Logo de Excélsior                                                        

Las sillas vacías

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

En unos cuantos años todo esto habrá pasado. Las disputas, la discordia, la división entre bandos. Incluso la Cuarta Transformación, con todo lo bueno y lo malo que nos haya podido dejar: en unos cuantos años esta administración llegará a su término, la distinción entre chairos y fifís perderá sentido, los proyectos estructurales demostrarán su verdadera valía y todo lo que ahora discutimos terminará por ser irrelevante.

Lo que no regresará son las vidas humanas. Las enfermedades no atienden a colores partidistas —ni mucho menos a la temporalidad de una persona al frente de un gobierno— y las decisiones que se toman en materia de salud pública tienen repercusiones que —en algunos casos— no comienzan a percibirse sino años después.

La pandemia que sufrimos actualmente no es sino un ejemplo, aunque ciertamente más palpable que otros padecimientos igual de apremiantes. Los programas de inmunización, tanto para las enfermedades emergentes —como  covid-19— como para aquellas incluidas tradicionalmente en el cuadro básico de vacunación, no están funcionando como deberían. Vaya, ni remotamente.

La situación es dramática, en cualquier caso. La estrategia de vacunación en contra de covid-19 ha sido errática —por decir lo menos— y ha fijado sus prioridades para la aplicación en términos ideológicos antes que en términos de salud; así, el gobierno se ha preocupado por vacunar, primero, a sus operadores electorales, mientras que ha dejado a su suerte al sector sanitario con el único pretexto de que, algunos de ellos, ejercen su profesión a través de la iniciativa privada.

Doctores, enfermeras, personal de asistencia que, lo mismo atienden en un consultorio privado o en un hospital, que en una farmacia o en cualquier dispensario médico. Médicos preocupados por la salud de sus pacientes dispuestos a tomar una llamada a cualquier hora; enfermeras que abren las puertas de su hogar para brindar los cuidados más elementales. Paramédicos dispuestos a cualquier cosa, personal sanitario expuesto a riesgos en todo momento. Mexicanos como todos nosotros, pero vulnerables a la pandemia como el que más; personas llenas de humanidad, que arriesgan su propia vida sin preguntar por la preferencia política de sus pacientes, de sus vecinos. Hablando en serio, y dejando atrás cuestiones políticas, ¿no se merecen la vacuna?

¿Cuántos mexicanos morirán por un capricho? La austeridad implantada por el gobierno ha tenido un impacto en el sistema de salud cuyas repercusiones sólo se verán a lo largo del tiempo, en la cantidad de sillas vacías —en cada hogar— correspondientes a gente que no tendría que haber fallecido. Los que forman parte del exceso de mortandad con el que alcanzamos casi los 500 mil decesos, producto de la pandemia hasta el momento; los correspondientes a un sector salud que en nuestro país ha sido vapuleado como en ningún otro; los que morirán, inocentes, sin haber tenido oportunidad alguna.

Como los niños. El esquema básico de vacunación ha sido trastocado, y ahora, de los bebés nacidos el último año, tan sólo el 17% cuenta con el cuadro completo, mientras que quienes tienen entre uno y dos años de edad alcanzan apenas el 30% del total. De los niños menores de 5 años, solamente la mitad cuenta con todas sus vacunas y está protegido contra enfermedades como el sarampión, la difteria, la tos ferina y la poliomielitis. Los demás, en unos cuantos años, cuando todo esto haya pasado, muy probablemente habrán de padecerlas y, algunos de ellos, morirán. Por un capricho.

Los proyectos políticos van y vienen, y las aguas se tranquilizan al cabo del tiempo. Quien ha sufrido la tragedia en carne propia, quien ha perdido a un ser querido, a su doctor, o vive con la angustia de que sus hijos no cuentan con la protección que deberían, sabe, sin embargo, que las risas de los niños nunca regresan; que las sillas vacías nunca se vuelven a llenar.

Comparte en Redes Sociales