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¿Por qué pagar los errores de alguien más?

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

“Recibo un país estable, y sin crisis económica”, afirmó quien, a principios de septiembre de 2018, ya era Presidente electo. “Tras seis años de gobierno de Enrique Peña Nieto, en el país hay estabilidad y no hay crisis financiera”. Era cierto.

La debacle comenzaría después. Unas semanas más tarde —del 25 al 28 de octubre de 2018— tuvo lugar la primera de las consultas populares con las que el gobierno federal ha tratado de dar un aire de legitimidad —y falso estadismo— a los resentimientos, y las ideas preconcebidas, de un solo hombre. Ideas sin mayor sustento que el rencor, sin mayor estrategia que la venganza: ideas que —sin lugar a dudas— comenzaron a ahuyentar a los inversionistas.

Aquel día murió un aeropuerto, pero nació —en nuestro país— el autoritarismo democrático. Una democracia iliberal, tal y como fue definida en 2014 por el primer ministro húngaro Viktor Orbán al describir su propio régimen: un régimen populista, basado en un intenso nacionalismo, y que promueve la idea de que la democracia es más efectiva a partir de un Estado fuerte —con libertades limitadas para la ciudadanía— en vez de lograrlo sobre los principios de apertura política. Una democracia, en términos llanos, controlada.

Una democracia controlada. Un mes después de la consulta sobre el aeropuerto, y todavía ante el asombro de los inversionistas nacionales e internacionales, vendría la relativa —el 24 y 25 de noviembre de 2018— a los proyectos que, a consideración del Presidente electo, eran los necesarios —y estratégicos— en aquel momento, preciso, del “país estable, y sin crisis económica”, que recibiría unos días más tarde.

Un país que no tardaría en descarrilarse. Tras los fuegos fatuos —y los humos del copal— de los primeros días, vendría la vorágine que comenzó con el accidente de los Moreno Valle y que nos ha llevado a tumbos, y entre las distracciones que se promueven mañana con mañana, a la realidad que hoy enfrentamos. El gobierno que asumió el poder de un país —sin crisis financiera— en el 2018, hoy se ha quedado sin dinero.

Sin dinero para cubrir con sus obligaciones líquidas, y vencidas, de manera normal. Sin dinero para las medicinas para los niños con cáncer, pero con recursos —frescos— para el Tren Maya. Sin dinero para las micro, y pequeñas empresas, pero con fondos —líquidos— para la refinería de Dos Bocas. Sin dinero para realizar pruebas de covid a toda la población, pero sí con el suficiente para cubrir la cancelación de un aeropuerto viable. Sin empatía, sin mayor reconocimiento que el de una triste comparación con el pasado de hace una década.

Sin mayor esperanza que la de sus propias palabras. Las soluciones que —hasta el momento— se han planteado, frente a una crisis sistémica, no difieren en absoluto de las que se habían propuesto para la crisis estructural de hace dos años. Las que, desde entonces, no funcionaban: el aeropuerto era absurdo, la refinería era obsoleta, el Tren Maya no tenía —y sigue sin tener, como los demás proyectos— un modelo de negocio. ¿Por qué seguirle metiendo dinero bueno al malo?

¿Por qué, de verdad? ¿Por qué seguir apoyando proyectos inviables con recursos públicos? ¿Por qué sacrificarse, por qué soportar, con el dinero de los contribuyentes, una estrategia equivocada? ¿Por qué tanto sufrimiento, por qué insistir en los errores, en vez de cambiar un rumbo equivocado? ¿Por qué seguir contando camas vacías, en vez de decesos acumulados? ¿Por qué tanta soberbia?

¿Por qué seguir financiando tantos errores? ¿Por qué cargar con las vidas que no le corresponden sino a una administración inepta? ¿Por qué dar la cara todos los días, por los errores de otra persona? ¿Por qué hacerle eso a los electores? ¿Por qué pagar los errores políticos, y después sonreír en la Conago?

Eso, precisamente. ¿Por qué seguir en la Conago?

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