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El bastón de Gamoneda

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

Sucedió en la FIL Guadalajara 2006, cuando el invitado de honor no fue un país, sino una región: Andalucía. Mi brevísima charla con el roquero granadino Miguel Ríos no fue programada, jamás la publiqué y se dio, si la memoria no decide que debo arreglármelas solo, así.

El poeta español Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931), quien durante el desarrollo del encuentro editorial fue anunciado como el ganador del Premio Cervantes, tuvo un encuentro con medios en la sala de prensa de la FIL. Resulta que a la hora en que arribó el autor de Sublevación inmóvil y León de la mirada no había demasiados colegas reporteros en el lugar.

Cuando apareció Gamoneda y cruzó, con lentitud y sonrisa en ristre, el acceso principal de la pequeña sala, descubrimos, no sin asombro, que quien sujetaba del brazo al poeta era el creador del concepto Rock and Ríos, que se había concretado como álbum doble en 1982 y, desde ahí, fue llevado de gira mundial. Un icono de la música popular en español, que inundó con sus éxitos la radio iberoamericana y se consolidó como un gran vendedor de discos.

  • Y ahí estaba, pues, un rockstar hispano, pero no en papel de luminaria, sino acompañando a su amigo a la cita literaria. Caminaron, ocuparon sus asientos tras la mesa con mantel y Gamoneda tomó el micrófono. Honestamente, no recuerdo con precisión lo que dijo el también Premio Reina Sofía y Premio Asturias, pero sí recuerdo que estaba por aparecer Cecilia y otros poemas, una antología de su obra publicada por el FCE-España y que, quizá, también se haya referido a El cuerpo de los símbolos, que ese año le publicó el ya extinto sello oaxaqueño Calamus. En fin, que mi atención pertenecía al acompañante de lujo, que se mostró atento y, huelga decirlo, silencioso ante las palabras que Gamoneda intercambiaba con el puñado de periodistas que tenía frente así.

Para qué más que la verdad: lo único que yo quería era que terminara la charla para abordar a Ríos, aunque no supiera bien a bien qué preguntarle. Mientras sopesaba la manera de arrebatarle cinco minutos, fui víctima de un horrendo flashback: era 1988, yo tenía 15 años y, para poder asistir al concierto que el autor de Bienvenidos ofreció en abril de aquel año en la Plaza México, carecía de dos cosas esenciales: dinero y autorización de mis padres. Así que me quedé con otras dos cosas: la promesa –hasta hoy incumplida– de ver a Ríos en concierto y con una profunda envidia –hasta hoy irresuelta– por la suerte de algunos de mis amigos que sí tuvieron la oportunidad y la logística para presenciar un suceso histórico: esa cita fue una de las llaves que permitieron posteriores conciertos masivos.

  • Mi perniciosa evocación fue, por fortuna, interrumpida: Gamoneda había terminado su charla. Era mi oportunidad, pero Ríos adujo, con amabilidad, que no quería robarle la atención a su amigo. Insistí. Dos preguntas. Cedió. Yo ya sabía que Ríos abriría la participación musical de la delegación andaluza en la FIL con un miniconcierto, así que ésa me la ahorré. Me ahorré otra: si acompañaba a Gamoneda y le servía de bastón, era claro que los unía una amistad larga y férrea, así que le pedí que me dijera qué destacaría, como lector, de la obra de Gamoneda. Respondió, con naturalidad, que conocía bien sus poemas, que algunos lo embrujaron. Mencionó, si no me equivoco, su poemario Libro del frío y un poema que, ahora lo sé, se llama Blues del cementerio y que guarda estos versos: “Sólo hay cuarenta almas en el pueblo. / No sé para qué tanto cementerio”. Por supuesto, dijo que se sentía privilegiado por la amistad de Gamoneda, un escritor tan galardonado, y dos cosas más. Luego se disculpó, me dio un vehemente estrechón de manos, me agradeció llamándome “chaval” (yo se lo agradecí más) y volvió con el poeta para conducirlo a otra parte.

Los vi alejarse y entonces caí en cuenta de que no había grabado nada. No me importó. De alguna manera, ya estaba saldada mi deuda conmigo mismo.

¿Por qué rememoro esta anécdota, minúsculo “triunfo” personal? Porque el viernes pasado, el músico andaluz, generador de tanta cosa emocional en mi fuero interno gracias a algunas de sus canciones, cumplió 75 años de vida. Y tan campante.

 

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