectas”.

Sin embargo, su baja estatura pierde absoluta relevancia ante su pelaje tan hermoso: “pardo de óxido en el fondo, atigrado de negro, y lleva también no poco blanco, dominante, en vientre y patas”. Aunque lo más atractivo de su estampa lo constituye “el remolino, pincel o borla en que se retuerce el blanco pelo del pecho, sobresaliendo horizontalmente como la punta de la coraza de las antiguas armaduras”.

Así es el sutil y certero retrato del protagonista canino de este pequeño y brillante relato que forma parte de la prolífica obra literaria de Mann (1875-1955) que, aunque no puede compararse con las catedralicias novelas Los Buddenbrook, Muerte en Venecia, Doctor Faustus y, sobre todo, La montaña mágica, ejerce un poderoso encanto narrativo debido a su delicadeza y emotividad primitiva, si se permite el adjetivo. Un relato, pues, pleno de amor e instinto.

Señor y perro, publicado en 1918, no quiere ser más que un testimonio de amistad entre un can y su amo, quien da cuenta de una complicidad sin condiciones, diáfana y profunda que se gesta en la casa del narrador y su familia, ubicada en medio de un formidable bosque germano que en el desarrollo del relato se torna en un paraje idílico repleto de sauces, álamos y fresnos que conforman una zona forestal que no es sino “un jardín encantado” para el narrador, “aun cuando en el fondo se trate de una naturaleza pobre, limitada e inclinada al raquitismo que podría definirse y caracterizarse completamente con unos pocos y simples términos botánicos”.

Y claro, también hay en ese privado territorio un impetuoso río, en cuya pedregosa y fangosa ribera Bauschan puede desencadenar una carrera impulsado por su más primigenia naturaleza de antiquísimo lobo que va en busca de una presa que, convertida en alimento, le permita sobrevivir día a día.

Ése es el lugar idílico en el que amo y perro desatan sus correrías en tándem. El primero, observando y admirando el potencial de caza silvestre que posee Bauschan. El segundo, orejas al aire, asumiéndose propietario de todo ese terreno que puede disfrutar desplazándose como loco tras liebres y gaviotas que a veces logran burlarlo.

En este acerado y dúctil relato casi no aparece el amo: no anuncia su nombre ni su profesión. Apenas comenta que tiene casa, mujer, dos hijas y un trabajo que le exige tomar un tren diariamente. Él sólo es la voz que teje, con una filigrana dorada, su vínculo con Bauschan, el personaje central, el leal y zalamero acompañante; el brioso y arrebatado cuadrúpedo, cuya aptitud de cazador es la que distrae y alegra al narrador, la que le despierta sus “espíritus vitales” y coloca “en condiciones de hacer frente al resto del día”. Es por gratitud a Bauschan, dice el narrador, por lo que escribe este testimonio.

En esta semana comenzarán a entregarse los Premios Nobel, los galardones más prestigiados del planeta que se otorgan a las más diversas disciplinas del saber humano, entre ellas la literatura, y no encuentro mejor ocasión para traer a cuento este espléndido libro de Mann, quien recibió el reconocimiento de la Academia Sueca hace justo 90 años.

Con Señor y perro, cuya trama “sencilla” se aleja de toda esa complejidad sicológica que siempre buscó Mann para sus personajes, el célebre autor, nacido en Lübeck y muerto en Zúrich, parece decirnos que para un verdadero literato no hay tema menor ni historia inabordable o inenarrable. El retrato de Bauschan, el indómito cazador que sucumbía ante los mimos de su amo, es la prueba de ello. En la milimétrica descripción de un perro y sus vicisitudes cotidianas se encuentra, nítido y luminoso, un reflejo: el del hombre que está contándonos esta soberbia historia de lealtad y apego.

 

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