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¿Descolonizar la historia?

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

Cuando buscan justificar el retiro de la estatua de Cristóbal Colón, los voceros de este gobierno dicen que es necesario revisar la historia para despojarla de los resabios de la colonización.

Buena suerte con eso.

Si para lograrlo bastara con refundir un monumento, sería muy sencillo. Que le pregunten a quienes arrancaron la estatua a George Washington de la intersección de las calles Londres y Dinamarca –con motivo de la invasión a Veracruz en abril de 1914– y la enviaron castigada a un rincón del Bosque de Chapultepec. Sobra decirlo: eso no le quitó ni una pluma al gallo de Estados Unidos.

Para “descolonizarnos” en el sentido que lo propone la autodenominada Cuarta Transformación, habría que hacer bastante más.

Haga la prueba. Salga de su casa. Vaya al Centro Histórico. Ahí se encontrará las calles Isabel La Católica, llamada así en recuerdo de la financiadora de los viajes de Colón, y Donceles, una de las más antiguas de la ciudad, lugar de residencia de las familias acaudaladas en la Colonia. Pase por el Zócalo, formalmente llamado Plaza de la Constitución, cuyo nombre se debe a la de Cádiz de 1812 y no a la de Querétaro. Ahí podrá admirar el edificio del Nacional Monte de Piedad, a donde van los capitalinos a resolver alguna dificultad económica, y la Catedral Metropolitana, a la que acuden cuando las cosas se ponen más difíciles y donde están enterrados muchos de los virreyes.

Tome rumbo para el poniente. Un poco después de cruzar el Periférico, se encontrará la avenida Virreyes, que hace esquina con la calle Gaspar de Zúñiga, noveno jefazo de la Nueva España, quien poseía el título nobiliario de conde de Monterrey, de donde tomó su nombre la ciudad de –adivinó usted– Monterrey, capital de Nuevo León, estado bautizado así por el conquistador Luis Carvajal y de la Cueva, en honor del rey Felipe II, originario de León.

O vaya para el sur de la capital, también conocida mundialmente como La ciudad de los palacios. Uno de ellos es el Palacio Nacional, que hasta el momento de la independencia fue el Palacio Real, cuya construcción se inició en 1522, como residencia privada de Hernán Cortés.

Para salir del Centro, use la avenida Bucareli, abierta por el virrey del mismo nombre. Vaya todo derecho hasta Coyoacán, donde se encuentra la Capilla de la Concepción, mandada construir por el mismísimo Cortés.

¿Se aburrió de la capital? Salga de ella y pase por Salamanca, donde lo alcanzará el recuerdo de las ciudades homónimas de las españolas: Zamora, León, Soria, Lerma, Durango, Medellín –igual que el pueblo natal de Cortés–, Córdoba –llamada así en honor de otro virrey–, Guadalajara, Loreto, Valladolid, Mérida…

Vaya a Veracruz, lugar de desembarco de los conquistadores, el 22 de abril de 1519, Viernes Santo o Día de la Verdadera Cruz. Más al sur encontrará Alvarado, que debe su nombre al adelantado Pedro de Alvarado. Y si sigue rumbo al sureste, tendrá que cruzar el río Grijalva, por cuya desembocadura pasó, en 1518, el conquistador Juan de Grijalva.

Trece de las 32 entidades federativas del país tienen nombre castellano, al igual que seis de las 18 capitales estatales cuyo nombre es distinto que el del estado respectivo. Por ejemplo, La Paz, bautizada así, en 1596, por el explorador español Sebastián Vizcaíno, a quien se debe el nombre de la sudcaliforniana reserva de la biosfera.

Y si viaja más allá de las costas del país se encontrará con las islas Revillagigedo, llamadas así por el marino inglés James Colnett, quien fue capturado por un navío español mientras exploraba la isla Socorro, en 1793, y liberado por orden del virrey Juan Vicente de Güemes, conde de Revillagigedo, a quien Colnett agradeció de esa manera.

Como se ve, “descolonizar” nuestra historia será un poco más complicado de lo que suponen aquellos que quieren castigar la memoria de Cristóbal Colón con la remoción de su estatua, mismos que renombraron oficialmente el episodio de la Noche Triste y la calle Puente de Alvarado. Eso podrán hacerlo en la capital, porque rebautizar el puerto del mismo nombre le valdría a quien lo intente una alvaradeña mentada de madre.

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