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Anticorrupción con impunidad, una simulación

Ricardo Peralta Saucedo

Ricardo Peralta Saucedo

México correcto, no corrupto

Hace algunos meses y pocos años, ciertos personajes han encontrado en la lucha contra la corrupción una veta política para posicionarse socialmente. Sin duda, al ser una de las tres problemáticas que más importan al mexicano, después de la violencia y la inseguridad, la lucha anticorrupción ha tomado tal fuerza que, incluso, es la bandera más importante de la Cuarta Transformación de la vida pública de México.

En el pasado reciente, los grandes escándalos mundiales de corrupción han involucrado a jueces, ministerios públicos, policías, empresarios, militares, políticos, dueños de medios de comunicación, periodistas, abogados, en fin, prácticamente nadie se ha salvado de este fenómeno delincuencial que ha atrapado a todas las esferas. Quizá también porque se trata de una conducta que es de dos vías: un corruptor y un corrupto.

En esas historias sensacionalistas y altamente mediáticas, basta con ser parte de una enmarañada historieta, cierta o falsa, para que se afecte la dignidad de las personas.

La tendencia legislativa en nuestro país fue mermando el derecho al honor. Los delitos de calumnia y difamación fueron pulverizándose de los 32 códigos penales de cada una de las entidades federativas hasta su extinción legal, hoy sólo nos queda la materia civil para hacer valer el daño moral.

La vía de la extorsión mediática y de redes está vigente, habrá que repensar en una nueva reingeniería legal para que se retomen esas tipologías delincuenciales con sanciones severas para aquellos que denuestan sin sustento en pruebas de dicho y no documentales.

Ésta es la contraparte, las acusaciones sin sustento como instrumento político para agredir al adversario.

Pero también lo es quien, con el poder político en la mano, echa a andar una maquinaria que puede producir consecuencias legales en el infligido, en el acusado, quien en ocasiones y con sólo con la intención de “dar resultados” juzga sumariamente sin dar derecho a la audiencia, a la defensa, al debido proceso o al principio de inocencia.

Por ello es vital que las imputaciones estén completamente blindadas jurídicamente, ya que, cada vez que una persona es indiciada por hechos de corrupción y ésta no produce efectos condenatorios en el proceso, es un aporte más a la vergüenza institucional y un bocado al hambriento monstruo llamado impunidad.

Por ello hay que ser cuidadosos con la dignidad de las personas, aunque denostar es una llave maestra para los aduladores, estas acusaciones pueden revertirse; los discursos deben ir acompañados de actos de gobierno y de acciones judiciales que envíen mensajes poderosos de disuasión a la sociedad, de percepción de riesgo.

La impunidad también se alimenta de la ignorancia y del escándalo mediático, pero su platillo favorito es la simulación.

Twitter: @Ricar_peralta

 

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