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El silencio

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

WASHINGTON DC.— La capital del país que aprendió a tratar el día de la toma de posesión de su presidente como una exaltación de la democracia —parte ceremonia solemne, parte bulliciosa fiesta— hoy está callada, trabada, expectante.

Aunque no le han faltado procesos electorales contenciosos a esta nación, jamás se había visto un desenlace como el actual: el mandatario saliente, encerrado a piedra y lodo en la Casa Blanca desde hace seis días; las calles de esta ciudad tomadas por 25 mil integrantes de la Guardia Nacional y la Policía Militar, hospedados en los mismos hoteles que los periodistas; vehículos castrenses y barreras que cortan el paso hacia el Capitolio, la sede de la toma de posesión y escenario, hace apenas dos semanas, de un asalto violento por parte de simpatizantes del candidato perdedor de los comicios, que trataban de impedir la certificación del resultado de la votación; rumores de sedición en las fuerzas de seguridad, que llevan al FBI a revisar los antecedentes de todo el personal desplegado para el acto público más vigilado en la historia de Estados Unidos.

Pero el silencio que se ha tendido sobre Washington, como una pesada manta, no sólo tiene que ver con los temores que provoca la división y la confrontación políticas, sino también con el saldo de la pandemia por covid, la cual ha dejado alrededor de 400 mil fallecidos en la sociedad estadunidense en menos de un año, cifra semejante a la de los soldados de este país que cayeron en cuatro años de combates durante la Segunda Guerra Mundial.

No, nadie en Washington recuerda algo así. Ha pasado siglo y medio desde la última vez que un presidente saliente evitó asistir a la toma de posesión de su sucesor. El país también estaba dividido en aquel lejano 1869, pues aún estaba fresco el recuerdo de la Guerra Civil, pero aquella vez fue, sobre todo, la obstinación del presidente entrante, el general Ulysses Grant, de distanciarse de su predecesor, Andrew Johnson, lo que provocó que el segundo no fuera parte de la ceremonia (Grant no quiso viajar en el mismo carruaje que Johnson y éste optó por no ir).

Ahora es claramente el mandatario saliente, Donald Trump, quien no quiere estar cerca de su sucesor, Joe Biden, quien, insiste el primero, se robó la presidencia en una elección fraudulenta, una afirmación sin pruebas que ha incendiado los ánimos de los seguidores de Trump y los condujo a muchos de ellos a asaltar el Capitolio el 6 de enero pasado.

El desaire también lo protagoniza la primera dama saliente, Melania Trump, quien se rehúsa a participar en el tradicional recorrido por la Casa Blanca que se ofrece a la primera dama entrante.

Ayer ella grabó un video en el que llamó a los estadunidenses a preferir la paz sobre la violencia, pero ese mensaje difícilmente impedirá que termine su estancia en la mansión de la avenida Pensilvania como la primera dama menos popular, algo que comparte con su esposo, quien cierra su cuatrienio con un apoyo de apenas 34%, once puntos por debajo del que tuvo en su mejor momento.

Mañana no se escucharán los gritos de algarabía que siempre han acompañado la juramentación del nuevo presidente. Esta vez, ondearán en su lugar cerca de 200 mil banderas, colocadas en The National Mall, la gran explanada que une los memoriales de Lincoln y Washington con la sede legislativa y que representarán a los estadunidenses que no podrán asistir a la asunción de Biden por la pandemia y división, dos cosas cuya cura será todo un reto.

Dos horas antes de que el nuevo mandatario coloque su mano sobre la Biblia y asuma formalmente el cargo, Trump habrá tenido su ceremonia de despedida en la base Aérea Andrews, y de ahí volverá a su residencia, en su club de golf de Florida, donde lo seguirán tratando como una celebridad y él les seguirá contando cómo le robaron la elección.

Quizá sólo Biden pueda romper el silencio que se ha apoderado de esta capital. Pero para ello tendrá que pronunciar el miércoles un discurso memorable, emotivo e inspirador, adjetivos que poco se ajustan a su personalidad gris y su oratoria plagada de tartamudeos.

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