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Publicidad farmacéutica

Raymundo Canales de la Fuente

Raymundo Canales de la Fuente

La industria farmacéutica, como tantas veces lo he dicho en este espacio, constituye francamente un negocio legítimo y que le brinda a la sociedad el diseño y fabricación de muchos medicamentos sin los cuales no sería posible el incremento aparatoso en la esperanza de vida que ocurrió el siglo XX.

Al ser una industria con el objetivo de generar dividendos, emplea regularmente los métodos de comercialización de cualquier empresa, es decir, contrata expertos en mercadotecnia cuya intención es colocar en la mente de quien prescribe las bondades de su producto en comparación con los existentes.

De esta manera, el médico constituye en muchos casos el objetivo de dichos departamentos de mercadotecnia.

Es el personal sanitario quien va a recomendar tal o cual medicamento a la enferma, entonces en el mejor de los casos hay que convencerlo y, si no es posible, hay que presionarlo. Las estrategias, llevadas a la práctica, se convierten así muchas veces en perversas, porque no ponen en el centro el beneficio hacia las enfermas, sino la generación de utilidades de la empresa. Por supuesto, cualquier sociedad civilizada con costumbre acerca de pensar y regular los asuntos de la sociedad lo comprende casi desde el principio, y de hecho en muchos países ya está prohibido que las empresas visiten a los médicos en sus oficinas por el simple hecho de los vicios que pueden surgir de dicha práctica.

Como lo he dicho en muchos otros ámbitos, México sorprende porque, si bien tenemos un nivel de desarrollo con una economía que se está abriendo al mundo de forma competitiva, somos testigos de enormes filas en los hospitales (públicos y privados) de agentes de ventas de la industria farmacéutica, esperando ver a los médicos y médicas en sus despachos.

No hemos avanzado casi nada en la regulación que permita limitar o quizá suprimir la llamada “visita médica” a pesar del ejemplo de los países desarrollados. Resulta una práctica no sólo anacrónica, sino también francamente contrapuesta a los más elementales principios éticos. No debería existir.

El argumento que se esgrime con frecuencia gira en torno a que dicha visita contribuye a la actualización del médico que usa ese medio para percatarse de algunos avances terapéuticos, pero, por supuesto, es muy endeble, porque si desea actualizarse debe consultar las fuentes de información más fidedignas de la literatura médica y no esperar a que un agente de ventas le traiga el producto hasta su despacho.

El otro hecho que me resulta sorprendente es que las mismas autoridades hospitalarias no perciben claramente el conflicto ético de las campañas de comercialización, sino que les parece un asunto “natural” y es bien visto por una enorme proporción de los responsables de las unidades médicas. Por supuesto se requiere inicialmente de una autoridad sanitaria exigente, que dé un manotazo en la mesa para señalar lo inadecuado de dichas prácticas, cuyas afectaciones son muy evidentes, por ejemplo, en el asunto de la lactancia materna, con el que han prácticamente acabado en el país.

Ojalá podamos atestiguar un cambio en este sentido, como otros muchos urgentes en un México en extremo permisivo y plagado de corrupción. Ya es hora de que la 4T se manifieste.

 

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