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Querido maestro

Rafael Álvarez Cordero

Rafael Álvarez Cordero

Viejo, mi querido viejo

                Lo que es el maestro,

                es más importante que lo que enseña

                Karl A. Menninger

 

Querido maestro, don Guillermo Soberón, al escribir estas líneas me uno a la inmensa lista de quienes tuvimos el honor y el placer de conocerlo y disfrutar de sus enseñanzas y sus palabras, siempre sabias, sus consejos, siempre oportunos, sus observaciones y opiniones, siempre certeras y su discreto sentido del humor; para miles de estudiantes, universitarios, médicos, investigadores, empresarios, funcionarios, su presencia les cambió la vida y por eso lo recordamos con respeto y admiración.

Es difícil señalar entre sus múltiples capacidades la más destacada, por lo que me limito a repetir lo que señaló la doctora Gloria Soberón Chávez, cuando usted cumplió 80 años: “Yo creo que, más que la educación formal, lo que nos has dejado es una manera de vivir con responsabilidad, pero, sobre todo con optimismo y sentido del humor”.

Así fue usted, querido maestro, sus iniciativas, sus creaciones, sus logros en la medicina, la educación, la ciencia, la administración pública y la salud transformaron a México como ningún otro mexicano lo ha hecho; hacer una lista de todo lo que hizo sería tarea imposible en estas líneas, por lo que sólo mencionaré algunas.

La modernización de las instituciones de Salud, que usted impulsó desde la Coordinación de los Servicios de Salud de la Presidencia y luego como secretario de Salud, que incluyó el derecho a la protección de la salud y la Ley General de Salud, que con la descentralización de los servicios de Salud, cambiaron para siempre el destino de la salud de los mexicanos; por supuesto, no se pueden olvidar los logros en relación con los programas de hidratación oral, la prevención del Sida, la organización de los bancos de sangre, los programas de vacunación, la planificación familiar, la detección de cáncer cérvico-uterino y tantos y tantos más. No omito mencionar que, tan sólo hace unos meses, participó activamente en un foro, junto con otros exsecretarios, en el que hizo el análisis de las infaustas decisiones de los actuales funcionarios de Salud y defendió, como como siempre la ciencia, la ética y la razón.

Su paso por nuestra universidad dejó una huella imborrable, porque abarcó todas las áreas, médicas, de investigación, artísticas, ecológicas, en todo el territorio nacional, lo que usted confirmó cuando dijo: “Habrá quien quiera a nuestra universidad tanto como yo, pero no hay nadie que la quiera más que yo”; con ese pensamiento, solucionó diversos problemas universitarios, algunos muy graves, superó las crisis que amenazaban a nuestra máxima casa de estudios y fue un apasionado promotor de los Pumas.

Y, además, usted exploró la integración público privada con la convocatoria a empresarios y la creación de la Fundación Mexicana para la Salud, con lo que la participación de las organizaciones de la sociedad civil es cada día más importante.

Pero, sobre todo, querido maestro, no podemos ignorar el efecto educador y estimulante que tuvo en muchos de sus compañeros, discípulos y seguidores, ya que entre quienes estuvieron cerca de usted se pueden contar rectores de nuestra UNAM, secretarios de Estado, gobernadores, procuradores de la República, miembros de El Colegio Nacional, directores de instituciones académicas y muchos investigadores de talla internacional.

Pero si su vida profesional fue ejemplar en todos los ámbitos, su vida personal merece una mención especial, como señala el doctor José Narro: “Padre cariñoso y comprometido, logró hacer un gran “clan” con sus hijos y sus nietos, y en esta tarea brilla una mujer extraordinaria, Socorro Chávez, esposa y compañera quien durante 47 años lo acompañó”.

En lo personal, querido maestro, sólo quiero señalar que usted le dio un impulso inusitado y decisivo a mi vida profesional en 1984, cuando al salir de un Foro en el Hospital Juárez me dijo: “Rafael, deje las llaves de su auto con mi chofer, venga conmigo” y en los años siguientes tuve el placer de colaborar con usted.

Querido maestro: en estos momentos en que el país sufre la mayor descomposición de sus instituciones, cuando la salud está en las manos más ineptas y corruptas de la historia, su presencia y su ejemplo son el aliciente para que continuemos nuestra labor para que la Secretaría de Salud del país vuelva a ser la que usted logró; seguiremos trabajando “con responsabilidad, optimismo y sentido del humor”.

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