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Demandar, sí, pero también decomisar

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

Hace unas semanas tuve que hacer un viaje por tierra de Hermosillo, Sonora, a Tucson, Arizona.

De ida, pasé por el retén militar de Querobabi, ubicado a 108 kilómetros al norte de la capital sonorense, donde un soldado, bandera en mano, me indicó que continuara mi camino. Más tarde, en el puesto fronterizo de Mariposa, cumplí con el trámite para entrar a EU. Unos 45 kilómetros más adelante crucé por el arco de control de la Patrulla Fronteriza, en Amado, sobre la Interestatal 19, dotado de cámaras de vigilancia y perros policía, donde los agentes hacen revisiones aleatorias.

El trayecto de regreso fue otra cosa. Casi no detuve el auto desde que salí de Tucson, a no ser por algunos semáforos. Eso incluye el paso por la frontera, para volver a México. Allí me quedé con el pasaporte en la mano, esperando que alguien me lo solicitara, y dispuesto a que me revisaran la cajuela, en la que sólo traía artículos de aseo y muda de ropa. El retén militar que me encontré en la ida no existe para el tramo norte-sur de la autopista. Llegué a Hermosillo sin que nadie me inspeccionara.

Me quedé pensado sobre los riesgos que eso implica para la seguridad del país. Yo podría haber sido un muyahidín en fuga o un narcotraficante y nadie me hubiera preguntado quién era, dónde vivía y con qué propósito quería ingresar al país. Podría haber tenido la cajuela repleta de rifles de alto poder, municiones y explosivos o grandes cantidades de dinero en efectivo y mi única perturbación habría ocurrido al pasar junto a los letreros que, en el lado estadunidense de la frontera, advierten que está prohibido llevar armas a México.

Entiendo la estrategia del gobierno de México de demandar en EU a los fabricantes de armas. Me parece que existe razón en decir que esas empresas deben responsabilizarse por el hecho de que miles de mexicanos mueren asesinados cada año por medio de sus productos. Creo que si bien la ruta legal es complicada, vale la pena recorrerla, así sea sólo para presionar a las autoridades de aquel país y a los armeros para poner restricciones en la venta. Dicho eso, México también tiene que hacer su parte, controlando mejor lo que entra al país y decomisar las armas que logran pasar.

De acuerdo con datos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, dados a conocer en 2019 –en el contexto de las negociaciones con EU para echar a andar la operación Frozen–, cada año ingresan ilegalmente en México entre 200 mil y 250 mil armas. ¿Sabe usted cuántas de ellas se aseguran? Una mínima parte. De acuerdo con una solicitud de transparencia, las autoridades federales decomisaron un total de 270 mil armas a lo largo de dos sexenios, entre 2006 y 2018. Es decir, poco más de las que entran un solo año. De esas, 162 mil las capturaron las Fuerzas Armadas y el resto la PGR, hoy Fiscalía General de la República.

Luego de haber alcanzado su pico en 2011 –con 32 mil 500–, el aseguramiento de armas ha ido a la baja en México. Eso incluye el actual sexenio. En 2019, el número de armas puestas a disposición del Ministerio Público Federal fue de 15 mil 305 y en 2020, de apenas 6 mil 593. En tanto, los delitos cometidos con armas –incluyendo los homicidios– han seguido la trayectoria inversa.

Es cierto, se trata de un fenómeno binacional, lo cual hace necesario que EU haga su parte, como perseguir y castigar a quienes integran la cadena del tráfico ilegal de armas a México, pues los criminales que envían drogas al norte de la frontera usan armas estadunidenses para proteger su negocio ilegal. Pero para poder exigirle al vecino, nuestro país está obligado a mostrar que puede aplicar la ley en su territorio y eso incluye intensificar los patrullajes –no disminuirlos, como ha venido sucediendo– y llevar a juicio a quienes cometen delitos con armas de fuego, sean de origen estadunidense o cualquier otro.

BUSCAPIÉS

A menos de que esta madrugada la selección olímpica de futbol haya derrotado a Japón para quedarse con el tercer lugar, nuestro país concluirá su participación en Tokio 2020 con sólo tres medallas de bronce, la peor cosecha de preseas desde Atlanta 1996.

 

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