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Son las pistolas, estúpido

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Fernando Islas*

 

Matar a alguien es fácil, lo difícil es deshacerse del cuerpo. Así comienza un cuento del escritor brasileño Rubem Fonseca. Esa frase, que originalmente se refiere a un elefante, aclara el narrador, vino a mi mente por la manera en que hoy en día peligramos en México. Hace tiempo que no es necesario deshacerse de los cuerpos. Usted lo sabe de sobra: exhibirlos colgados de un puente, con malévolos mensajes escritos en cartulinas, o hechos cachitos en bolsas de basura, se volvió tan cotidiano que a estas alturas nadie se espanta. Mal por nosotros.

Torreón es una señal particular de un gravísimo asunto general. Que un niño de 11 años porte dos armas de fuego a su escuela y empiece a disparar es un nuevo aviso. No faltaron, con razón y alarma, los que recordaron el precedente en nuestro país, el de enero de 2017, en Monterrey, cuando un alumno de una primaria mató a su maestra, disparó contra sus compañeros y se suicidó. La Comarca Lagunera llora su versión de la tragedia regia. ¿Cuántas más deben ocurrir en un centro de enseñanza básica para que las autoridades verdaderamente actúen? ¿Qué han hecho hasta ahora? ¿Reactivar el programa Mochila Segura y sugerir que las mochilas sean transparentes? ¿Qué sigue? ¿Proveer a los estudiantes de chalecos antibalas con el escudo de la institución educativa?

El problema, en efecto, son las armas, al alcance de cualquier ciudadano que tenga los contactos adecuados. Preguntando se llega a Roma. Y lo vemos a diario. Asaltos por aquí y por allá a punta de pistola cuando no un ataque directo, con la mala suerte de que uno vaya pasando o se encuentre cerca del blanco. Ahí están los otros datos: 35 mil homicidios el año pasado.

Las condiciones extremas en materia de seguridad requieren respuestas extremas. ¿Recuerda usted el programa del gobierno de la CDMX en el que se cambiaban armas por dinero, dizque con el objetivo de fomentar el desarme en la población? Exacto, maldita la cosa que sirvió. Pero si se cerraran las presas, no habría agua. Se dice fácil, pero hay que actuar.

Estados Unidos y México, “vecinos distantes”, como establece el clásico libro de Alan Riding, han sido incapaces de evitar (¿por falta de voluntad política?) que las armas que se pueden adquirir en territorio norteamericano (de manera legal) sean introducidas a través de nuestra frontera norte (ilegalmente). Mediante el “tráfico hormiga”, relata J. Jesús Esquivel en un reportaje, cruzan a diario cientos cuando no miles de armas a nuestro territorio (Proceso, 12-1-2020). ¿Y qué hay del armamento pesado que ingresa por las aduanas entre las sombras o debajo del agua? ¿Cómo llegaron las armas de alto poder, montadas en camionetas último modelo, que vimos en las imágenes del culiacanazo?

En el contexto de Torreón, continúa Esquivel “la Oficina para la Rendición de Cuentas Gubernamentales (Government Accountability Office, GAO) del Congreso federal de Estados Unidos sostiene en su más reciente reporte que 70% de las armas confiscadas en México son de manufactura estadunidense”. Y sí, hace rato que se pudrió el tejido social, pero ¿por qué nos empeñamos en ofrecerle miel de abeja al diabético y una copita al alcohólico? ¿Por qué las armas en nuestro país se cuentan por millones en los últimos tres lustros? (Mexico—Gun Facts, Figures and the Law, en https://www.gunpolicy.org/firearms/region/mexico) La complicidad de la delincuencia con las autoridades ha sido el pan de cada día, pero la omisión también.

Y regresemos a Torreón: el niño que disparó en su escuela ya no será un adolescente al servicio del crimen, un adulto que asesina u ordena hacerlo a sus sicarios. Son las pistolas y las municiones las que le dan valor a los cobardes, siempre con alevosía y ventaja. La agresión por la espalda o la amenaza anónima son sus sellos. De ahí nuestra solidaridad con Héctor de Mauleón, gran periodista y cronista, a quien el jueves le dejaron una nota debajo de la puerta de su casa. De Mauleón dice que lleva cinco años recibiendo amenazas. Pero así vivimos, entre promesas del gobierno y avisos de los delincuentes.

 

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