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La revocación: round de sombra

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

       Para la familia Galarza Morales,

                   con un abrazo solidario

 

Cuando impulsó, en 2019, la figura de revocación de mandato, el presidente Andrés Manuel López Obrador seguramente se imaginó este proceso como un nuevo capítulo de épica electoral, en la que saldría otra vez a hacer campaña contra las fuerzas oscuras del “conservadurismo” y la corrupción.

Pero henos aquí en 2022, faltando menos de un mes para la consulta, y el tabasqueño se encuentra solo en el ring. Desprovisto de rival, no tiene posibilidad de volver a polarizar al país y trazar la frontera de la superioridad moral. Los rounds de sombra no atraen a mucho público que digamos.

Las gradas lucen vacías, los espectadores no llegan, el contrincante no aparece. Fuera de la arena, el cartel que decía “AMLO contra el neoliberalismo” ha sido corregido y ahora anuncia “AMLO vs. AMLO”.

Cada vez más ansioso, el peleador lanza jabs en solitario. “Esto es inédito, ¿cómo nos lo vamos a perder?”, implora. Incapaz de generar emoción sobre el ejercicio, explota en contra del réferi, quien está ocupado en revisar la tensión de las cuerdas y el peso correcto de los guantes.           

La verdad es que no hay una exigencia social seria –numerosa o, al menos, bulliciosa– para que el tabasqueño deje el cargo antes que termine su periodo. Éste ha tratado de inventarse bultos, como FRENA, pero el respetable no considera que haya tiro y no se compra boleto. Para pelear se necesitan dos y López Obrador está, hasta ahora, solo en su esquina.

Todavía el lunes quiso incitar a los opositores a destaparse rumbo a 2024, a ver si así se hacía ruido. Hace un año, en marzo de 2021, presumió que su movimiento, a diferencia de sus adversarios, tenía una “generación de recambio”, con lo cual soltó las riendas de la sucesión presidencial, aunque sólo en su propio campo. Antier colocó sobre la mesa varios nombres de posibles candidatos de la oposición, pero su voz se quedó rebotando en las paredes del salón Tesorería de Palacio Nacional.

Incluso ha tratado de poner en oferta su renuncia. “Si yo no tengo la mayoría, me voy, dejo la Presidencia”, afirmó el 21 de febrero. “Aun cuando la Constitución establece que, para que sea válida la consulta, se necesita que participe 40 por ciento de la población empadronada, si no se alcanza el 40 por ciento y la gente dice que me vaya, me voy”.

Ayer quiso alentar a sus adversarios, diciendo que son muchos, cucándolos –como dice él– para que se animen a participar. “Son millones, como 25 o 30 millones con pensamiento conservador”.

El problema para el Presidente es que, pese al desinterés que provoca esta pelea sin retador, la función debe continuar. La revocación ha sido convocada –¡con las firmas de sus propios simpatizantes!– y ahora no hay manera de que se baje del cuadrilátero. Las boletas están impresas y los funcionarios de casilla están listos para instalar las urnas y contar los votos.

Muy a su pesar, esta vez López Obrador tendrá que medirse contra sí mismo. Eso significa entrar en comparación con la vez anterior que su nombre apareció en una boleta: la elección presidencial de 2018, cuando recibió el apoyo de 30 millones de ciudadanos.

Cualquier cantidad de votos que obtenga el 10 de abril por debajo de esa cifra lo hará ver devaluado. Por supuesto, buscará culpables. Dirá que el INE lo amordazó; que bajó los anuncios espectaculares que llamaban a votar para que él siguiera en la Presidencia, y que instaló un número insuficiente de casillas… pero nada de eso servirá para explicar el encogimiento del apoyo. En el ocaso, las sombras se vuelven más largas.

Quedan más de tres semanas para la consulta. El Presidente aún tiene tiempo para convencer a los mexicanos de acudir en buen número a las urnas el Domingo de Ramos. Pero para conseguir su propósito, necesita primero encontrar quién lo tope.

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