Logo de Excélsior                                                        

Herencia diplomática revolucionaria

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Daniel Aceves Villagrán*

El papel de América Latina en las relaciones internacionales no es resultado de un determinismo histórico, sino de la voluntad y de la capacidad de reacción que tuvieron los pueblos ante los retos del mundo, circunstancias que definieron la actualidad cuando estos países vivían su primera etapa.

La política exterior fue un reflejo de la evolución de las naciones; las respuestas a momentos en que los intereses nacionales se vieron comprometidos se reflejarían en las doctrinas y principios que sobrevivirían hasta el presente.

La agenda multilateral mexicana del siglo XX se caracterizó por la predominancia de políticas de cooperación internacional, de mediación y de acercamiento al mundo, especialmente en Latinoamérica.

La determinación y el liderazgo mexicano fue notable y constante en la región. La tradición de la diplomacia mexicana de defender la justicia en el campo propio y en el de las naciones menos favorecidas a fuerza de diálogo y consenso, respaldados por los principios de autodeterminación, igualdad, cooperación, no intervención, solución pacífica de controversias, proscripción del uso de la fuerza y la lucha por la paz.

Estos retos curtieron la personalidad de la política exterior y fueron el cimiento de la tradición y del espíritu de un activismo mexicano participativo y revolucionario en la cruzada por la responsabilidad internacional. México fue un emblema de la reestructuración latinoamericana en tiempos de inestabilidad y crisis, aun en una etapa heredera de la Revolución mexicana despoblada de certezas y con la urgencia de construir una identidad nacional, de organizar responsabilidades a nivel institucional y de insertar al país en la dinámica internacional, esta última propuesta primero por los vaivenes ideológicos mundiales y después por la globalización.

Muchos de los retos de aquella etapa del México posrevolucionario fueron superados, mientras que otros continúan vigentes a cien años de distancia.

La continua búsqueda de recursos económicos que permitan el desarrollo competitivo del país y el de consolidar proyectos de nación capaces de sobrevivir a las transiciones democrático-electorales, que aun cuando en los últimos dos tercios del siglo pasado en los que no hubo alternancia partidista, si la hubo en doctrina y en enfoque administrativo, las visiones de país sexenalmente contrapuestas también imposibilitaron la creación de la identidad nacional, a diferencia de lo logrado en materia de política exterior, que por buena parte del siglo y a pesar de las no escasas diferencias entre fuerzas políticas internas logró cohesionarse en el tiempo y trascender.

El sistema internacional se ha vuelto cada vez más complejo e interrelacionado, provocando que aquella identidad mexicana participativa, que parecía parte de la genética de la política exterior, se ha ido difuminando. Los principios, incluso aquellos impresos en la Constitución, aparentemente han perdido vigencia práctica ante las novedades del mapa geopolítico, pero nunca dejarán de ser parte de la historia que ayudó al cooperativismo y solidaridad de la agenda exterior mexicana del siglo pasado.

Involucrar directamente a México en el escenario internacional competitivo en el mayor nivel es el reto actual, pero intentar hacerlo sin los principios y las doctrinas progresistas no resultarían exitosas.

La política exterior no sólo es pragmatismo, sino también responsabilidad con la historia; dejar de lado el legado histórico sería un error. La Revolución Mexicana fue el inicio de un largo proceso histórico que dejó en la política exterior una de sus más grandes herencias, la solidaridad ante la comunidad de naciones y el compromiso con la propia historia.

                                                                     *Analista

Comparte en Redes Sociales