Logo de Excélsior                                                        

El semáforo epidemiológico

Raymundo Canales de la Fuente

Raymundo Canales de la Fuente

 

La pandemia ocasionada por el virus SARS-CoV-2 tiene a la humanidad —en su conjunto— contra las cuerdas debido a un hecho simple y concreto: seguimos sin tener en existencia un solo medicamento efectivo contra el virus.

Los encargados de las epidemias en los niveles nacionales e internacionales brindaron una solución que no es en sí misma resolutiva, pues aislar a las personas y evitar la convivencia social solamente brinda tiempo, con el inconveniente, además, de que atenta contra la naturaleza humana, somos gregarios de forma automática y necesitamos del contacto cercano con nuestros seres queridos.

Las autoridades sanitarias de todo el mundo le apostaron a que el desarrollo científico acelerado podría brindarnos algún tratamiento en el periodo de tiempo que ganaríamos forzando a las personas al confinamiento.

La mala noticia es que no ha ocurrido así. Por otro lado, las vacunas son de un largo desarrollo, en virtud de los pasos necesarios para demostrar tanto su seguridad, como la protección efectiva en contra del germen. En México se diseñó un semáforo con diferentes alertas que se activarían frente a los cambios, pero nunca se pensó que, al final, terminaríamos empeorando.

El simple hecho de permitir la convivencia ha provocado que la situación regrese al momento de la crisis, pero ahora con los daños económicos fruto del primer encierro. La verdad es que, a lo largo de las primeras semanas del confinamiento más estricto, se podía apreciar una Ciudad de México casi vacía, sin los conglomerados vehiculares que el día de hoy vemos y sin que circulara casi nadie en la calle. Una inmensa mayoría de los comercios permaneció cerrada y muchos tuvieron que cerrar definitivamente, en virtud de que no pudieron soportar tanto tiempo sin actividad.

Ahora el número de contagios y hospitalizaciones se ha incrementado hasta niveles que quizá obligarían a otro encierro, pero el cual resulta simplemente imposible. No hay manera de pedirle a la población otro sacrificio económico. Tampoco existen recursos en las arcas públicas que alcancen para apoyar a las empresas y a las familias que ven seriamente mermados sus ingresos por el encierro.

México no puede encerrarse de nuevo y la epidemia no ha cedido. El único camino es suplicarle a la población que asuma las medidas que pueden mitigar el número de contagios, como el uso de la mascarilla, pero sin la convicción de que podremos alcanzar resultados significativos y sólo podemos esperar que mueran los individuos susceptibles.

El virus es poco letal. Proporcionalmente, respecto al número de personas contagiadas, son muy pocas las  que pierden la vida, pero sin contar con armas para combatirla se convierte en una catástrofe.

No hay ninguna receta mágica. No existe una economía parecida a la nuestra que haya logrado resultados diametralmente diferentes. Sólo queda apelar a la conciencia y al autocuidado para contribuir al bien común.

 

  • Ojalá que veamos pronto algún tratamiento eficaz, pero ha sido tan poco lo que la comunidad internacional ha invertido en ciencia que no podemos esperar milagros. Ojalá nuestros limitados políticos entiendan que esta experiencia debe cambiar su forma de pensar.

 

Comparte en Redes Sociales