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¿Quién busca encender la UNAM?

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

Ya lo he contado: participé en el movimiento estudiantil de 1986-1987 en la UNAM.

Hace 33 años, la universidad se encontraba cerrada por una huelga declarada por el Consejo Estudiantil Universitario. La estallamos el 29 de enero y la levantamos el 17 de febrero.

No me espanta, pues, el activismo estudiantil. En aquel momento, luchábamos por la democratización de las decisiones en la UNAM, mediante un Congreso Universitario, de carácter resolutivo, que se celebró en 1990, y al que se llegó mediante un diálogo público. Y creo que, en ese sentido, el movimiento enriqueció la vida de la máxima casa de estudios.

Lo que veo hoy en la UNAM no es nada semejante. No hay asambleas estudiantiles ni diálogo con las autoridades, sino grupos de encapuchados –que quién sabe quiénes sean– que se apoderan violentamente de escuelas y facultades.

Eso no quiere decir que no haya problemas en la universidad. Siempre los ha habido. Pero el espíritu universitario dispone resolverlos mediante la discusión civilizada, no con la violencia.

La gran marcha del 21 de enero de 1987 al Zócalo demostró el enorme consenso social que tenía aquel movimiento estudiantil. El propósito de las acciones siempre fue orillar a las autoridades a sentarse a la mesa y mantenerse en ella.

Nada de eso veo en los actuales hechos: ni consenso ni intención de debatir y resolver problemas concretos de la vida académica y estudiantil.

Que la violencia de género existe en la universidad, desde luego que sí. Porque la UNAM es un microcosmos del país. Es un espacio plural y abierto que refleja, para bien y para mal, lo que ocurre en la sociedad mexicana.

La violencia de género no se resuelve con paros ni pintas. No se terminará porque destruyan el patrimonio de la universidad. Eso sólo daña a los estudiantes más pobres.

El machismo es un subproducto de la falta de educación o la mala educación. Ocho de cada diez casos de abuso contra las mujeres ocurren en casa y los cometen familiares o personas del entorno inmediato. Es desde casa donde debe comenzar a erradicarse.

Esto, por desgracia, huele a algo más. La condena de la violencia de género parece el pretexto para golpear la pluralidad en la UNAM, encender a su comunidad y someter la enseñanza a intereses inconfesables.

Hace 33 años los estudiantes teníamos de nuestro lado a nuestras familias.

Una de las peores imágenes de los últimos días en la UNAM fue ver a los estudiantes que no quieren perder el semestre y a sus padres ser rociados con extintores por los paristas, mientras aquéllos intentaban romper los candados que habían colocado éstos, en un acto de privatización del espacio público.

Ayer, en la Facultad de Derecho, maestros y alumnos impidieron la toma de las instalaciones. Como los encapuchados no pudieron salirse con la suya, arremetieron contra pantallas y pintarrajearon muros y puertas de cristal antes de huir.

¿A dónde corrieron a refugiarse? Al auditorio Justo Sierra, que lleva dos décadas en manos de personas ajenas a la universidad. Se trata de una situación que ha sido largamente tolerada por las autoridades capitalinas, federales y universitarias.

No deja de llamar la atención que las tomas de las instalaciones universitarias hayan comenzado poco después de que el rector Enrique Graue anunciara que la liberación del Justo Sierra sería uno de los objetivos de su segundo cuatrienio y, también, luego de su justificada resistencia a las intenciones del gobierno federal de acabar con los exámenes de admisión en toda la educación superior.

Hasta 1999, el auditorio Justo Sierra había sido un recinto para la cultura y la discusión política.

Por ahí pasaron Chava Flores, Alberto Cortez, Julio Cortázar, Mario Benedetti, Umberto Eco y Claude Lévi-Strauss, entre otros. Pero hoy es una guarida de delincuentes, que desde allí comercian drogas y controlan otras actividades ilegales, que envenenan la convivencia universitaria.

Las autoridades no pueden seguir siendo omisas ante esa situación. Una minoría violenta no debe imponer su voluntad a la mayoría.

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