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Se fue Trump y Biden llegó

Ricardo Ortiz Esquivel

Ricardo Ortiz Esquivel

Globalística

“Ruego al cielo para que otorgue la mejor de las bendiciones a esta casa y a todos los que la habitarán en el futuro. Que nadie, salvo los sabios, gobiernen bajo este techo” — John Adams, segundo presidente de Estados Unidos.

¿En alguna ocasión, el presidente John Adams se imaginó que en 2021 un sucesor suyo invocaría la insurrección de sus seguidores para atacar y violentar el símbolo más preciado de la democracia en Estados Unidos?

Con el desenlace vivido en estos últimos meses, es difícil pensar que Donald Trump haya sido un “sabio” gobernando bajo el techo de la Casa Blanca. Los recuerdos que deja el presidente cuadragésimo quinto jamás podrán ser borrados de los libros de historia o de las mentes de las personas que vieron con sus propios ojos el ridículo en que se convirtió el país durante su presidencia.

Fueron, tal vez, los acontecimientos en el Capitolio los que hicieron tocar fondo a Trump y comenzar por completo una pequeña transición pacífica con el equipo del presidente Joe Biden.

La salida de Trump se dio antes de las 8 de la mañana del miércoles 20 de enero con destino, por el momento, a Mar-a-Lago. Decidió no acudir a la toma de protesta de su sucesor, tal y como Andrew Johnson con Ulysses S. Grant en 1869.

Tuvieron que pasar 152 años para que un presidente no acudiera a la toma de protesta de su sucesor.

Con el fin de la era trumpista y con un país dividido por el odio y racismo, debe llegar un cambio que gire por completo el rumbo de Estados Unidos para los próximos cuatro años.

El pueblo estadunidense le está dando una nueva oportunidad al Partido Demócrata y a su líder, quien se ha convertido en el presidente cuadragésimo sexto de la nación americana.

La nueva oportunidad no será fácil y más por el hecho de que se ha dejado un país democráticamente frágil, con instituciones federales débiles y una división racial que se agudizó gracias a la xenofobia creada por el nuevo residente de Mar-a-Lago.

Joe Biden ganó las elecciones presidenciales aún cuando no era el demócrata favorito para muchos y cuando el mismo Trump se dedicó a calumniarlo mucho antes del 3 de noviembre. El “durmiente” Joe supo jugar el juego del saliente Trump con una estrategia totalmente distinta a la que cualquier candidato presidencial pudiera aguantar con el ritmo que llevaba el bully republicano.

La llegada de los demócratas a la Casa Blanca debe significar un cambio dentro y fuera de las fronteras de Estados Unidos. La nueva administración presidencial debe tener su propio símbolo y caracterizarse por ser única. Deberá quitarse los traumas que dejó el saliente presidente y no buscar los simbolismos obamistas.

Desde el primer día de trabajo, se firmaron 17 órdenes ejecutivas que muestran cómo el gobierno demócrata trata de borrar el pasado trumpista poco a poco.

La tarea no será fácil aun con el Capitolio teñido de azul, pues la división entre demócratas es fuerte.

Sin Kamala Harris no puede existir el éxito en la presidencia de Joe Biden. Ambos se necesitan.

El hombre de 78 años y más longevo en tomar posesión como presidente, deberá utilizar sus mañas políticas y rodearse de expertos en cada institución federal.

Desde el momento en que Joe juró ante la Biblia familiar Biden, que data del siglo XIX, y repitió las palabras contenidas en el segundo artículo constitucional, entendió que necesitará más que la ayuda de Dios para gobernar a un país que se encuentra devastado por la pandemia y el yugo trumpista.

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