Logo de Excélsior                                                        

Las barbas a remojar

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

Las palabras importan. El discurso de odio mantenido durante años por el presidente de EU, acendrado en los últimos meses, ha rendido sus frutos en un país cuya extrema división ha quedado demostrada, primero, en el apretado resultado de la elección en Georgia y, segundo, en el asalto al Capitolio por una turba enardecida por el propio mandatario.

Una turba dispuesta a cualquier cosa. Las imágenes de la violencia, la irrupción en el recinto y el policía que es sacado a rastras, para recibir una golpiza que terminaría por causarle la muerte, resultan más escalofriantes —si cabe— cuando se comprende que tales, y no otras, eran las intenciones hacia los legisladores que, en ese momento, validaban la victoria del candidato demócrata.

Por eso el acceso sin problemas a las instalaciones, por eso el conocimiento de la ubicación de las oficinas, por eso la huida que, de tan precipitada, no dio tiempo siquiera de apagar las computadoras: las imágenes de los manifestantes, con cinchos de plástico para tomar prisioneros, o de la horca colocada en las afueras del recinto, no dejan lugar a dudas. Por eso la represión a tiros, adentro del edificio: de haber triunfado en sus designios, la historia del planeta entero habría dado un vuelco radical.

Un vuelco que no sería visto con entero desagrado por un amplio porcentaje de la población norteamericana. El país se encuentra dividido al máximo, como quedó de manifiesto en la elección de Georgia, que terminaría por dar la victoria a los demócratas por un margen de apenas alrededor de 50 mil votos. Los suficientes, sin embargo, para asegurar la mitad de los escaños en el Senado y que les permitirán, con el voto de calidad de la próxima vicepresidenta, no sólo dar marcha atrás a las políticas de la administración actual sino, además —y aprovechando al máximo el escarnio de la insurgencia fallida—, tratar de sepultar por completo el movimiento trumpista.

Un movimiento que podría estar apenas en ciernes. Los seguidores del presidente no se han rendido y, de acuerdo con un comunicado de Twitter, estarían planeando no sólo vengar la muerte de la mujer que perdió la vida en el Capitolio, sino la realización de una marcha multitudinaria el día de la toma de protesta del nuevo mandatario, a cuya asistencia convocan invitando a la portación de armas. El riesgo es indudable, y tal sería la razón de la urgencia por destituir al presidente —y someterlo a proceso— antes de que pudiera causar más daño. Esa habría sido, también, la razón para suspender su cuenta de las redes sociales.

Las palabras importan: las que se pronuncian, pero también las que se omiten. Las redes sociales han jugado un papel determinante en la conformación de los movimientos políticos contemporáneos, en un principio al darle voz a la ciudadanía —como en el paradigmático caso de la Primavera Árabe— pero, en los últimos años, al haberle brindado oídos fértiles a políticos demagogos, dispuestos a decirle al público lo que quisiera escuchar hasta alcanzar el poder. El resultado lo tenemos a la vista, con el ascenso de regímenes populistas —en todo el mundo— que utilizan las redes para polarizar a la sociedad, difundir mentiras, atacar a la prensa y, ahora, incitar a la sedición. Es el momento de preguntarse: ¿cuál es el límite de las redes sociales?

La reflexión no sólo es interesante, sino que su respuesta marcará el rumbo de las contiendas políticas en el futuro. Y surgen más interrogantes: ¿tienen derecho las plataformas a restringir el acceso a sus servicios, o estos se han convertido en un bien de interés público? ¿Tienen derecho los usuarios a expresar cualquier tipo de mensaje, incluso si incitan a la violencia, o las plataformas ejercen algún tipo de censura al limitarlos? ¿Tiene derecho, cualquier demagogo, a utilizar las redes sociales para señalar enemigos, crear enfrentamientos y repetir una mentira, mil veces, hasta que termine por convertirse en realidad?

¿Es tiempo, finalmente, de poner nuestras barbas a remojar?

Comparte en Redes Sociales