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Por qué no es ético el experimento chino

Raymundo Canales de la Fuente

Raymundo Canales de la Fuente

 

En el curso de la semana nos enteramos del trabajo de un científico chino, el doctor He Jiankui, quien modificó el genoma de dos embriones antes de ser implantados en el útero de la que se convirtió en su madre.

La modificación se llevó a cabo utilizando una moderna técnica que ya he comentado en este espacio, llamada CRISP-PR, que por cierto brinda mucha certeza respecto del segmento de DNA que se pretende cambiar.

Aparentemente, los padres son sero-discordantes para el virus del Sida, es decir, el padre es portador del virus y la madre no lo es; entonces la intención del científico fue modificar los genes de los embriones, que ya se convirtieron en recién nacidas, para que sean resistentes a la infección.

   No se puede dudar del noble objetivo, pero eso no brinda suficiente cimentación ética para llevarlo a cabo.

Alguna vez coordiné un comité de bioética en investigación y, por supuesto, una propuesta así nunca la hubiera aprobado por tres razones fundamentales.

En primer lugar existen métodos en reproducción asistida que permiten lavar los espermatozoides de un varón portador de Sida, para dejarlos libres del virus con suficiente grado de certeza, existe ya evidencia científica para afirmarlo.

En segundo lugar, el Sida, si bien es cierto debemos seguir previniendo su transmisión, el día de hoy ya no se considera una enfermedad mortal; la entendemos como una enfermedad crónica controlable, es decir, si las personas reciben el tratamiento de forma programada pueden vivir el resto de su vida libres de infección.

Y, finalmente carecemos hoy de evidencia científica suficiente para poder afirmar que la modificación genética por estos medios es inocua; es decir pueden aparecer en el futuro de la vida de estas niñas consecuencias sanitarias graves, que hoy desconocemos que, además, pudieran costarles la vida, e incluso, existe la posibilidad de que las consecuencias pudieran aparecer en su descendencia futura.

 Simplemente, China nos está demostrando el poco control que tiene sobre sus protocolos de investigación en humanos, de forma tal que todo un grupo de investigación estuvo trabajando durante años con un objetivo carente de la más elemental evaluación ética.

La gravedad del asunto no es solamente por la vida futura de las niñas, que espero no les pase nada, sino por la animadversión que están provocando en la comunidad internacional respecto del uso de la edición genética.

Ya aparecen en prensa expresiones como “abominable”, que solamente provocan miedo en las sociedades, especialmente en las mal informadas, como la mexicana.

Por supuesto que necesitamos distinguir este experimento mal hecho de protocolos que se pueden llevar a cabo en un futuro cercano, por ejemplo, para prevenir enfermedades fatales, como algún tumor maligno hereditario o tratar una distrofia muscular grave que deja postrado al individuo mientras espera la muerte.

Necesitamos entender, como sociedad, que el mal no está en las herramientas científicas, sino en el mal uso que se haga de ellas, y si pretendemos que México se convierta en un país desarrollado nos urge impulsar a la ciencia como motor, sin prejuicios y con las herramientas necesarias para hacer trabajo científico serio, transparente y centrado.

 

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