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Hechos, no palabras

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

                Para Sergio Aguirre, a un año de su ausencia

 

Dos años de gobierno, dos años de equivocaciones. Dos años tratando de justificar lo indefendible, dos años de mentiras. Es difícil —sin duda— olvidar el júbilo de quienes, en 2018, celebraban la llegada de un México nuevo; es imposible —también— soslayar la frustración de quienes hoy advierten que, a pesar de las promesas y los buenos deseos, el país se está cayendo a pedazos.

Dos años de decepción. El diagnóstico del Presidente en funciones fue correcto, en cuanto a que el país, tras décadas de corrupción y abusos, necesitaba de un cambio. El remedio, sin embargo, ha resultado peor que la enfermedad que se pretendía combatir. El poder corrompe; el poder absoluto, corrompe absolutamente. Tal vez sea el momento adecuado para mirarnos al espejo, y darnos cuenta de en qué nos hemos transformado.

La realidad es irrebatible. Los que —en su momento— fueron buenos deseos, hoy no son sino resultados desastrosos: el país que aspiraba a un futuro mejor hoy tiene que resignarse a un presente mediocre, bajo el argumento de que el pasado fue mucho peor. Un presente mediocre, que apuesta por soluciones simplistas, y mayor polarización, para los problemas complejos que han terminado por rebasar a quien nunca dudó en sus palabras incendiarias —e ideas cataclísmicas— pero que siempre tuvo, detrás de sí, a un Presidente de la República que tuvo que lidiar con sus desfiguros con tal de salvar a su propio gobierno. Fox, Calderón, Peña Nieto e, incluso, en tiempos recientes, Donald Trump.

Dos años de gobierno, dos años de equivocaciones. Dos años de sostener la apuesta equivocada, a favor de los regímenes autoritarios en el extranjero; dos años de apostar por los proyectos incorrectos que sólo están hundiendo más al país. Dos años, también, de caer en un falso dilema provocado, cada día, por el Presidente en funciones: no es —en absoluto— cierto que quienes critican los yerros del gobierno actual están buscando el regreso del régimen anterior, como tampoco es cierto que quienes le apoyan estén equivocados por completo.

Hechos, no palabras. Es el momento de preguntarnos, al terminar el primer tercio de esta administración, cuál es el futuro de nuestro país, de continuar por el rumbo —hasta ahora— trazado. El anterior era desastroso —sin duda— pero, más allá de la secta que le rodea desde siempre, ¿cuántos de quienes votaron por el partido en el poder —castigando a los gobiernos anteriores— esperaban terminar alineados con los gobiernos bolivarianos? ¿Cuántos creen, realmente, que construir un aeropuerto frente a un cerro, y pagar las indemnizaciones por el cancelado, es sensato? ¿Cuántos creen que hace sentido un tren sin pasajeros, o la insistencia en construir una refinería en un pantano que no deja de inundarse?

¿Cuál es el futuro que estamos creando? El mundo se despereza tras la pesadilla norteamericana, mientras que nosotros no queremos despertar. Los objetivos del mundo civilizado se decantan por las energías renovables, mientras que nuestro Presidente en funciones se sigue enfrentando contra sus propios molinos de viento, y se resiste a un mundo —civilizado— que no alcanzaba a entender al comienzo de su mandato; menos, aún, en un entorno de pandemia. El mundo civilizado apuesta por la democracia y por el Estado de derecho, el mundo civilizado apuesta por la justicia, y el combate al crimen organizado, con algo más que palabrería y abrazos en lugar de balazos. El futuro del Presidente no se identifica con el pasado, sino con el antepasado de los años setenta del siglo pasado: ¿a eso, realmente, queremos volver? ¿Por eso nos estamos pelando?

 

Dos años de gobierno, pero también dos años de yerros por parte de una oposición que tendría que entender que sus propias omisiones le alejaron de la sociedad, y terminaron por encumbrar a un demagogo sin mayor sustancia que sus propios rencores. Una oposición que —ahora— debe agruparse y, junto a la ciudadanía, enfrentar el reto de recuperar la confianza para salvar a la patria de sus propios errores. Hechos, no palabras.

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