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El deber de disentir

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

Acusaciones y chistes, indirectas y clases de historia. Liberales y conservadores, algunas excepciones y la prensa inmunda. Insultos y descalificaciones; pandemias domadas mil veces, aviones, rifas y sonrisas. Conferencias mañaneras, inauguración de obras, visitas de supervisión. Canciones y videos, enemigos y conspiraciones, preguntas a modo. Polarización constante. Ruido.

Polarización constante, que brinda cada día nuevas razones para seguir en desacuerdo; ruido que se torna en estruendo, y un alud de información que impide discernir entre los señuelos cotidianos, los rencores del pasado, las intenciones ocultas y los errores que, en otros tiempos, habrían cimbrado a cualquier gobierno. La sociedad que, antes, jadeaba sedienta de información, hoy se ahoga ante un chorro, incesante, que no le permite respirar.

Es preciso dar un paso atrás, y tratar de observarlo con perspectiva. Como si fuera otro país, en el que las emociones pertenecen a otras personas, enfrentadas entre sí por sus propias, particulares, cuestiones. Un país en el que no importa quién haya tenido la razón en el pasado, cuando hay que tomar decisiones en el presente.

Decisiones de vida o muerte. El país se desliza hacia una catástrofe sin parangón en la historia reciente, fruto, sí, de la herencia de las administraciones pasadas, pero responsabilidad —sin duda alguna— de la administración actual, y de las decisiones en que ha incurrido. Los ejemplos abundan, desde la crisis de salud que no disminuye, sino que se recrudece —ahora— en otros padecimientos; la crisis económica, que apunta hacia una recesión mayor a la de otras naciones, y que podría haberse evitado con el fortalecimiento del sistema productivo, o la crisis de seguridad, cuya gestión fue planteada en base a un diagnóstico equivocado.

Los problemas ahí están, y tienen que ser atendidos, el día de hoy, con decisiones que nada tienen que ver con el pasado. La crisis de salud va a disminuir en cuanto el Presidente de la República haga un llamado firme al uso del cubrebocas, la crisis económica menguará en cuanto las pymes reciban apoyos fiscales, la seguridad mejorará cuando los delitos se persigan.

Las prioridades cambian, y aquellos planes que hicieron sentido, al principio de la administración, quizás hoy valdría la pena someterlos a revisión, para cerciorarse de que sigan en el camino de resolver los problemas de la patria y regresarla a la prosperidad. Quizás ahora es mejor invertir en pruebas —e infraestructura para la vacuna— que en una refinería: quizás es mejor conservar las fuentes de empleo de todo el país, antes que construir un tren. Quizás sería mejor hablar de los temas importantes, antes que seguir el señuelo de cada mañana; quizás sería mejor dejar de enfrentarnos, y encontrar cómo ponernos de acuerdo en cuanto a los temas importantes.

Se vale disentir. El 53% de la población votó por la administración actual, pero nadie —nadie— en absoluto pudo haber previsto el calibre, y la cantidad, de errores —y cambios de postura— que habríamos de sufrir antes de cumplirse los primeros dos años de gobierno. Disentir no es oponerse, y señalar las fallas de quien gobierna no es un privilegio, sino una obligación de cada ciudadano. Disentir no implica añorar el pasado, o aceptar las tropelías de los expresidentes; disentir no significa traicionar, sino ejercer la libertad de opinión en los momentos importantes.

Disentir significa levantar la mirada del teléfono, y atender la realidad antes que las redes sociales. Disentir significa darse cuenta de que las decisiones sobre lo que está pasando deben de tomarse hoy, y que nada de lo que hicieron —o dejaron de hacer— los expresidentes anteriores podrá cambiar la situación actual. Disentir significa ser ciudadano, disentir significa ser libre. Disentir significa rescatar al país; disentir, ahora mismo, es un deber. Sin importar por quién se haya votado.

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