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Vacío de poder

Ruth Zavaleta Salgado

Ruth Zavaleta Salgado

Zurda

Los datos que dio a conocer el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) en esta semana sobre las muertes por covid son demoledores y evidencian dos narrativas diferentes de la pandemia: La primera es la que se ha construido desde marzo de 2020, hasta el 25 de enero, con las cifras que difunde la Secretaría de Salud, por medio del doctor Hugo López-Gatell; la segunda, es la narrativa que surge esta semana por los otros datos que dio a conocer una de las instituciones más prestigiadas en la región de América Latina y el mundo.

Con las nuevas cifras ahora sabemos que, no son 150 mil muertos, sino cerca de 200 mil; también descubrimos por qué los hospitales no se han saturado (según la información oficial): la mayoría de personas contagiadas deciden quedarse en su casa (58 por ciento). Los motivos para decidir no asistir a una institución de salud pública o privada pueden ser diversos, pero, quizás, la mayoría lo hace pensando en que la enfermedad no va a evolucionar y la va a librar con cuidados caseros o, tal vez, prefieren sólo quedarse con su familia. Un amigo que se contagió y se puso grave, pero no necesitó ser intubado en el hospital privado que pudo pagar, me dijo que lo más angustiante del aislamiento es la soledad. Pero, el sufrimiento de las personas hospitalizadas es también el de sus familiares, más aún cuando éstos no logran recuperarse y no los vuelven a ver vivos.

A las malas noticias de la nueva narrativa que se ha generado a partir de los datos del Inegi se sumaron otras noticias que demuestran que la pandemia no respeta jerarquías, recursos económicos o niveles de Poder. Tres hombres emblemáticos están contagiados: el arzobispo emérito Norberto Rivera, el ingeniero Carlos Slim y el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador. En este último caso, fue el propio Presidente quien informó que había dado positivo a la prueba de covid, pero, la poca o nula información que se ha dado a conocer de su estado de salud ha motivado una serie de especulaciones, que, en este momento, no ayudan “al ánimo” colectivo de la nación.

Durante varias décadas, a medida que se consolidaba el régimen democrático, el sistema presidencial se fue transformando de un sistema presidencialista, con un Presidente omnipotente a uno con un poder más difuso. Después de la elección de junio de 2018, la figura del Presidente volvió a retomar un papel protagónico por encima de cualquier poder legítimo o fáctico. Fortalecido como único vocero a partir de la mañaneras, hoy, ante la ausencia del Presidente, nadie puede tapar el vacío de poder que se percibe. Es muy deseable que el Presidente se recupere pronto y asuma sus responsabilidades institucionales para evitar que haya una crisis de gobernabilidad porque, aunque el artículo 84 de la Constitución establece el procedimiento para el interinato y la sustitución del titular del Poder Ejecutivo, este momento, es uno de los más trágicos de la historia moderna que está viviendo nuestra República, no sólo por la cantidad de contagiados y muertos, sino por los efectos en otras esferas de la vida pública.

A propósito de la ausencia del Presidente por motivos de salud, es la Secretaría de Gobernación la que constitucionalmente asume las funciones de forma interina, pero, no siempre fue así. En algún momento, fue el presidente de la Suprema Corte de Justicia o el canciller en funciones. Incluso, con la Reforma al artículo 75 de la Constitución de 1857 del 6 de mayo de 1904 se restableció la figura de la vicepresidencia del Poder Ejecutivo federal misma que se cambió en 1916. El último vicepresidente electo fue José María Pino Suárez, quien es conocido como “el caballero de la lealtad” porque fue asesinado junto al presidente Francisco I. Madero, el 22 de febrero de 1913, por el dictador Victoriano Huerta, atrás del Palacio de Lecumberri.

 

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