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Vir, virus, virtual...

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Héctor Sx. Barrón*

 

Sabemos que un virus es un ser que existe, pero no es, es decir, por sí mismo no vive, por lo que requiere de un ser para vivir. Un virus no contiene ningún elemento de vida, pero tampoco contiene ningún elemento de muerte: contiene a un vacío, el vacío de vida que eventualmente puede causar la muerte, pero no necesariamente. Si la fuerza de vida es mayor que ese vacío que contiene el virus, éste será aniquilado; si al virus se le suma una fuerza de muerte que el mismo ser en el que se aloja el virus provoca, la aniquilación de ambos estará asegurada.

¿Significa esto que un virus no tiene fuerza? Significa que un virus hace posible las fuerzas del ser en el que se aloja, y activa a su naturaleza de vacío como un potencializador. Un virus, en esencia, identifica la potencia predominante en un sujeto, y por sí mismo es inocuo, esto es, es virtual.

Todo virus es virtual en tanto que lo virtual también es, pero no existe. Lo que es propio de lo virtual es su destino de ir o apuntar hacia la existencia, y preparar el surgimiento de una acción, de un acto, de una consecuencia, incluso de un acontecimiento.

La condición de lo virtual, por ello, está en su in-conclusión, en su in-acción. Lo virtual es de lo que está por decirse, por ello ni se le escucha ni se le lee, y al virus como virtual, ni se le entiende ni se le ve: su invisibilidad resulta aterradora porque carece de sentido, y la reacción común es encontrarle alguno, y cualquiera sirve, desde una conspiración hasta un castigo divino, como también por ello se acude a darle una visibilidad, así sea alusiva, como el gel antibacterial: cualquier cosa sirve para constatar su presencia.

Debido a que lo virtual puede provocar un acto, pero no es el acto en sí, es incapaz de generar historia; si lo virtual le es infiel a algo, es al pasado y a la memoria: la seducción que le mueve está en lo múltiple, aun en esa fragmentación que plantea que lo que ya se ha conseguido varias veces, se viva como posible de ser alcanzado nuevamente como si fuera la primera vez, como lo ejemplifican los juegos digitales, que normalizan lo infinito. En el caso del virus ocurre lo mismo: su naturaleza de contener a un vacío posible de existir en un sujeto, le afianza su propensión a multiplicarse y repetirse en miles de sujetos como si fuera la primera vez, hacia un infinito limitado sólo por la cantidad de seres humanos, para el caso de la pandemia del covid-19. Y aun así, si se abre la posibilidad de alojarse en un sujeto que, previamente, haya sido expuesto, esa infidelidad al pasado le llevará a hospedarse en él como si fuera la primera vez. Un virus no tiene memoria.

Para entender la dinámica del virus, conviene conocer la de lo virtual, pues comparten el origen. En ese sentido, lo virtual ha sido un concepto que, históricamente, no se ha sostenido por sí solo, sino como una propiedad, y su aislamiento como noción de pensamiento fue posible a través de un lenguaje que pretendía comprender con la razón aquello que era revelado ya fuera por la fe o ya fuera por la intuición; su aparición sólida se da a través de un lenguaje escolástico en el que se define a lo virtual como a la potencia de Dios, o como a una capacidad de producir efectos, esto es, a la causa invisible e indeterminada de las consecuencias. Y en el corazón de lo virtual desde entonces está, como en el virus, un vacío, y así lo expresa el retórico Quintiliano, al decir que la virtus es una ausencia de defectos: uirtus est fuga uitiorum, es decir, algo que sólo es cuando está vaciado.

¿Y quién puede vencer a este vacío que introducen el virus y lo virtual a la vida?

Tal vez podamos construir una respuesta en la identificación de dos proyectos opuestos del sujeto histórico: el proyecto del hombre ordinario que se adhiere al postulado del “nada humano me es ajeno” (nihil humanum a me alienum puto), y por tanto, obligado por ello a sufrir el sufrimiento de cualquiera, o padecer como propio cualquier padecimiento de algún otro (todos somos x), y el proyecto de aquel otro que quedó perdido en el pensamiento, y que ahora se presenta como descorporizado, es decir, indoloro, y que se conoce no por su apego moral con el uso de técnicas virtuosas, sino por su relación con el poder de su dolor aislado y su ambición por extinguirlo. A este segundo proyecto marginado se le denominaba como vir, que no es otro sino aquel sujeto que posee la fuerza, a la que se llama virtus: la intensidad o deseo de alguien que lucha por posibilitar una cosa, ante otros que no la poseen. En este caso, la fuerza de la vida.

*Académico de la UNAM

 

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