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Cuentos negreros

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

Mosaico sombrío de un Brasil urbano, en el que el racismo ni se ha extinguido ni se extinguirá pronto. Lóbrega colección de estampas de la negritud, de la miseria, de la violencia aceptada o, más bien, de la violencia que se ha normalizado con una resignación inaudita. Relatos de ciudadanos marginales, no sumisos, que pueblan un hábitat pernicioso, iracundo, volátil y, lo peor, invisible a ojos de la otra sociedad, la que vale, la que tiene, la que juzga, la que pasa de largo, la temerosa y pusilánime que habita en una burbuja de inmaculada blancura.

Así son estos Contos negreiros (Editora Record, 2005), que el sello mexicano Librosampleados tradujo al español (a través de una espléndida versión de Armando Escobar G.), y en los que Marcelino Freire, su autor, entrega una ráfaga virulenta de pequeños cuadros que describen el trajín diario de una población que siempre ha vivido a la orilla de todo.

Por ejemplo, en el relato El solar de los príncipes, cuatro jóvenes negros y una negra se detienen frente a un lujoso edificio. El portero suda. Les pregunta qué quieren. Él ya imagina lo peor. ¿Puede evitarlo? En realidad, lo que buscan, con una cámara en mano, es entrevistar a los habitantes del lugar: ese “inverosímil” grupo de cineastas en ciernes sólo quiere documentar –en imágenes y en testimonios espontáneos– la manera en que se vive “con carros en el garaje, alberca, computadora con internet y saldo en el banco”. El portero, encerrado tras un cristal blindado, sólo quiere llamar a una patrulla.

En otro relato, los protagonistas son dos chavales negros que compartieron la infancia, pero muy pronto han extraviado la inocencia. Roban desde niños, su complicidad se fraguó en la calle, bajo el tráfago delictivo; pero, ahora, uno de ellos sostiene un revólver y apunta al otro. Algo pasó, algo se quebró y el lector ignora qué es ese algo, aunque lo intuye. ¿Una traición? Quizá. Lo cierto es que quien está en riesgo trata de calmar al amigo armado: “Después del robo a la  panadería nos quedamos sobre la azotea, con la panza llena, imaginando cómo sería la vida en otros planetas. ¿Te acuerdas? (Nos preguntamos) si existirían favelas en otros planetas, si estaría chingón vivir en la Luna (…)”. Es decir, la favela como mundo interior y exterior, como hogar y como jaula, como centro del universo y límite de todo. La favela como único universo posible, palpable, real. Como prisión perpetua. Ya no hay más allá. La favela, madre homicida, los abraza hasta la asfixia.

En otra pequeña y fugaz historia, Freire (también autor de otras colecciones de cuentos, como BaléRalé, Rasif, mar que arrebenta, Amar é crime, de la novela Nossos ossos, además ganador del Premio Jabuti de Literatura en 2006) desenreda algunas definiciones del concepto violencia. Y, claro, las ofrece desde el otro lado del espejo, desde la otra acera, el Lado B, desde una perspectiva no convencional, no académica, no reluciente ni mucho menos políticamente correcta: “Violencia es que el carrazo se frene pisándote los pies y que suba los vidrios polarizados para que no tengamos chance de verle la cara al mamón de corbata; violencia es nosotros bajo el sol y el cabrón dentro, con aire acondicionado; violencia es su espanto porque somos negros; violencia es que creas que todo salió bien y nada salió bien; violencia es nuestras manos levantadas, la cabeza baja, frente a la multitud, y entrar en la patrulla colorados por la humillación (…)”.

En uno más, el negro está absolutamente convencido de que ganará mucho dinero traficando uno de sus riñones: “¿Por qué se meten con uno? El riñón, ¿sí o no es mío? Hasta vendería un pie y en muletas me quedaría. Es mi bronca. ¿Un ojo vale por los dos o no vale? Si es para liberar a mi panza de la miseria, hasta ciego me quedaría”.

En los pequeños, crudos, fieros y fulminantes relatos de este libro de Marcelino Freire (Pernambuco, 1967) –prologado por el escritor sinaloense Élmer Mendoza–, no hay tregua ni sosiego; no hay felicidad, naturalmente, pero tampoco hay lloriqueos. El Brasil racista es lo que es. Punto. Juntos, estos Contos negreiros forman una ola negra que se empecina en avanzar, no en retornar a la playa. Relatos fatídicos, rompehuesos, altaneros. Relámpagos narrativos que vuelven a revelar el dolor y el infortunio económico, y también la aceptación de la ruindad social. Lumbre negra. Eso son.

 

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