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INE: baluarte de la democracia

Raúl Contreras Bustamante

Raúl Contreras Bustamante

Corolario

Sin duda, una de las grandes aportaciones sociales que se ha legado al mundo moderno es la democracia, la que nos da la posibilidad de poder elegir a aquellos hombres y mujeres que habrán de gobernarnos.

La realización de las elecciones se remonta a la antigua Grecia, donde los hombres libres reunidos en el Ágora —la plaza pública por excelencia de Atenas— y mediante el voto decidían quiénes habrían de ocupar los cargos públicos. A partir del surgimiento del constitucionalismo, la organización de las elecciones ha sido fundamental en la conformación de los órganos de poder del Estado.

Durante buena parte del siglo XX, en nuestro país las elecciones fueron organizadas por el gobierno. Este hecho era justificado con el pretexto de que la renovación de los Poderes era un asunto delicado, que implicaba la estabilidad democrática del país y, por lo tanto, era su obligación garantizar su realización. La oposición por su parte siempre criticaba este hecho, ya que argumentaba que era inaceptable que el propio gobierno fuera juez y parte.

Varios acontecimientos marcaron la pauta para que fueran los ciudadanos los que tomaran en sus manos la organización de las elecciones. El primero de ellos fue la expedición en 1977 de la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE) que modificó la integración de la Comisión Federal Electoral y permitió a un representante de cada partido político con registro y a un notario público, formar parte de dicha Comisión. Se trató del inicio de la descentralización electoral por parte del gobierno.

Después de las elecciones disputadas de 1988, la exigencia de democratizar al país y el consenso de todas las fuerzas políticas motivó una reforma al artículo 41 de la Constitución —en 1990— que dio por resultado el nacimiento del Instituto Federal Electoral, buscando con ello contar con una institución ciudadana imparcial que diera certeza, transparencia y legalidad a las elecciones federales.

Luego, en el año 2014, con la aprobación de otra reforma en materia político-electoral, se transformó al IFE en una autoridad de carácter nacional y surgió así el actual INE, con el objetivo de homologar los estándares con los que se organizan los procesos electorales federales y locales, a fin de garantizar altos niveles de calidad en la democracia nacional.

Lo cierto es que desde su surgimiento, la labor desempañada por el IFE —hoy Instituto Nacional Electoral— ha sido pieza clave para el sano desarrollo de la vida democrática de nuestro país. Gracias a esta institución hemos podido transitar por tres alternancias políticas, que en otro tiempo eran sencillamente impensables.

Ha sido el Instituto Nacional Electoral un escrupuloso vigilante en los procesos electorales mediante los cuales los mexicanos hemos elegido a nuestros gobernantes, al grado que sus funcionarios han sido invitados a fungir como observadores electorales en diferentes elecciones en varias partes del mundo y también como orientadores en la conformación de órganos similares en diversos países.

En breve plazo habrán de sustituirse —por fin de su mandato— a 4 de los 11 consejeros electorales que deberán ser electos por la Cámara de Diputados. Resulta necesario esperar que se sepa seleccionar a ciudadanos con los mejores perfiles para tan importante cargo y que cuenten con el conocimiento y la experiencia necesarios para esta trascendente función.

La preparación, objetividad, honestidad e imparcialidad son los mayores atributos de una autoridad electoral.

Como Corolario, las palabras de Otto Von Bismarck: “El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación”.

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