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Dialéctica pura

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

El país que hemos construido se desgaja a pedazos, entre una pandemia —cuyo fin no se avizora— y una serie de decisiones equivocadas cuyas consecuencias tardarían décadas en remediarse, incluso si se revirtieran en estos momentos. Y todavía faltan cuatro años.

Cuatro años más, de una carrera desenfrenada hacia la incertidumbre. Hacia el vacío: ¿hacia dónde más? El sistema de salud sigue siendo desmantelado, mientras que sus titulares se dedican a contar muertos, y cantar loas, al Presidente; la economía se desploma, y se aferra a las remesas mientras que el sistema productivo languidece —sin apoyos— y la inversión extranjera tiene, cada día, más razones para temer por la viabilidad de sus activos.

La sociedad está más polarizada que nunca, el Estado de derecho se ha puesto en manos de los militares: la corrupción ronda, como la peste, los rincones más íntimos del Palacio Nacional. Las señales de alerta se suceden, aunque sean ignoradas de manera deliberada: las mediciones internas, las calificadoras internacionales, los organismos financieros: el Congreso estadunidense. Los asuntos públicos, sin mayor apasionamiento, no van bien. En absoluto.

¿Hacia dónde vamos? O, más bien, ¿cómo terminará este sexenio? Al contrario de lo que ocurría en otros periodos, el Presidente no parece estar interesado en conseguir el triunfo de su propio partido —de otra manera lo estaría fortaleciendo—, o en la instalación de un delfín que pudiera continuar con la obra que ha emprendido. El Presidente, simple y sencillamente, está acumulando poder.

Un poder sin cortapisas que, a pesar de los insulsos resultados de su gestión, le ha permitido mantenerse en el foco de la atención pública y —desde el púlpito de las conferencias mañaneras— conservar una popularidad que, en los hechos, le ha permitido arrogarse poderes metaconstitucionales que nunca habrían sido concebidos por sus predecesores.

Una popularidad que yace —primero que nada— en el posicionamiento narrativo que le ha permitido colocarse como protagonista único de la historia en curso, desde la perspectiva de la antítesis. El titular del Ejecutivo ha sido muy claro, desde hace décadas, en el repudio a un sistema que había dejado de funcionar y, así, persistió en su lucha de oposición hasta cumplir con su objetivo y destronarlo: entre fuegos artificiales, y humos de copal, llegó el momento del triunfo.

El problema vino al momento de gobernar. Dialéctica pura: la única razón de ser de la antítesis es su enfrentamiento con la tesis. La antítesis no propone, la antítesis tan sólo pretende destruir aquello que fue construido por la tesis. La antítesis tendría que extinguirse, junto con la tesis, para dar lugar a algo nuevo, una síntesis; nuestra antítesis tropical, sin embargo, en cuanto paladeó el poder también descubrió que, si era capaz de mantener, en la opinión pública, la percepción de una lucha de contrarios eterna, podría perpetuarse si así lo quisiera.

Y ahí vamos. Las conferencias mañaneras son el lugar adecuado para sembrar la polarización, y acrecentar las distinciones entre tesis y antítesis; son, también, el espacio perfecto para dominar la agenda pública y encuadrar la información a su conveniencia. Las mañaneras son un instrumento de propaganda, desde donde se pueden decir las mentiras mil veces hasta que parezcan verdad.

El país se desgaja por instantes, mientras que la popularidad sigue en aumento y toda crítica —o cuestionamiento— es asumida y refrendada, de inmediato, como un intento más de la tesis anterior que se niega a morir, lo que justifica su existencia hasta terminar con los resabios del sistema. Quienes se oponen frontalmente, en realidad, sólo lo hacen más fuerte.

El Presidente se debilitará sólo cuando su comunicación se vuelva irrelevante. ¿Por qué seguir hablando de lo que nos dicta cada mañana? ¿Por qué no hablamos de lo realmente importante? ¿Por qué seguir ocupados en continuar con la lucha entre contrarios que sólo a él lo favorece?

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