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El Maximato es la muerte

Ricardo Pascoe Pierce

Ricardo Pascoe Pierce

En el filo

No puede existir democracia en un país donde no existan poderes independientes entre sí que revisan y controlan las acciones, decisiones y procederes de los otros poderes. México ha creado, con grandes dificultades y enfrentando severas resistencias, un sistema democrático de contrapesos: los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, independientes entre sí, pero también órganos constitucionalmente autónomos y el modelo federalista de gobierno que hace que las autoridades estatales sean un componente más en la constelación de los contrapesos.

El presidente Andrés Manuel López Obrador está empeñado en eliminar todos los contrapesos institucionales, con el propósito de gobernar, desde Palacio Nacional, a todo México, como si perteneciera a un solo hombre. Su declaración reciente de que en diciembre de este año estarán aprobados todos los cambios legales y constitucionales para hacer irreversible su modelo de gobernanza, suceda lo que suceda en las elecciones el próximo año, es una amenaza directa al orden constitucional. Sueña con regresar a la era de Plutarco Elías Calles y el Maximato.

Claro, la situación actual del país difícilmente podría ser peor. Su “estrategia” ante el crimen organizado ha fracasado. El fiscal general acaba de observar que el narcotráfico está en pleno proceso de control territorial de grandes franjas del país. Hoy, el crimen organizado se enfrenta, como iguales, a las fuerzas de seguridad. Tiene dinero, mano de obra de sobra, armas equiparables a las del Ejército y buen ánimo. De lado oficial hay desconcierto, incertidumbre, muchas críticas internas por las estrategias fallidas y las traiciones abundan.

El fracaso gubernamental ante la pandemia sanitaria no podría ser mayor. Obviamente, el fenómeno de la pandemia no es culpa del gobierno. Pero el manejo mentiroso, desordenado, contradictorio y faccioso de la crisis de covid-19 sí es su culpa. A diferencia del resto del mundo, que abre sus economías después de pasar por el pico de la pandemia, México abre sus puertas antes (¿o es durante?, ya ni sabemos) de haber alcanzado el pico. Es más, ya no saben las autoridades qué decir, ante el equívoco de todas sus predicciones. Y siguen acumulándose las muertes. La incompetencia oficial se hace presente en el rostro de cada una de las víctimas del virus.

Y ahora viene la crisis económica en serio. El optimismo presidencial (“ya tocamos fondo, vamos para arriba” dice, con inconfundible reverberancia echeverrista) no tiene sustento económico. Tiene sentido propagandístico, nada más. Pero la propaganda no va a poder encubrir la violenta recesión económica que viene y que va a acompañar a este gobierno el resto de su sexenio. La desaparición de medio millón de empresas es vaticinio de la CEPAL, otrora aliada de este gobierno que no escucha. 12 millones o más de empleos perdidos que difícilmente se recuperarán sin empresas. El gobierno regalará dinero hasta que se acabe, que será en marzo o abril del próximo año. Y entonces el país vivirá la experiencia de caer por el precipicio.

La única manera de atender y atajar, que no resolver, la situación es recurriendo a la democracia, al diálogo entre todos, a la concertación de planes entre opiniones diferentes. Recurrir a los democráticos contrapesos para discutir y decidir entre todos. Hay que convocar a un gran diálogo nacional para que confluyan todas las opiniones. Este reto es grande y difícil, especialmente para un gobierno que no quiere acordar: quiere imponer. Pero la realidad es más fuerte que cualquier gobierno.

El Maximato es la destrucción y muerte del país. Ese pasado al que aspira el Presidente no es opción. Para que sobreviva el país, sólo el diálogo y la concertación podrán salvar a México.

 

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