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Los amigos y los otros

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

Si algo enseñó el pasado proceso electoral al presidente Andrés Manuel López Obrador es que entre sus colaboradores hay quienes lo estiman realmente y lo apoyan de forma incondicional y quienes, simples aplaudidores de ocasión, han aprovechado la cercanía para sacar algún provecho personal.

Los cambios que han comenzado a producirse en su equipo tienen que ver con eso.

Para cortar las amarras con los segundos, no ha tenido miramientos ni delicadezas. Por eso, el largo video que subió a sus redes sociales del acto en el que anunció el despido de Irma Eréndira Sandoval como secretaria de la Función Pública y en el que ella hizo gala de soberbia al decir que el rector Enrique Graue la había “prestado” al Presidente.

Dicen que el tabasqueño enfureció cuando lo pusieron al tanto de la reunión que se realizó en casa de la entonces titular de la Función Pública para recolectar firmas contra la candidatura de Félix Salgado Macedonio en Guerrero y la manera como maniobró para tratar de imponer a su hermano como aspirante al cargo, algo en lo que el líder formal de Morena, Mario Delgado, está también identificado como partícipe.

Otro que cayó de su gracia fue el coordinador de los programas sociales, Gabriel García Hernández. Y no fue tanto por los malos resultados electorales en el Valle de México –aunque algo tuvo que ver eso–, sino por haberse dedicado a trabajar para sí mismo, al punto de comentarle a algunos indiscretos que él era el sucesor designado.

Cabizbajo y al borde de las lágrimas, salió García de Palacio Nacional luego de su última reunión con el Presidente, en la que –igual que sucedió con Sandoval– nada quedó sin decirse. Por lo pronto se refugió en el Senado, donde está lo poco que le queda de poder, pero quizá sus problemas no hayan terminado porque pronto pondrían darse a conocer las trapacerías y corruptelas que cometieron algunos “superdelegados” bajo su mando.

Otro percibido como “aplaudidor” es Mario Delgado. En el equipo presidencial no se tiene la impresión de que a Morena le haya ido tan bien en los pasado comicios. De entrada, se perdió la Ciudad de México y la esperanza de lograr la mayoría calificada en la Cámara de Diputados. Pero el análisis interno agrega que los triunfos obtenidos por el oficialismo tienen más que ver con el carisma de líderes regionales que con la estructura y estrategia del partido del gobierno. 

En este segundo tramo de su periodo, López Obrador se quedará con quienes considera que están con él sin esperar nada. Es evidente que en ese grupo está la secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez, por quien el Presidente tiene un gran afecto. De otro modo no se podría entender que le haya encargado el programa de vacunación en la frontera norte, algo que ha formado parte de las discusiones bilaterales con Estados Unidos.

El Presidente parece haber concluido que la bandera de la lucha anticorrupción se desgarró –principalmente por la mala actuación de Sandoval– y que será difícil remendarla, y que si quiere cerrar con buenas cuentas el sexenio y aspirar a una segunda presidencia para su movimiento necesita forzosamente resolver el acertijo de la inseguridad. En esa tarea, la indudable lealtad de Rosa Icela, resulta un primer peldaño.

BUSCAPIÉS

He aquí una anécdota que ilustra la relación de Andrés Manuel López Obrador con los mandatarios estatales:  La madrugada del martes 28 de enero de 2020, el Presidente llegó de buen humor a la reunión diaria de seguridad. “Vengo muy contento”, dijo a los asistentes. Contó que le había ido “muy bien” con los gobernadores del PRI, con los que había comido la víspera en Palacio Nacional. Incluso había subido una foto del encuentro a su cuenta de Twitter, en la que todos aparecían sonrientes. “¿Y no le robaron la cartera?”, preguntó alguien, haciéndose el chistoso. El mandatario frunció el ceño. “Fíjense que no, ellos saben mucho de institucionalidad, más que nuestros gobernadores, y si me apuran, más que muchos de los aquí presentes”.

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