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El porqué de la maldad

Oscar Benassini

Oscar Benassini

Territorios inciertos

La columna de Pascal Beltrán del Río, el pasado lunes 10, me recordó que de todas las visiones que hacen falta con respecto a los crímenes de Ayotzinapa, hay una esencial, que no debiéramos pasar por alto. Pascal se refería al azoro que todos hemos experimentado ante la revelación a detalle de la manera en que se dio la matanza y, sobre todo, ante lo angustiante que resulta que seres humanos, personas como cualquiera de nosotros, hayan sido capaces de exterminar así a otras personas.

La columna plantea la urgente necesidad de profundizar en el origen mismo de la maldad como parte irrenunciable de la naturaleza humana, y cita, entre otras fuentes, la novela del polaco Józef Teodor Konrad Korzeniowski (que transformó su nombre en el de Joseph Conrad): El corazón de las tinieblas, aparecida en 1902, en la que Marlow, un marino inglés varado en el río Támesis, narra la transformación de Kurtz, el protagonista, de un hombre común y corriente en el criminal que ejerce violencia extrema contra los habitantes de El Congo durante los años de coloniaje por parte de Bélgica y su tristemente célebre rey Leopoldo II, histórico por su codicia, por la explotación extrema del país y sus habitantes, y por el exterminio sistemático del que fue responsable, calculado en más de un millón de africanos.

Quizá ayude en algo decir que la obra era considerada por el inigualable maestro argentino Jorge Luis Borges como la mejor novela que había leído. De tal forma intrigaba a Borges el mismo dilema, el mal. Ancestral preocupación para el que escribe, ¡para cualquiera, estoy seguro!, traje cuanto antes un texto esencial a mi escritorio y a mi columna: El efecto Lucifer, del sicólogo norteamericano Philip Zimbardo. El trabajo es más que famoso y entiendo que no aporto nada novedoso con mis citas, pero a cambio señalo que me ha parecido esencial en el entendimiento de la maldad. Zimbardo, entre muchas otras aportaciones más, la define así: “Obrar deliberadamente de una forma que dañe, maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes, o hacer uso de la propia autoridad y del poder sistémico para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre”. La tragedia de Iguala, coyuntural, parteaguas terrible en la historia moderna de México, parece ajustarse a la perfección a la propuesta de Zimbardo.

El efecto Lucifer es un trabajo basado en lo sucedido en la prisión iraquí de Abu Ghraib, que operaba el régimen de Saddam Hussein desde 1980, y que tras la invasión norteamericana de 2002 funcionó como centro de detención del ejército de ese país, y sede de los atropellos más graves que los hombres pueden cometer en contra de los hombres, los norteamericanos contra sus prisioneros iraquíes, en este caso. Aborda la maldad en esencia, perpetrada por soldados a los que no se les hubiera supuesto semejante proclividad y cuyo actuar resultó un horror imposible de predecir. Barbarie intolerable que cuerpos policiacos y criminales hayan asesinado como lo hicieron en la noche de Ayotzinapa, podemos considerarlos monstruos, o de modo mucho menos hipócrita podemos pensar que los asesinatos obedecen a condiciones lamentables de la naturaleza humana que compartimos todos.

Nuestra naturaleza y los muertos por los que todos debiéramos responsabilizarnos. Por lo menos a eso pretende aproximarse Zimbardo en su trabajo sobre Abu Ghraib. Del capítulo 12 rescaté una cita del genial irlandés C. S. Lewis, por el espacio que abre para hablar de maldad y dinámica social: “En todos los periodos entre la infancia y la vejez extrema de la vida de ciertos hombres, uno de los elementos más dominantes es el deseo de estar dentro del Anillo local y el temor a quedarse fuera… De todas las pasiones, la pasión por el Anillo Interior es la que más puede hacer que un hombre que aún no sea muy malvado haga cosas muy malvadas”. El efecto Lucifer propone la existencia de un poder situacional, a veces extremo, vivido como protector y detentado por un grupo especial. La presión del grupo y la necesidad de pertenecer a éste lleva a sufrir y ejercer violencia de manera extrema. Trágico país nuestro, en el que nos las hemos arreglado para ser colonizados por el narco y sus líderes, y para hacérselos tan deseables a los nuestros, que ese Anillo Interior resulte el único espacio dentro del cual se sientan seguros.

Ese ha sido nuestro sistema social, gobierno y sociedad, la política de Estado —con todo y su corrupto aparato de justicia— que no ofrece ninguna garantía, empujando a su gente a polarizarse de esa manera hasta llegar al horror de aquella noche en Iguala. Se puede pues, leer a Lewis y a Zimbardo, viviendo con ello el riesgo de aumentar el desaliento. Lo que no se puede evadir es el sabernos (así en primera del plural) completamente extraviados, arquitectos o albañiles, lo mismo da, de una nación en la que nos sucedan esas cosas. Frente al mal nos encontramos, en esa dirección debe ir nuestra conciencia si, como yo pienso, nos debemos la garantía irrenunciable de no volver a vivir un México así. Hoy todos somos responsables.

Twitter: @obenassinif

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